Era una imagen poderosa para una tierra árida. Para el profeta, la paz no era simplemente la ausencia de conflicto, es decir, calma o tranquilidad. La paz era una fuerza irresistible, fresca y constante que sustentaba toda la vida. Restablecía al empobrecido y al abatido. Al no verse afectada por los límites humanos, recorría todas las naciones, conectándolas y sosteniéndolas con las mismas aguas vivas. Lo que es más importante: provenía de Dios.
La paz como un río (véase Isaías 66:12) no se evapora al término de la temporada navideña, después de que hemos empaquetado las decoraciones festivas y regresado a las actividades del nuevo año. “¡En la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!” (Lucas 2:14) continúa fluyendo a través de nuestros pensamientos y vidas, y de las comunidades. Pero como se trata de un poder espiritual, se requiere discernimiento espiritual para reconocerlo y extraer del mismo curación y restauración.
¿Puede realmente tal poder estar presente cuando los titulares hablan a gritos de las confrontaciones internacionales y los conflictos locales? ¿Existe acaso una paz que sea una presencia duradera y positiva, y no solo un momento de calma entre estallidos violentos? ¿Cómo accedemos a esa paz cuando tenemos miedo o estamos desalentados?
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