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Superó la tristeza

Del número de junio de 2016 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Original en español


Durante varios años, fui una persona muy solitaria, y a pesar de que tenía logros y trabajaba muy bien, no me sentía satisfecha con mi vida. Había algo que no me dejaba ser feliz. Hasta que un día, comencé a orar por esto y a reflexionar profundamente sobre lo que me sucedía, como si estuviera hablando con Dios, y me vino al pensamiento la pregunta: “¿Qué es la tristeza?” La respuesta no tardó en llegar. Casi instantáneamente me vino este pensamiento: “Voluntad humana no satisfecha”.

Para mí, esa respuesta fue como si hubiera visto la cara del error. Por supuesto, hay circunstancias en las que la gente tiene verdaderas razones para sentirse acongojada o triste, y necesita sanar esos sentimientos. Pero me pareció ridículo estar triste por no satisfacer la voluntad humana. Eso no coincidía con lo que enseña la Ciencia Cristiana acerca de Dios: que Él es el Amor omnipresente, y que el hombre es Su hijo amado. Nuestro Padre-Madre, Dios, es nuestra verdadera y única fuente de felicidad. Mary Baker Eddy escribe: “Sólo los goces más elevados pueden satisfacer los anhelos del hombre inmortal. No podemos circunscribir la felicidad a los límites del sentido personal. Los sentidos no confieren goces verdaderos” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 60-61).

De pronto me pareció como si me hubieran quitado un peso muy grande de encima, y me sentí totalmente libre. Estaba asombrada al ver cómo esa respuesta certera había quitado tantos años de tristeza. Y aún hoy, cuando algún pensamiento triste trata de instalarse en mi mente, me pregunto: “¿Es voluntad humana no satisfecha?” Si veo que es así, lo elimino y confío en que Dios está a cargo de mi vida.

Desde entonces ya no me he sentido triste. Tengo la certeza de que estamos gobernados por Dios, que Él dirige nuestro día, y que todo lo que proviene de Dios es bueno, y es lo que necesitamos.

Esta nueva percepción de Dios me ha ayudado a resolver otros problemas. En una ocasión, enfrenté un duro golpe en mis relaciones familiares. En ese momento me ayudó un himno del Himnario de la Ciencia Cristiana que dice en parte:

“La tristeza no perturba
       el fulgor de la Verdad,
si ponemos en la Mente
       por completo nuestro amor”
       (Nellie B. Mace, Christian Science Hymnal Nº 370, traducción español © CSBD).

Esa experiencia me dejó una enseñanza muy buena, porque entendí que la relación que tenemos con Dios no puede romperse, y si mantenemos nuestro pensamiento en armonía con Dios, con la Verdad divina, podemos resolver cualquier situación. Así que empecé a pensar acerca de nuestra unidad con Dios, y todas las cosas volvieron a la normalidad, y siguen siendo perfectas.

En otra ocasión, me preparaba junto a mi esposo para ir desde la localidad donde vivimos en Santa Fe, a la ciudad de Buenos Aires. Una mañana muy temprano, estábamos listos para poner el equipaje en la camioneta, cuando de pronto me caí sobre un cantero de cemento, golpeándome la nariz y el labio. En seguida empezó a salir sangre, pero me levanté inmediatamente sintiéndome segura de que no había pasado nada, como dice Ciencia y Salud: “Bajo la divina Providencia no puede haber accidentes, puesto que no hay lugar para la imperfección en la perfección” (pág. 424). Mantuve mi pensamiento firme en esto.

Mi esposo se preocupó al verme y me sugirió que me recostara a descansar un rato. Pero yo sabía que eso era lo que quería la mente mortal, que me acostara y me diera por vencida, aceptando, por tanto, que el incidente había sido real. Entonces me limpié la cara y salimos de viaje. Llevaba conmigo Ciencia y Salud, así que durante el camino fui leyendo la “declaración científica del ser”, la cual dice en parte: “No hay vida, verdad, inteligencia ni sustancia en la materia. Todo es la Mente infinita y su manifestación infinita, pues Dios es Todo-en-todo” (pág. 468).

Continué afirmando esa verdad. Me sentía libre y segura. Comprendí que necesitaba librarme de la creencia falsa de que por un momento yo había estado separada de Dios. Declaraba la verdad de mi identidad espiritual como hija de Dios, y me sentía segura del amor, protección, cuidado y guía de Dios.

Para cuando llegamos a Buenos Aires, unas cinco horas después, ya estaba mucho mejor. La inflamación había disminuido, y no tuve problema alguno para ingerir alimentos, ni impedimentos para realizar las tareas normales. Sané muy pronto y no me quedó ninguna cicatriz.

Cuán importante es cambiar nuestro pensamiento sobre cualquier situación adversa, y centrarlo en la Mente divina, sabiendo que es la que gobierna todo armoniosamente, expresando su dominio y bondad. La Mente nos piensa, y nos piensa muy bien y perfectos.

María Antonia Caporizzo, Santa Fe

Original en español

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