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Elijamos el bien como la realidad

Del número de junio de 2016 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Publicado originalmente en el Christian Science Journal de Noviembre de 2015.


Al mirar nuestro jardín de atrás a través de la ventana de mi cocina, vi a mi hijo, de casi dos años, sentado bajo un hermoso árbol en flor, con unos cachorros en su regazo y dos grandes globos rojos por encima de su cabeza. Se veía tan tranquilo y feliz; me pareció que era la imagen misma de la felicidad pura.

Sin embargo, al volver a mirar por la ventana, vi que uno de los globos se había reventado, y la escena que veía era muy diferente. Ahora, sentado frente a mí, había un niñito triste con la cara roja y lágrimas que corrían por su rostro. Estaba mirando el globo rojo en el suelo, tratando de unir los pedazos, completamente ajeno a los dos encantadores cachorros que jugaban a su lado con la cuerda verde que había sujetado el globo.

Sentí compasión por él. Habíamos visto volar muchos globos y con la mano les habíamos dicho adiós, pero esto era algo nuevo para mi pequeño. Allí estaba sentado, viendo que su globo no se podía reparar. Al evaluar la situación, oré, sabiendo que la felicidad y el amor de Dios por nosotros son permanentes, porque son cualidades espirituales que siempre tenemos de Dios; no dependen de que un globo esté lleno de helio. Supe de todo corazón que el amor de Dios es tierno, dulce, bondadoso y lleno de esperanza.

Golpeé suavemente la ventana para atraer la atención de mi hijo. Cuando me miró, le señalé el otro globo, que seguía flotando por arriba de su cabeza. Sus ojitos siguieron la cuerda verde que se elevaba en el aire, y entonces descubrió el globo que volaba, sonrió y se olvidó por completo del otro globo roto en el suelo. Nuevamente todo estaba bien en “la tierra de ese niño”, y la imagen de contentamiento estaba una vez más en nuestro jardín de atrás. Entonces me vino un pensamiento muy bello: “¡Él eligió el bien!”

“Él realmente eligió el bien”, pensé, “y con tanta naturalidad”. Reconocí que el Amor divino siempre se está comunicando claramente con nosotros, ahora mismo y en todo momento, indicándonos la dirección correcta, apartando nuestros corazones de la tristeza y la enfermedad, y elevándolos hacia la salud, la felicidad y la paz. El Amor está revelando que las cualidades espirituales de alegría y deleite, se expresan permanentemente en nosotros, y que somos el reflejo de Dios, que jamás somos tocados por la decepción, sino que estamos por siempre sostenidos en la bondad de Dios.

Al pensar en lo que acababa de ocurrir, y qué hermoso ejemplo mi hijo me estaba mostrando —del amor y la alegría que se estaba expresando allí mismo en nuestro jardín— empecé a pensar en que necesitaba elegir activamente el bien en mi propia experiencia. Tenía que apartarme de los pensamientos que se me habían presentado recientemente, y que sugerían que mi vida podía desarmarse, volverse triste, quebrantada y sin esperanza, y que algunas cosas en la vida no pueden arreglarse.

A principios de esa semana, yo había tenido una discusión con mi marido. Nosotros discutíamos muy rara vez, pero esta había sido una pelea muy intensa; la discusión se fue agravando acaloradamente, al punto que parecía haber algo en nuestra relación que ya no se podía reparar. Al mismo tiempo, hacía varias semanas que yo tenía un dolor muy fuerte en el estómago. No obstante, sabía que podía sanarse mediante la Ciencia Cristiana, aunque por dentro me sintiera muy mal, acongojada y dolorida.

Había podido hacer mis tareas diarias, pero había tenido que acostarme con frecuencia, entre las actividades. Había estado orando un poco aquí y allá, pero no había orado con tanta diligencia como debía. Pienso que me sentía distraída para orar porque sentía lástima de mí misma. Luchaba con el pensamiento de que no tenía ningún sentido orar porque parecía que no había esperanza alguna. De modo que, al ver a mi hijo en el jardín eligiendo el bien, me sentí agradecida al reconocer que ese pensamiento mórbido y deprimente con el que había estado luchando, no era otra cosa más que la mente mortal; ciertamente no era la verdad que la Mente divina, Dios, me estaba transmitiendo.

