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No quedó rastro del accidente

Del número de julio de 2016 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Original en portugués


A mediados de octubre de 2011, mi hija, que en aquel entonces tenía cinco años, se cayó de una silla, golpeándose la parte de atrás de la cabeza contra la esquina de la mesa. Mi esposa me llamó para contarme lo que había pasado, y me dijo que la cabeza de la niña estaba sangrando. Ella consoló a la niña y pasó un tiempo limpiando la herida con agua. También dijo que nuestra hija se había dormido, lo cual, yo había escuchado decir, no era una buena señal en casos de lesiones en la cabeza.

Yo sabía que las verdades espirituales que había estado aprendiendo en la Ciencia Cristiana eran confiables, eficaces y estaban disponibles inmediatamente, así que empecé a orar por la niña. Me encontré con mi esposa y mi hija en la estación del metro, y me comuniqué con una enfermera de la Ciencia Cristiana, quien nos recogió allí, nos llevó a su casa, y bondadosamente atendió la herida de mi hija. Me sentí agradecido porque la salud de mi familia fuera atendida con la Ciencia Cristiana.

Esta enfermera nos guió a llamar a una practicista de la Ciencia Cristiana y pedirle tratamiento por medio de la oración. También nos dio un ejemplar de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy, para que leyéramos mientras estábamos allí. Mientras la enfermera limpiaba y cerraba la herida, yo conversé con la practicista por teléfono, y mi esposa leyó Ciencia y Salud. Cuando salimos de la casa de la enfermera, nuestra niña ya estaba muy tranquila y sin dolor.

Me sentí muy reconfortado de hablar con la practicista, quien con mucho afecto trató a nuestra hija con la oración. Me dijo que en el reino de Dios jamás puede ocurrir un accidente, porque no hay accidentes en la realidad divina; sus palabras realmente me tranquilizaron. Más tarde, me di cuenta de que esta idea está basada en todo lo que escribe Mary Baker Eddy sobre los accidentes, por ejemplo: “Bajo la divina Providencia no puede haber accidentes, puesto que no hay lugar para la imperfección en la perfección” (Ciencia y Salud, pág. 424). Puesto que no hay accidentes en la realidad espiritual, la única realidad verdadera, no podemos sufrir los efectos de un accidente, tal como una herida. Comprendí que cualquier evidencia contraria que muestre que debemos inevitablemente sufrir las consecuencias de estar sujetos a la suerte, es meramente una creencia material falsa, que puede ser destruida comprendiendo que Dios, el Principio divino, es Todo y gobierna todo el universo en perfecto orden.

No obstante, me di cuenta de que tenía que tratar específicamente en mi propio pensamiento, mi temor de que la niña se hubiera dormido después de haberse caído, y que se le tendrían que haber sacado radiografías para asegurarnos de que el hueso no había tenido ninguna fisura o fractura. Pero este pasaje de Ciencia y Salud me ayudó: “Cuando los primeros síntomas de enfermedad aparezcan, impugna el testimonio de los sentidos materiales con la Ciencia divina. Deja que tu concepto más elevado de justicia destruya el falso proceso de las opiniones mortales que tú llamas ley, y entonces no estarás confinado en un cuarto de enfermo ni postrado en un lecho de dolor en pago del último cuadrante, el último castigo exigido por el error” (pág. 390). Me di cuenta de que nuestra hija no tenía que pagar el “último cuadrante” que exigía la opinión humana de que uno no debe dormirse después de una caída, opinión que yo había transformado en ley. También me di cuenta de que someterla o no a un examen de rayos-X no cambiaría la verdad espiritual de que la verdadera existencia de toda la creación de Dios, incluida mi hija y todos nosotros, es espiritual y perfecta, y que nada —ningún accidente— puede cambiar este hecho.

Nuestra hija tuvo un vendaje por unos días, y la enfermera de la Ciencia Cristiana lo cambió durante este período. Al día siguiente después del incidente, la niña estaba de regreso en la guardería, y nadie expresó preocupación por ello o por la salud de nuestra hija.

En el término de una semana no había rastro de la herida. Debo señalar que, excepto en el momento cuando se cayó, mi hija no estuvo atemorizada ni dolorida. Hoy, ella tiene diez años y es una niña muy saludable y feliz.

Estoy muy agradecido por esta curación, pero aún más agradecido por el crecimiento espiritual que se produjo como resultado.

Marco Antonio de Paula, São Paulo

Original en portugués

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