¿Te imaginas cómo sería si cada miembro de tu iglesia filial hubiera visto a Jesús después de la resurrección? ¿Serían los servicios religiosos de tu filial diferentes? ¿Sería acaso el ambiente de la Escuela Dominical más animado?
La resurrección de Jesús transformó a quienes la presenciaron. El hecho de ver su vida revigorizada, que no había sido tocada por las condiciones materiales, debe de haber transportado a sus discípulos más cercanos, a un universo mental diferente, por encima del sentido de vida en la materia, a la comprensión de la realidad de la existencia espiritual, y de la solidez de la presencia y el poder de Dios. Jesús les había hablado a sus discípulos de esta consciencia espiritualizada, o del reino de los cielos dentro de nosotros, que ellos percibieron en diferentes grados antes de su resurrección. Pero cuando él regresó a ellos ileso después de la crucifixión, ese reino de los cielos irrumpió en su experiencia de una manera que lo cambió todo.
Por un lado, la nueva comprensión que adquirieron los discípulos aumentó grandemente su valor. Pasaron de estar encogidos de miedo y reuniéndose en secreto por temor de sus vidas (véase Juan 20:19), a sanar y hablar abiertamente acerca de su fe ante multitudes. El libro Hechos de los Apóstoles en el Nuevo Testamento, muestra que la demostración final de Jesús del poder divino, llevó a que los discípulos estuvieran juntos en un sentido de unidad, camaradería y afecto mutuo basados en la profunda visión que compartían de la naturaleza eterna del hombre como el hijo de Dios.
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