Fue entonces que sentí como si el amor de mi Madre Dios, que yo había expresado hacia mi hijo cuando golpeé la ventana y lo alenté a mirar hacia arriba, me estuviera llegando a mí, golpeando la ventana de mi pensamiento, captando amorosamente mi atención, y señalándome lo que era real y bueno. En ese mismo momento, me vino claramente el simple pensamiento de que tenía que apartarme de todo lo que parecía triste y sin esperanza en mi vida, y mirar hacia arriba, hacia la Verdad, Dios, la realidad divina. Mi pequeño había apartado su pensamiento del globo roto, y ahora era hora de que yo me apartara mentalmente del cuerpo y de la evidencia falsa de una vida triste y en declinación.

Recordé un pasaje de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy: “Vuelve tu mirada del cuerpo hacia la Verdad y el Amor, el Principio de toda felicidad, armonía e inmortalidad. Mantén tu pensamiento firmemente en lo perdurable, lo bueno y lo verdadero, y los traerás a tu experiencia en la proporción en que ocupen tus pensamientos” (pág. 261).

Declaré en voz alta: “¡Dios es mi vida!” Yo sabía que Dios, el Amor, no me necesitaba para tratar de arreglar algo que estaba roto, sino que me estaba haciendo señas para que mirara hacia lo alto. El Amor divino nos está por siempre revelando a cada uno de nosotros la idea perfecta, bella, de Dios que realmente somos, siempre sana y completa. En realidad, por ser la propia hija de Dios, yo ya era recta y libre, y mi oración estaba trayendo esta verdad a la luz en mi consciencia en ese mismo momento. ¡Yo estaba eligiendo el bien!

Ciencia y Salud dice: “La Verdad es un alterante para todo el organismo, y puede ‘[sanarlo] completamente’ ” (pág. 371). El dolor se detuvo instantáneamente, y sentí que algo cambiaba, tanto en mi estómago como, lo que es aún más importante, en mi pensamiento, y me sentí libre. Tuve que continuar orando unos días más, hasta que se demostró la curación completa, pero en aquel momento específico, me sentí completamente libre de todo pensamiento opresivo. Simplemente desaparecieron. Yo sabía que había sanado, aunque todavía sentía una pequeña molestia. Y al término del tercer día, me di cuenta de que no había tenido que descansar ni acostarme para nada entre las actividades en todo ese día. Ese fue el fin del problema físico.

A lo largo de las siguientes pocas semanas, mi marido y yo pudimos resolver nuestras diferencias. Esto me demostró que no existe situación alguna que esté fuera del alcance del Amor divino, y que Dios siempre puede liberarnos del dolor y la desesperación cuando recurrimos a Él. ¡Qué diferencia hizo elegir el bien!

Esta experiencia ocurrió hace unos diez años, pero pienso en ella con frecuencia porque fue un ejemplo tan simple y poderoso de lo que puede pasar cuando elegimos activamente el bien, es decir, cuando decidimos conscientemente confiar en que la salud y la felicidad son cualidades de Dios que poseemos ahora mismo, porque Dios está siempre expresándolas en nosotros. Hoy, mi hijo y yo todavía hablamos de vez en cuando acerca de aquel momento con los globos, si alguno de nosotros necesita que se nos recuerde que es necesario apartarnos del testimonio de los sentidos materiales y elevar nuestra mirada hacia el Espíritu. Como nos enseña Ciencia y Salud: “Como el vapor se disuelve ante el sol, así el mal se desvanece ante la realidad del bien. Uno tiene que ocultar el otro. ¡Cuán importante es, entonces, escoger el bien como la realidad!” (págs. 480–481).

Elegir el bien como la realidad significa que rechazamos el cuadro falso de la materia con sus angustias y dolores, y elegimos, en cambio, reconocer que la realidad espiritual está en verdad por siempre presente. Elevar nuestro pensamiento hacia el bien, hacia Dios, trae respuestas y curación. El momento mismo cuando la mente mortal  nos sugiere algo completamente contrario a lo que es bueno, ese es el momento mismo en que tenemos que negar la sugestión reconociendo que es falsa, y confiar de todo corazón en Dios, afirmando la realidad de Su bondad y amor. A medida que eliminamos de nuestro pensamiento todo aquello que es incorrecto, o no proviene de Dios, y elegimos reconocer la presencia y el poder de la Vida, la Verdad y el Amor divinos, somos sanados.

Estoy muy agradecida por comprender más plenamente la importancia de no solo elegir el bien, sino elegir el bien como la realidad para cada uno y todos nosotros ahora mismo.

Publicado originalmente en el Christian Science Journal de Noviembre de 2015.

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