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Sin fronteras en el Amor divino

Del número de julio de 2016 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Original en español


Hace algunos meses surgió la posibilidad de hacer un viaje a varios países de América Latina, durante un mes. Con alegría y expectativa por esta hermosa oportunidad de compartir con otros algo que significa mucho para mí, inicié los preparativos para el viaje. Había tantos detalles a tener en cuenta y prever con anticipación, que comencé a sentirme muy ansiosa. Oraba para sentir la guía y el cuidado de Dios. 

Un día, durante el servicio religioso dominical de mi iglesia filial de Cristo, Científico, recibí la respuesta que necesitaba, cuando el lector leyó: “Peregrino en la tierra, tu morada es el cielo; extranjero, eres el huésped de Dios” (Mary Baker Eddy, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 254). El mensaje “eres el huésped de Dios” me hizo comprender que ¡Dios era el mejor anfitrión que yo pudiera tener! Dios –mi Padre-Madre, el Amor divino– me enviaba y me iba a recibir en cada país y cada ciudad que visitara. Dondequiera que fuera el Amor divino estaría allí cuidando de mí. Y eso fue lo que ocurrió. En cada lugar sentí amor y mucha hermandad a mi alrededor. ¡Fue una experiencia maravillosa!

Esto me enseñó la importancia de orar para derribar fronteras mentales que parecieran separarnos de nuestros familiares, de nuestros vecinos, de personas de otras razas, otras religiones o ideologías, o gente que vive lejos de nosotros.

Dios, el único creador del hombre y el universo, no ha establecido fronteras mentales ni físicas. Todos tenemos el mismo origen, el mismo Padre-Madre, la única Mente. Somos hermanos y hermanas en el Amor divino, en un vínculo eterno de armonía y unidad.

Jesús –el Maestro del Cristianismo– enseñó esto en el Sermón del Monte, donde dice que no debemos enojarnos con nuestros hermanos, y habla acerca de la reconciliación, de amar a los demás (véase Mateo 5:21-24).

En la expresión plena del Amor divino no hay odio ni rivalidad, todo es una armoniosa hermandad.

¿Qué es entonces lo que pareciera dividirnos? La Sra. Eddy lo explica de este modo: “La creencia errónea de que la vida, la sustancia y la inteligencia puedan ser materiales quebranta la vida y la hermandad del hombre desde el mismo comienzo” (Ciencia y Salud, pág. 541). Por tanto, lo que pareciera dividirnos es una creencia errónea, un concepto equivocado sobre la existencia, sobre nuestra relación con Dios, nuestra identidad y la identidad de nuestros semejantes.

Es la influencia divina del Cristo, el mensaje de Dios al hombre, la que nos despierta de esa “…creencia errónea de que la vida, la sustancia y la inteligencia puedan ser materiales…” Nos guía a ver a Dios, el Espíritu, el Amor, como el centro de nuestra vida, como la Vida misma, la sustancia ilimitada y la inteligencia divina que reflejamos sin medida. En esta dimensión espiritual vemos qué es verdad en el universo de Dios: Dios es el único Padre-Madre, la única Mente, la fuente infinita del bien. El hombre y el universo son Su idea espiritual completa que se mueve en armonía, en libertad, dentro mismo de la Mente. Bajo el gobierno de esta Mente única no hay conflicto. En la expresión plena del Amor divino no hay odio ni rivalidad, todo es una armoniosa hermandad. En la sustancia infinitamente abundante del Espíritu no hay escasez, no hay avaricia. Cada idea posee el bien sin límites, porque Dios expresa el bien en el hombre. En esta consciencia divina no hay divisiones. Hay unidad y orden en todo. En esta consciencia divina todos tenemos un hogar, porque vivimos a salvo en el Amor divino. Percibir que este reino espiritual del bien es la única realidad ahora,  trae armonía y reconciliación a la experiencia humana.

