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Recuperé la consciencia

Del número de julio de 2016 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Original en español


En el verano, decidimos ir de vacaciones con varios miembros de nuestra familia a Carmelo, una pequeña y tranquila ciudad del interior de Uruguay. Esto nos permitiría descansar y compartir juntos unos días.

Una vez que nos instalamos en el hotel, mis padres se quedaron en su cuarto, y yo me fui con mis primas y tíos a la piscina. Al entrar en la piscina no vi que había un escalón y me doblé el pie derecho. En ese instante comencé a orar, como aprendí en la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana, sabiendo que ese dolor no era real porque Dios no lo creó, y que nada podía privarme de disfrutar ese agradable momento junto a mis primas. Luego de unos minutos el dolor desapareció y continuamos pasándola bien en la piscina.

Estábamos jugando y sacando fotos, cuando de pronto mientras caminaba hacia atrás, al dar un paso resbalé y no logré hacer pie. Como no sé nadar empecé a hundirme, así que no pude salir a flote. 

Cuando sentí que me estaba ahogando, me vino la idea de que Dios era quien me guiaba y me cuidaba todo el tiempo, lo que me dio la seguridad de que los accidentes no eran reales en el reino de Dios. En ese momento perdí el conocimiento y no vi ni escuché nada más.

Más tarde me contaron que después de unos cuantos minutos, mis tíos lograron sacarme de la piscina, y acostarme para tratar de reanimarme. Estuve inconsciente unos diez minutos.

Mi tía llamó inmediatamente a mi mamá y le contó lo que estaba sucediendo y que yo no recuperaba el conocimiento. Mi mamá se mantuvo en calma y serenidad, poniendo toda su confianza en Dios, sabiendo que Él cuidaba de mí en todo momento. Afirmó y reconoció la Verdad pensando en lo que dice en parte Mary Baker Eddy en la definición de niños: “Los pensamientos y representantes espirituales de la Vida, la Verdad y el Amor” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 582).

Todos en mi familia somos estudiantes de la Ciencia Cristiana. Mis padres, tíos, así como mis primas, oraron por mí desde el principio, declarando las verdades espirituales que habíamos estado aprendiendo desde hacía mucho tiempo.

Cuando mi madre llegó a mi lado, me dijo al oído: “Seba, mamá está acá, ¡todo está bien, Dios te está cuidando!” Minutos más tarde reaccioné sujetándole fuertemente la mano. No recuerdo nada de lo que pasó durante los minutos entre que perdí y recuperé la consciencia. 

El personal del hotel llamó a la asistencia médica, los bomberos y la policía. Cuando llegaron los paramédicos constataron que ya había recuperado el conocimiento, que no había tragado agua y que podía responder correctamente todas las preguntas que me hacían, sin titubear. No me proporcionaron ningún tipo de medicación, sólo indicaron descanso.

Después, pude comunicarme telefónicamente con mis hermanos, que también son Científicos Cristianos, y ya estaban al tanto de lo sucedido, aunque se encontraban a muchos kilómetros de distancia. Hablé sin dificultad alguna con cada uno de ellos.

Por la noche, cuando me acosté a descansar comencé a sentirme afiebrado, así que nuevamente junto a mis padres oramos y reconocimos que mi salud es inalterable, que mi vida reflejaba la armonía inmutable de Dios, y que nada podía afectarme puesto que la Mente divina nos protege en todo momento. Fue entonces cuando recordamos el Himno N° 350 del Himnario de la Ciencia Cristiana. En muchas oportunidades lo habíamos cantado en los servicios religiosos de mi Iglesia. Este himno dice en parte: “…Su verdad aplicaremos y en Su amor descansaremos. Dios es quien nos satisface ¡todo está bien!” (Mary Peters, Adapted, Nº 350, traducción español © CSBD).

Otra idea que nos ayudó a mantener la calma y saber que todo estaba bien, se encuentra en la Biblia: “Porque en él vivimos, y nos movemos, y somos…” (Hechos 17:28). Por lo tanto, no debíamos temer nada.

Luego de orar por un rato, la fiebre cedió. Con mi mamá conversamos sobre lo sucedido, y comprendimos que habíamos podido comprobar, como en otras circunstancias, que en mi relación con Dios no podía interponerse nada ni nadie. Y mi madre me dijo: “¿Viste cómo Dios llegó antes que mamá?” Pero yo le respondí con firmeza: “No. ¡Él ya estaba allí conmigo!”

Al haber ocurrido en un lugar público y en una ciudad relativamente pequeña, este acontecimiento no pasó desapercibido. La gente allí presente fue testigo de lo que ocurrió, y luego la noticia se propagó de boca en boca. Así que, mientras permanecimos en el hotel, la gente al verme a mí o a alguien de mi familia, preguntaba por lo sucedido, y mostraba interés en saber cómo me encontraba físicamente.

A la mañana siguiente, mi familia me consultó si deseaba continuar vacacionando o volver a casa. Mi respuesta fue que no había ninguna razón para acabar con las vacaciones antes de lo planificado.

Con esta experiencia comprendí y comprobé una vez más lo que aprendo en la Escuela Dominical con respecto a que la Vida es ilimitada, y que por ser el reflejo perfecto de Dios, expreso Vida, por tanto podíamos continuar disfrutando de cada momento, agradeciendo a Dios por las experiencias vividas con completa vitalidad.

Sebastián Grigera Casa, Montevideo

Original en español

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