En el verano, decidimos ir de vacaciones con varios miembros de nuestra familia a Carmelo, una pequeña y tranquila ciudad del interior de Uruguay. Esto nos permitiría descansar y compartir juntos unos días.
Una vez que nos instalamos en el hotel, mis padres se quedaron en su cuarto, y yo me fui con mis primas y tíos a la piscina. Al entrar en la piscina no vi que había un escalón y me doblé el pie derecho. En ese instante comencé a orar, como aprendí en la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana, sabiendo que ese dolor no era real porque Dios no lo creó, y que nada podía privarme de disfrutar ese agradable momento junto a mis primas. Luego de unos minutos el dolor desapareció y continuamos pasándola bien en la piscina.
Estábamos jugando y sacando fotos, cuando de pronto mientras caminaba hacia atrás, al dar un paso resbalé y no logré hacer pie. Como no sé nadar empecé a hundirme, así que no pude salir a flote.
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