Esto lo ilustra la historia de Abram (después llamado Abraham) y su sobrino, Lot (véase Génesis, Cap. 13). Como leemos en el Antiguo Testamento, ellos viajaron juntos de Egipto hacia Canaán. La Biblia dice que Abram “era riquísimo en ganado, en plata y en oro”, y que Lot “tenía ovejas, vacas y tiendas”. Abram recurría a la guía de Dios y era fiel a Su dirección. 

En cierto momento, la tierra no fue suficiente para que habitasen juntos, y los pastores de Abram y los de Lot entraron en conflicto. Entonces Abram le propuso a Lot solucionar el altercado porque eran hermanos. En esa época había muchos territorios disponibles para establecerse. De modo que le ofreció a Lot que eligiera dónde quería vivir. Lot –utilizando la lógica humana– eligió la llanura del Jordán, de riego y muy fértil. Y Abram acampó en la tierra de Canaán.

Lot podría representar un estado mental sumergido en la materia, esa “…creencia errónea de que la vida, la sustancia y la inteligencia puedan ser materiales…” Considerar que el hombre depende de la materia para vivir, que lo sustancial es la materia, lleva a la limitación, a pensar que no hay suficiente bien para todos, a la competencia por recursos escasos, la rivalidad y el conflicto. De hecho, Lot habitó en Sodoma, que, como Gomorra, era una población entregada al sensualismo. Cuando estas poblaciones entraron en guerra, Lot fue hecho prisionero por el enemigo y le quitaron sus bienes. Cuando Abram se enteró de lo que había ocurrido, fue a liberarlo y recuperó sus posesiones (véase Génesis 14:8-16). Sin embargo, más adelante, Lot debió huir justo a tiempo, antes de que estas ciudades fueran destruidas, y terminó viviendo en una cueva (véase Génesis, Cap. 19).

Abram, por otro lado, representa un estado mental más espiritualizado, que ama a su prójimo, que se vuelve hacia Dios como su Vida, ese manantial del bien infinito que está disponible satisfaciendo toda necesidad. Después de permitir que Lot eligiera la tierra que quería, Dios, la Mente divina, fuente de toda inteligencia, insta a Abram a elevar su mirada hacia un punto de vista espiritual sobre la vida y la sustancia, cuando le dice: “Alza ahora tus ojos, y mira desde el lugar donde estás hacia el norte y el sur, y al oriente y al occidente. Porque toda la tierra que ves, la daré a ti y a tu descendencia para siempre. Y haré tu descendencia como el polvo de la tierra”. 

La tierra que Dios le estaba prometiendo a Abram era mucho más que un territorio físico, fértil, productivo y promisorio. Abram estaba despertando a la realidad espiritual de la vida. Estaba viendo que él ya poseía el bien ilimitado de parte de Dios, que es el único Hacedor del hombre. Podríamos decir que estaba encontrando la verdadera sustancia en el Amor divino, la Verdad, y el Alma; esa sustancia que no se divide, sino que se multiplica infinitamente.

El profeta Isaías prefiguró la necesidad de abandonar el concepto erróneo de la existencia en la materia, para despertar a este reino divino de armonía, cuando habló del reinado universal de Dios diciendo: “El monte de la casa del Señor será confirmado como cabeza de los montes; será exaltado por encima de las alturas, y hacia él correrán todas las naciones…. Y ellos convertirán sus espadas en rejas de arado, y sus lanzas en hoces. Ninguna nación levantará la espada contra otra nación, ni se entrenarán más para hacer la guerra” (Isaías 2:2, 4. Versión Reina Valera Contemporánea).

Podemos vivir hoy y siempre en ese reino de la armonía, en la atmósfera del Amor divino, donde no hay fronteras falsas que nos dividan. ¿Cuál puede ser nuestro aporte para ayudar a eliminar las aparentes divisiones mentales y físicas mundiales? Podemos derribarlas en nuestro pensamiento y vida cotidiana. Podemos orar para percibir espiritualmente que el amor de Dios gobierna en todas partes, y tomar consciencia del Cristo, la Verdad, que revela nuestra vida en el Espíritu, en el Amor. Podemos aferrarnos a esta consciencia espiritual de la armonía universal, y amar. Amar incansablemente. Amar sin condiciones.

Original en español

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