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La paz como un río

Del número de julio de 2016 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Publicado originalmente en el Christian Science Sentinel del 11 de enero de 2016.


Era una imagen poderosa para una tierra árida. Para el profeta, la paz no era simplemente la ausencia de conflicto, es decir, calma o tranquilidad. La paz era una fuerza irresistible, fresca y constante que sustentaba toda la vida. Restablecía al empobrecido y al abatido. Al no verse afectada por los límites humanos, recorría todas las naciones, conectándolas y sosteniéndolas con las mismas aguas vivas. Lo que es más importante: provenía de Dios.

La paz como un río (véase Isaías 66:12) no se evapora al término de la temporada navideña, después de que hemos empaquetado las decoraciones festivas y regresado a las actividades del nuevo año. “¡En la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!” (Lucas 2:14) continúa fluyendo a través de nuestros pensamientos y vidas, y de las comunidades. Pero como se trata de un poder espiritual, se requiere discernimiento espiritual para reconocerlo y extraer del mismo curación y restauración.

¿Puede realmente tal poder estar presente cuando los titulares hablan a gritos de las confrontaciones internacionales y los conflictos locales? ¿Existe acaso una paz que sea una presencia duradera y positiva, y no solo un momento de calma entre estallidos violentos? ¿Cómo accedemos a esa paz cuando tenemos miedo o estamos desalentados?

La respuesta más simple y más profunda es seguir el ejemplo de Jesús, que continuamente se volvía en oración a Dios, el Espíritu. El Espíritu imparte un punto de vista espiritual, una visión verdadera, de todos como hijos de un mismo Padre, un eterno Padre-Madre. Entonces, ¿cómo un Dios infinitamente bueno percibiría y conocería a estos hijos? ¿Qué cualidades espirituales definen su verdadera identidad? ¿Podría el enojo pertenecer al hijo de Dios? ¿Podría el odio? ¿El temor? ¿La desesperanza?

No. Ninguno de ellos puede ser el resultado de una fuente infinita y amorosa. Así que nuestro Maestro pudo rechazarlos con autoridad espiritual porque no tenían legitimidad, poder y presencia. Y esto tuvo un efecto tangible. Los habitantes del lugar habían conocido por mucho tiempo a un hombre mentalmente inestable y violento que corría desnudo entre las tumbas, así que se sorprendieron al descubrir a este mismo hombre vestido y sentado tranquilamente a los pies de Jesús, con su salud mental completamente restaurada (véase Marcos 5:1-20). La paz espiritual, una vez más fluía a través de la vida del hombre y, por extensión, a través de la comunidad.

Puede ser tentador consentir en una visión de que la realidad está llena de gente y acontecimientos impredecibles, o ser hipnotizados por los círculos interminables de noticias que describen escenas trágicas. Pero Dios nunca nos deja sin lo que necesitamos para liberarnos individual o colectivamente.

“En la desolación de la comprensión humana, el Amor divino oye y responde al llamado humano que pide ayuda; y la voz de la Verdad da a conocer las verdades divinas del ser que salvan a los mortales de los abismos de la ignorancia y del vicio. Esta es la bendición del Padre. Instruye la vida humana, guía el entendimiento, llena la mente con ideas espirituales, renueva la religión judaica, y revela a Dios y al hombre como el Principio e idea de todo bien” (Mary Baker Eddy, Escritos Misceláneos 1883-1896, pág. 81-82).

Se pone al descubierto que la premisa completa del mal es una mentira. La Ciencia Cristiana adopta una postura radical en defensa de la realidad del bien solamente, y la inseparabilidad de Dios y el hombre. La naturaleza infinita de Dios como Amor y Verdad no puede ser separada de cada uno de nosotros, así como el sol no puede ser separado de los rayos de luz. El Amor no está separado de las ilimitadas expresiones de amor y bondad. La Verdad no está separada de la inquebrantable honestidad e integridad que comprenden nuestra verdadera individualidad.

Esta unidad con nuestra fuente divina es el hecho espiritual al que nos aferramos cuando somos confrontados por la imagen opuesta. Por medio de la oración concienzuda y constante, la mantenemos y retenemos hasta que parece cierta en nuestros corazones, y sentimos su poder para sanar: “…y esta paz fluye como un río hacia una eternidad sin riberas” (Escritos Misceláneos, pág. 82).

La mayoría de nosotros hemos visto cómo una situación difícil cede a este poder del bien. Hace algunos años asistí a una reunión de planificación de una organización formada por diversos grupos religiosos con ideologías igualmente diversas. Habían trabajado juntos durante décadas para responder a las necesidades de la comunidad. Pero esta reunión se realizó justo después de una decisión judicial sobre un tema polémico. Los que estaban sentados a la mesa tenían opiniones firmes respecto a si se trataba de un resultado positivo o negativo. Cuando se hizo un comentario provocativo, hubo mucha tensión en la sala. Las relaciones de trabajo de largo tiempo de repente parecieron demasiado frágiles.

Todo el grupo se volvió a la mujer que presidía la reunión para que diera luz verde al debate completo del tema. Ella era una persona tranquila, considerada, e hizo una larga pausa. Muchos de nosotros nos dimos cuenta de que no dudaba. Ella estaba orando. Y sumamos nuestras oraciones silenciosas a las de ella. Cuando finalmente habló, sus palabras pusieron con toda dignidad el tema de disensión a un lado, y nos dirigieron enteramente al propósito para el que estábamos allí: coordinar nuestros esfuerzos colectivos para ayudar a un grupo de mujeres y niños en necesidad.

Y allí estaba. La paz como un río para calmar la hostilidad en la sala y restablecer la percepción de que la presencia y el amor de Dios nos llevaban hacia adelante. Fue tan poderoso, tan palpable, que todos comentamos sobre ello más tarde.

La verdadera paz va más allá de los esfuerzos humanos. Requiere entender que su fuente divina está en Dios. Cada uno de nosotros tiene su parte individual en reconocer y ceder a lo que Dios es y hace por ser la fuente de esta paz. Al reconocer la naturaleza imparcial e inclusiva del Espíritu, nos uniremos al profeta en ver lo que realmente está fluyendo continuamente hacia nosotros y a través de nosotros, y alrededor de todos nosotros.

Robin Hoagland

Publicado originalmente en el Christian Science Sentinel del 11 de enero de 2016.

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