Justo antes de ascender Cristo Jesús transmitió a sus discípulos y futuros seguidores esta imperiosa misión: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura… Y estas señales seguirán a los que creen: En mi nombre echarán fuera demonios; hablarán nuevas lenguas; tomarán en las manos serpientes, y si bebieren cosa mortífera, no les hará daño; sobre los enfermos pondrán sus manos, y sanarán” (Marcos 16:15, 17, 18).
En síntesis, Jesús nos llamó a nosotros —a todos sus seguidores— a que fuéramos sanadores. Pero entender el completo significado de ese llamado, requiere que contemplemos toda su vida. De los numerosos términos que nos ayudarán a entender lo que se quiere decir con curación, considero que tres de ellos son sumamente útiles: vida, mente centrada en el Espíritu y luz.
En cierto sentido, podríamos decir que todo respecto al Salvador, comenzando con su nacimiento virginal, fue una especie de testimonio para el mundo. La vida de Jesús fue un testimonio de lo que Dios estaba revelando, a través de Jesús, acerca de la realidad misma de Dios, y de nuestra realidad como creación de Dios. Un versículo en el libro de Deuteronomio ofrece un claro discernimiento acerca de la naturaleza de nuestra relación con Dios: “Porque él es vida para ti” (30:20). Todo acerca de la existencia de Jesús era testimonio de esta verdad. Realmente, Dios era su Vida. Y él esperaba que nosotros aceptáramos esto como verdad acerca de nuestra propia existencia también. Dijo: “Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Juan 10:10).
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