La gracia ha sido definida en parte como “la benevolencia que Dios otorga al hombre”. Pero es en realidad mucho más que recibir la simpatía o buena voluntad de Dios. Él manifiesta Su gracia al darnos sabiduría, inteligencia, intuición espiritual. Es a través de Su gracia que expresamos bondad, gratitud, paciencia, alegría.
Y cuando oramos para renovarnos espiritualmente, expresamos un mayor sentido de seguridad y paz interior. Este sentimiento va mucho más allá de sentirse a salvo o seguros. Demuestra de manera palpable nuestra eterna y constante unidad con Dios.
Todo lo que ocurre en el mundo hoy en día muestra la importancia de conocer la relación que tenemos con nuestro Padre-Madre Dios. ¿No te gustaría tener la certeza de sentirte seguro dondequiera que vayas? ¿No te gustaría saber que puedes vencer cualquier temor que pueda surgir, porque Dios, el Amor, ocupa todo el espacio y, por ende, Él es omnipresente y te protege y cuida constantemente?
En la Biblia leemos: “¿A dónde me iré de tu Espíritu? ¿Y a dónde huiré de tu presencia? Si subiere a los cielos, allí estás tú; y si en el abismo hiciere mi estrado, he aquí, allí tú estás. Si tomare las alas del alba y habitare en el extremo del mar, aun allí me guiará tu mano, y me asirá tu diestra” (Salmos 139:7-10). Este pasaje nos da la certeza absoluta de que jamás estamos separados de nuestro Hacedor.
El Amor divino es todopoderoso. Transforma el pensamiento y el corazón; trae gracia y una sensación de seguridad y armonía, a medida que percibimos cada vez más a nuestro alrededor, la creación espiritual y perfecta de Dios. Comprender el Amor divino nos hace tomar consciencia de que el reino de los cielos no es un lugar lejano, sino una realidad presente aquí y ahora.
En Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras leemos: “Cielo. Armonía; el reino del Espíritu; gobierno por el Principio divino; espiritualidad; felicidad; la atmósfera del Alma” (pág. 587). Este es el estado de pensamiento y de seguridad que podemos alcanzar cada vez más en la vida, a medida que comprendemos nuestra unidad con Dios y percibimos que, como dijo Cristo Jesús, somos uno con el Padre (véase Juan 17:21).
Patricia del Castillo
