Hoy en día, es sumamente necesario orar por la situación de las mujeres en el mundo. Las historias en las noticias ilustran vivamente esta necesidad: Predicciones negativas sobre la salud de las mujeres; discriminación en el lugar de trabajo; mujeres y niñas que sufren abuso, que son raptadas y asesinadas en todas partes del planeta.
Una forma decisiva e importante de orar por esto es abrazar mentalmente la idea de la verdadera femineidad. El primer capítulo del Génesis da esta percepción verdadera donde dice: “Creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó” (1:27).
Dios, por ser el Espíritu infinito, ha creado al varón y a la hembra a semejanza del Espíritu, no de la materia. Este relato espiritual de la creación no se refiere al varón y a la hembra en términos de género físico, sino como el reflejo espiritual individual de la naturaleza completa de Dios. Tanto el varón como la hembra, derivan directamente de Dios.
El siguiente versículo dice: “Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra”. Este pasaje indica que tanto las expresiones femeninas de la naturaleza de Dios, como las masculinas, están al mismo nivel: Ambos son benditos y fructíferos y tienen dominio. El varón no tiene autoridad sobre la mujer, ni la mujer sobre el varón.
Es solo en el segundo relato de la creación, que comienza en el segundo capítulo del Génesis, que se introduce el concepto material del hombre y de la mujer, y aparecen las aflicciones específicas de la mujer y el dominio del hombre. Sin embargo, Mary Baker Eddy escribe en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras: “La Ciencia del primer registro comprueba la falsedad del segundo” (pág. 522).
Este relato alegórico reemplaza a Dios como Espíritu con “Jehová Dios”, un sentido material de la Deidad, que crea al hombre del polvo, o mediante la sensualidad, y llama a esa falsa percepción del hombre, Adán. Luego, una falsa percepción de la mujer, llamada Eva, es creada de este hombre material. Después que Jehová Dios descubre que Adán y Eva han comido el fruto prohibido del árbol del conocimiento del bien y del mal, Jehová Dios los maldice a los dos.
Tanto las expresiones femeninas de la naturaleza de Dios, como las masculinas, están al mismo nivel.
La maldición de Eva consta de dos partes. Primero Jehová Dios dice: “Multiplicaré en gran manera los dolores en tus preñeces; con dolor darás a luz los hijos”. La segunda parte es: “Y tu deseo será para tu marido, y él se enseñoreará de ti” (Génesis 3:16).
La creencia en la realidad de esta maldición sobre Eva ha causado incalculables penurias a las mujeres a todo lo largo de la historia humana. Apoya una percepción falsa de que las mujeres deben sufrir de dificultades menstruales, en el embarazo y el parto, y como resultado de la menopausia, y que los hijos son una carga más que una alegría. Apoya la opresión de las mujeres, el punto de vista de que ninguna mujer es apta para ser líder o un colega igualmente competente en la política, en los negocios o en el hogar.
La Ciencia Cristiana revela la falsedad de esta maldición. La misma no viene de Dios, el Espíritu, la Luz y el Amor infinitos, sino que la persona se la impone a sí misma al aceptar la mentira serpentina de que el mal tiene realidad; que los hijos del Amor pueden estar en desacuerdo los unos con los otros; que la vida está en la materia, no en el Espíritu; y que la vergüenza y el pecado forman parte de los hijos espirituales de Dios.
La alegoría del capítulo 2 del Génesis ilustra que los problemas humanos comienzan cuando somos engañados respecto al verdadero origen del hombre y de la mujer. ¿No sería razonable acaso pensar que la manera de salir de estos problemas, y la forma de superar la opresión de las mujeres, es tomar consciencia de esta percepción espiritual de la creación, y reconocer la naturaleza pura de la mujer, del hombre y de Dios, como la presenta el capítulo 1 del Génesis?
El ministerio de Cristo Jesús estaba basado en una comprensión del origen espiritual del hombre y de la mujer. Él consideraba que las mujeres eran valiosas, de mente espiritualizada, y estaban bendecidas, no maldecidas. Él manifestó amor y respeto por las mujeres: por su madre; por la mujer que fue sorprendida en adulterio (véase Juan 8:1–11); por la mujer enferma que no se podía enderezar (véase Lucas 13:11–17); y por la mujer en el pozo de agua en Samaria (véase Juan 4:1–42). Jesús tuvo compasión de ellas. Les predicó el evangelio. Las sanó.
