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Nunca fuera de la presencia de Dios

Del número de febrero de 2016 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Original en portugués


La experiencia que voy a contar ocurrió hace mucho tiempo, cuando recién comenzaba a estudiar la Ciencia Cristiana.

Mi madre era miembro de una filial de la Iglesia de Cristo, Científico, en nuestra ciudad, y ella me había ayudado a superar problemas muchas veces orando por mí. Sin embargo, yo sentía que necesitaba probar por mí misma la eficacia de la oración, como estaba aprendiendo en mi estudio de la Ciencia Cristiana.

Estaba en los últimos años de mi carrera como maestra en una escuela pública, y me habían llamado para trabajar en la oficina del Ministerio de Educación, cercana a mi casa. Necesitaba obtener un certificado que mostrara mis años de servicio para poder solicitar mi jubilación. Para hacerlo tenía que ir a la Oficina Regional del Ministerio. Como era empleada de tiempo completo, le pedí al gerente del departamento donde estaba trabajando en ese momento, si podía tomar tiempo personal por la tarde, y él estuvo de acuerdo.

Salí de la oficina después de almorzar, alrededor de las 2 de la tarde. Las oficinas centrales se encontraban bastante lejos, y tenía que tomar dos autobuses para llegar allá. Cuando llegué, hubo cierto retraso, y tardaron en atender mi caso, pero, finalmente, analizaron mis documentos y contabilizaron mi tiempo de servicio.

Salí a las 5 de la tarde, cuando la Oficina Regional cerraba. Yo estaba encantada con el resultado, pero me preocupaba mi viaje de regreso a casa, con el tráfico a esa hora, viajando en autobuses atestados de gente. Al salir del edificio y bajar una pequeña escalera, me torcí el pie y me caí en la acera. Una señora que pasaba me ayudó a levantarme. Le agradecí y corrí para tomar el autobús que se acercaba. La parada estaba a unos 50 metros (55 yardas) de distancia, y me empezó a doler el pie.

Ahora estaba segura de la totalidad del bien, y me sentía totalmente abrazada por él, como si tuviera puesta una capa protectora.

Encontré un asiento en el autobús y comencé a orar, afirmando que Dios me había estado bendiciendo todo el tiempo, por ejemplo, mi situación de trabajo acababa de ser ajustada. Yo sabía que nada podía impedir que se expresara la Verdad divina, como había estado haciéndolo a lo largo del día.

Cuando llegué a la estación de autobuses donde debía bajarme y tomar otro autobús, me resultaba difícil apoyar el pie en el piso. Continué orando, declarando la omnipresencia de Dios, donde no hay accidentes ni los efectos de un accidente. No podemos apartarnos de la presencia de Dios, la cual nos está guiando siempre. En ese momento, mis oraciones me dieron la certeza de que solo Dios me estaba guiando de regreso a casa.

Traté de liberarme de los pensamientos de temor que sugerían que podía haber algo malo en mí. Dios me hizo espiritual y perfecta, y nada podía cambiar eso. Así mismo, nada podía perturbar la alegría de haber arreglado mi situación de trabajo. Como esto era resultado de mis oraciones, empecé a sentirme muy tranquila. Ahora estaba segura de la totalidad del bien, y me sentía completamente abrazada por él, como si tuviera puesta una capa protectora.

Cuando bajé del autobús cerca de casa, todavía me restaba caminar tres cuadras en una calle inclinada. Llegué a casa agradeciendo a Dios y no le mencioné a mi familia lo que había ocurrido. Me cambié los zapatos y me puse pantuflas holgadas porque mi pie estaba muy inflamado, y nadie lo notó. Mientras le servía la comida a la familia, continué orando y alabando a Dios mentalmente. Esa noche dormí bien, y por la mañana no había nada malo en mi pie; no tenía dolor ni inflamación. Me regocijé en la gracia de Dios.

Llena de júbilo salí rumbo al trabajo, y caminé ocho cuadras hasta el edificio donde trabajaba. Esta era la ruta que hacía cuatro veces al día, y mi pie no me molestó.

Cuando pienso en esta rápida curación, recuerdo este pasaje de la Biblia: “A Dios gracias, el cual nos lleva siempre en triunfo en Cristo Jesús” (2º Corintios 2:14). Esta experiencia fue una prueba del triunfo del Espíritu sobre la materia.

Alcidema Franco Bueno Torres, São Paulo

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