En la Biblia vemos con frecuencia esta exigencia: “No temas”. Pero, ¿es posible hacerlo? ¿Podemos vivir sin temor, en paz y con la certeza de que Dios, el bien, es supremo, y que esta comprensión puede invalidar los peligros y fracasos? La Biblia responde afirmativamente a estas preguntas. Por ejemplo, en el libro del profeta Isaías, leemos esta promesa divina: “No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios que te esfuerzo; siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia” (41:10).
En todos los Evangelios, las curaciones y parábolas de Cristo Jesús nos enseñan a no temer el futuro, a no estar preocupados por la escasez de recursos o la salud, porque nuestro Padre nos da, en todo momento, todo lo que necesitamos. En el Evangelio de Lucas, leemos estas reconfortantes palabras de Cristo Jesús: “No temáis, manada pequeña, porque a vuestro Padre le ha placido daros el reino” (12:32). El reino de los cielos, que es el reino de la armonía universal, la consciencia ininterrumpida del bien, realmente está presente porque Dios está presente. Pero para estar conscientes de su presencia, tenemos que velar para no dar nuestro consentimiento al temor, que pretende apartarnos del bien. A menudo Cristo Jesús, antes de realizar una curación, consolaba a aquellos que iba a salvar del pecado, el peligro o la enfermedad, diciéndoles que no tuvieran temor.
El temor es uno de los elementos que son la raíz de la enfermedad, y con frecuencia se oculta detrás de emociones erróneas, como son la timidez, la agresividad, el odio o la venganza. Para liberarnos de la enfermedad o de esas actitudes negativas, debemos primero desarraigar el temor. Encontramos una confirmación de esto en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana: “La causa de toda así llamada enfermedad es mental, un temor mortal, una creencia o convicción equivocadas de que la mala salud es necesaria y que tiene poder; también es un temor de que la Mente sea incapaz de defender la vida del hombre e incompetente para controlarla” (pág. 377).
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