Es con mucha alegría que expreso mi gratitud por la Ciencia Cristiana, por todas las bendiciones recibidas, por cada curación que tuve y por haber sido protegido muchas veces.
En 1967 empecé a sufrir de dolores de cabeza y de estómago. Yo “residía” en enfermerías y hospitales cada año, de febrero a mayo, para recibir atención médica que nunca me trajo ningún alivio. De acuerdo con el diagnóstico médico, a menudo tenía parásitos.
En 1976, en octubre para ser preciso, un amigo me dio un ejemplar de la edición en francés de El Heraldo de la Ciencia Cristiana, la cual incluía testimonios de gente sanada por medio del estudio y la práctica de las enseñanzas de la Ciencia Cristiana. Comencé a estudiar la Biblia y Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, por Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana.
Gracias a este estudio, comprendí que “Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones” (Salmos 46:1). También aprendí que fui creado a imagen y semejanza de Dios. Mi verdadero ser no puede ser atacado por la enfermedad, el pecado o la muerte, porque mi identidad es espiritual, y refleja la perfección divina. Por lo tanto, es inexpugnable, sana, armoniosa y eterna. Comprendí que estaba bajo la protección del Amor divino, resguardado de todo error. Al comprender la omnipotencia, la omnipresencia y la omnisciencia de Dios, recuperé la salud. Los dolores de cabeza no han vuelto a manifestarse y los llamados parásitos intestinales han desaparecido, nunca más volvieron, y eso sin la ayuda de ningún tratamiento antiparasitario.
Los problemas financieros también se han resuelto por medio del entendimiento espiritual de que Dios, el Espíritu, es la única fuente de todo el bien. Al ser el hijo de Dios, creado a Su imagen y semejanza, yo reflejo la abundancia divina, la inteligencia infinita que lo conoce todo. Esta verdad es real para cada uno de nosotros. Como la Biblia dice: “Hijo, tú siempre estás conmigo, y todas mis cosas son tuyas” (Lucas 15:31).
Cuando tuve que prepararme para dar un examen para el puesto de director de escuela, organizado por el Ministerio de Educación Nacional de mi país, me apoyé en esta verdad que se encuentra en La unidad del bien, por Mary Baker Eddy: “Ahora bien, este mismo Dios es nuestra ayuda. Él nos compadece. Él tiene misericordia de nosotros y dirige todas las actividades de nuestra vida. Él está cerca de aquellos que Le adoran. Comprenderle —sin una sola mácula de nuestro sentido mortal y finito de pecado, enfermedad o muerte— es aproximarse a Él y asemejarse a Él” (págs. 3-4). Esta verdad fue un gran apoyo para mí. Eliminó el temor y la presión que sentía.
Yo sabía que Dios era la única inteligencia del universo, incluso el hombre. Además, en Dios y Su universo, no hay lugar para la ignorancia, porque Dios lo sabe todo. Él constituye toda la ciencia o conocimiento verdadero, e imparte a Sus hijos este conocimiento ahora y siempre. Comprendiendo que Dios guiaba y afianzaba mi estudio, y con la ayuda mediante la oración de un practicista de la Ciencia Cristiana, obtuve el tercer lugar para los niveles de primaria, secundaria y preparatoria, de una multitud de candidatos.
He recibido tantas bendiciones gracias a la Ciencia Cristiana, que no puedo mencionarlas todas aquí. Expreso mi gratitud a Dios, que nos da la vida por medio de la ley del Espíritu, que nos ha dado a Cristo Jesús, nuestro Mostrador del camino y Salvador. Dios nos envió el Consolador, el Espíritu de Verdad, o la Ciencia divina, que fue descubierta por nuestra amada Guía, Mary Baker Eddy. Ser miembro de La Iglesia Madre es también un motivo de gratitud para mí y una gran bendición, así como la instrucción de clase Primaria, que tomé con un maestro dedicado. Dedicarme tiempo completo a la práctica de la Ciencia Cristiana me hace estar profundamente agradecido a Dios.
Kumbetiko Lusakueno, Mbanza-Ngungu
Original en francés
