Las Lecciones Bíblicas de la Ciencia Cristiana, que son el centro de nuestros servicios religiosos, a menudo incluyen o se refieren al relato de la creación que se encuentra en el primer capítulo del Génesis. Es un buen recordatorio del origen espiritual del hombre y el universo, y explica cómo Dios contempló cada elemento y declaró que era muy bueno.
Últimamente he estado pensando en un pasaje en particular. El mismo dice: “Después dijo Dios: Produzca la tierra hierba verde, hierba que dé semilla; árbol de fruto que dé fruto según su género, que su semilla esté en él, sobre la tierra. Y fue así. Produjo, pues, la tierra hierba verde, hierba que da semilla según su naturaleza, y árbol que da fruto, cuya semilla está en él, según su género. Y vio Dios que era bueno” (Génesis 1:11, 12).
Un domingo estaba escuchando la Lección en mi filial de la Iglesia de Cristo, Científico. Cuando leyeron ese pasaje, comprendí por primera vez la maravillosa eficiencia de la creación. La semilla dentro de sí misma indica la sustentabilidad y continuidad de la creación, establecida por Dios, la Mente divina. Mary Baker Eddy escribe: “Esta Mente forma ideas, sus propias imágenes, subdivide e irradia la luz que les es prestada, la inteligencia, y así explica la frase de las Escrituras: ‘cuya semilla está dentro de sí misma’. De esta manera las ideas de Dios ‘se multiplican y llenan la tierra’” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 511). La creación refleja la fuente inagotable de todo lo bueno, lo cual a su vez produce el bien. Sin su perpetuidad, la creación estaría incompleta.
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