No hace mucho, asistí a un concierto de Navidad en una iglesia de mi comunidad. Las selecciones del Gloria de Vivaldi y El Mesías de Handel, fueron muy inspiradoras y vivificantes. Al mirar a mi alrededor y ver los rostros de gente desconocida, amigos y vecinos, me di cuenta de que la música parecía producir un ambiente de seguridad, aliento, consuelo y tranquilidad. Tal vez, la paz, alegría y elevación espiritual de esta música clásica propia de la época, toca nuestros corazones todos los años. Sin embargo, hace poco percibí particularmente el anhelo de sentir ese fortalecimiento y restauración que alimentan el alma, dondequiera que los encontremos, ya sea en la música, el arte o incluso en los momentos tranquilos de soledad y reflexión.
Ante los recientes actos de terrorismo ocurridos alrededor del mundo, probablemente todos hemos escuchado (o hecho) la pregunta: “¿A dónde ha llegado el mundo?” Es fácil tener temor o sentirse fascinado por los perturbadores informes en las noticias, que nos hablan de las últimas amenazas y desastres. Nuestro pensamiento puede preocuparse rápidamente al sentir la ansiedad, la inseguridad y las admoniciones de estar constantemente en guardia.
Puede que vivamos en tiempos difíciles. Pero ¿son acaso estos tiempos un desafío mucho más grande que el que experimentaron los primeros cristianos? Para los discípulos y seguidores de Cristo Jesús, que vivieron en los primeros días del cristianismo, a menudo el simple hecho de mencionar el nombre de Cristo, de identificarse y ser contado como cristiano, era arriesgar la vida. No obstante, aquellos que percibieron la visión y vieron el infinito valor de las enseñanzas de Cristo, siguieron firmes adelante, a pesar de los obstáculos y seria oposición que enfrentaban. No se quedaron trabados con la pregunta: “¿A dónde ha llegado el mundo?” Como señaló un evangelista del siglo pasado, estaban viendo en cambio el poder del Cristo y proclamando: “¡Miren lo que ha llegado al mundo!” (E. Stanley Jones).
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