La vida de Mary Baker Eddy es un ejemplo inspirador de la demostración de la verdadera femineidad. Las pretensiones de la maldición de Eva cobraron demasiada importancia en su vida. Ella enfermó gravemente durante el parto, y después la separaron de su amado hijo, y no volvieron a unirse sino hasta décadas después, e incluso ni siquiera de la manera armoniosa que ella había esperado. La Sra. Eddy también enfrentó casi constantes críticas y el ridículo de parte del público, la prensa, e incluso de algunos de sus propios estudiantes por tener la “audacia” como mujer de predicar en el púlpito, de hablar con autoridad acerca de Dios y el ministerio de Cristo Jesús, y de sanar de la manera que hacían los discípulos.
No obstante, ella perseveró. En Ciencia y Salud, escribió: “El hombre ideal corresponde a la creación, a la inteligencia y a la Verdad. La mujer ideal corresponde a la Vida y al Amor. En la Ciencia divina, no tenemos tanta autoridad para considerar a Dios masculino como la tenemos para considerarlo femenino, pues el Amor imparte la idea más clara de la Deidad” (pág. 517). No hay nada sobre el físico en estas declaraciones. Los conceptos de varón y hembra representan cualidades del pensamiento, que cada uno de nosotros expresa espiritualmente y de una manera única.
Esta clara comprensión del ser verdadero le permitió a la Sra. Eddy sanar de mala salud crónica y de angustia materna, elevarse por encima del prejuicio y la discriminación, y surgir como Descubridora de la Ciencia Cristiana y Fundadora del movimiento de la Ciencia Cristiana. En una asombrosa declaración, basada en su demostración de la verdadera femineidad, ella dijo una vez: “Como Mary Baker Eddy soy la más débil de los mortales, pero como la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, soy columna vertebral y tendón del mundo” (Robert Peel, Mary Baker Eddy: The Years of Authority, p. 326).
La obra de la vida de la Sra. Eddy estuvo centrada en liberar no solo a las mujeres, sino a toda la humanidad de una percepción material y limitada de Dios y del hombre. Ella trabajó incansablemente con el fin de elevar el pensamiento para que todos pudieran tener una comprensión clara del lugar que ocupamos en el reino de Dios, y de la igualdad del hombre y de la mujer, conceptos basados en la individualidad espiritual, no en el género humano. Esta es la comprensión mediante la cual es destruida la creencia en la maldición de Eva, y las injusticias que surgen de la misma.
Un día, una señora me llamó en mi calidad de practicista de la Ciencia Cristiana, para que orara con ella porque de pronto su vista se había vuelto borrosa. Había tenido que regresar a su casa porque no podía hacer su trabajo. Mientras conversábamos, la Mente divina me reveló que necesitábamos dirigir nuestra oración a la creencia en la imaginaria maldición de Eva. De modo que oramos por esta falsa percepción de la femineidad, comprendiendo que nadie, ni hombre ni mujer, está sujeto a ninguna maldición. Como nuestro verdadero ser es espiritual y es creado por Dios, todos tenemos la libertad y la autoridad divina de expresar inteligencia y gracia, y hacerlo sin interferencia alguna.
Los conceptos de varón y hembra representan cualidades del pensamiento, que cada uno de nosotros expresa espiritualmente y de una manera única.
Esta mujer regresó al trabajo dos días después, libre de la pretensión física. Más tarde dijo que justo antes de este problema físico, ella había estado orando profundamente por su matrimonio, el cual parecía estar bajo mucha tensión; y que el hecho de haberle recordado la maldición impuesta a Eva, fue un incisivo llamado de atención, una experiencia transformadora en su crecimiento espiritual. Ella me comentó que mientras hablábamos sobre esto —que parecía no tener relación con el problema que la había impulsado a llamarme— la sensación de que se liberaba de la creencia en la maldición, fue para ella como un brillante rayo de esperanza. Se dio cuenta de que era también una esperanza para su marido, porque la maldición de Adán en Génesis 3, no podía tener más dominio sobre su esposo, que la maldición de Eva podía tener sobre ella.
La curación del matrimonio se produjo gradualmente, pero con toda certeza, trayendo con ella gran crecimiento espiritual tanto para esta señora como para su esposo. Pero la creencia en la maldición de Eva —de que su propia tranquilidad, alegría y esperanzas para bien dependían de la actitud y el comportamiento de su esposo— empezó a ser refutada en el instante que la identificamos como tal. Ella pudo ver que la maldición pretendería ser universal, lo que la ayudó a comprender que no era algo personal, sino una creencia falsa impersonal.
Todo hombre y toda mujer tienen un lugar en la mesa de nuestro Padre-Madre. Y es un lugar con profunda y eterna dignidad, dominio, productividad y bendición. Ahora es el momento de demostrar las palabras de nuestra Guía, Mary Baker Eddy: “Dejemos que aparezcan el ‘varón y hembra’ de la creación de Dios” (Ciencia y Salud, pág. 249).
