El poeta inglés del siglo XVIII, Alexander Pope, escribió: “El orden es la primera ley del cielo”, una cita que se menciona a menudo, y a cuyas palabras hace referencia Mary Baker Eddy diciendo que “son tan eternamente ciertas, tan axiomáticas, que han llegado a ser una verdad incontestable, y la sabiduría que encierran es tan obvia en la religión y en la erudición, como en la astronomía o en las matemáticas” (Retrospección e Introspección, pág. 87).
Es en verdad axiomático —es decir, evidente por sí mismo— que “el orden es la primera ley de los cielos”, porque la ausencia de orden es caos, y el caos no tiene estructura, por lo tanto, no tiene identidad o individualidad, no tiene expresión, ni belleza, ni función ni ningún propósito. Para mí, uno de los ejemplos más conmovedores de la acción de la ley para establecer y mantener el orden, está revelado en las asombrosas fotografías de nuestro universo exquisitamente ordenado, que tomó el telescopio Hubble. Sin embargo, en general se piensa que este magnífico orden celestial es el resultado de fuerzas materiales aleatorias, carentes de inteligencia, que están en operación, es decir, leyes gravitacionales, electromagnéticas, y fuerzas nucleares fuertes y débiles. Por el contrario, la Ciencia Cristiana explica que las fuerzas fundamentales son en realidad espirituales, que “los así llamados gases y fuerzas materiales son falsificaciones de las fuerzas espirituales de la Mente divina…” (Mary Baker Eddy, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 293).
El hecho es que por más materiales que el universo y sus leyes parezcan ser a los sentidos materiales, el universo, todo en él, y todas las leyes gobernantes que mantienen su orden, son espirituales, y pertenecen a Dios, el Espíritu. Y es así precisamente como el universo —incluida nuestra tierra— aparece ahora mismo al sentido espiritual. “Para el sentido material, la tierra es materia; para el sentido espiritual, es una idea compuesta”, explica el libro de texto de la Ciencia Cristiana (Ciencia y Salud, pág. 585). La gloriosa verdad de la espiritualidad del hombre, el universo y la ley —allí mismo donde estos parecen ser materiales para el sentido material— fue revelada mediante el ministerio de Cristo Jesús, quien demostró claramente el hecho de que todas las leyes de la física ceden a la metafísica divina.
Las diversas fuerzas espirituales que constituyen la energía y la acción perpetua del Espíritu, forman la suma total de la ley verdadera, la Ciencia divina, o el Espíritu Santo. La Ciencia Cristiana también revela que estas fuerzas no son diversas y separadas, como los físicos han creído por tanto tiempo —habiendo estado supuestamente unidas solo en los primeros momentos de la creación de un universo material— sino diversas y eternamente unificadas, y emanan de una sola fuente: Dios, el Principio y Mente divinos de toda la creación. Y puesto que la Mente es el Amor divino, estas fuerzas nunca pueden dejar de “cooperar”, nunca pueden actuar fortuitamente, nunca pueden expresar menos que una inteligencia completamente consciente, precisa, inofensiva.
De modo que todo orden verdadero —en la tierra como en el cielo— desde el macrocosmos del cosmos, al microcosmos de la vida diaria de un individuo, con todas sus demandas prácticas para que haya orden, es el resultado y la evidencia de que la ley inteligente de Dios está en operación.
El hecho es que debido a que la ley de Dios llena todo el espacio, el orden llena todo el espacio, porque la ley y su efecto, el orden, son inseparables. Pero el sentido material, al no tener conexión alguna con la Mente eterna, no puede discernir el orden claro y original que la Mente está revelando. Dado que el orden divino solo puede discernirse mediante el sentido espiritual, la consciencia humana tiene que abandonar la ilusión de un así llamado hombre material, gobernado por leyes materiales, y ceder al hecho de nuestro origen, identidad y continuidad espirituales presentes. Este es el hombre, esta es la creación, sometiéndose naturalmente al gobierno de la ley del orden de Dios. Mediante las funciones de esta ley multifacética, el Amor divino gobierna y controla cada una de sus ideas individualmente, y todas las ideas colectivamente, aquí mismo y ahora, en la tierra como en el cielo.
Ceder de buena gana a que la operación de la ley divina diseñe el día, es muy natural, alegre, liberador y reconfortante.
Una de las grandes maravillas de la naturaleza es el asombroso y bello fenómeno de las bandadas de pájaros, aves que vuelan juntas en pequeños y medianos grupos, que incluso pueden superar el millón. No obstante, por más densamente que se agrupen —o cuántas veces, o cuán rápidamente la bandada cambie de dirección— nunca se produce un choque. Investigadores, físicos, matemáticos, han buscado por mucho tiempo la respuesta a este aparente misterio, y algunos han desarrollado intrigantes teorías. Sin embargo, este asombroso e inspirador suceso aviario, solo puede comprenderse totalmente cuando se reconoce que la inteligencia que mantiene este perfecto orden en movimiento, no se origina en las aves, sino en Dios, la Mente y sustancia de toda la creación, la Mente en la que mora toda la creación, aquí y ahora, “Porque en él [Dios, la Mente] vivimos, y nos movemos, y somos” (Hechos 17:28). La Mente divina sincroniza simultáneamente la posición, dirección y velocidad de las aves, manteniéndolas en perfecta armonía unas con otras.
El libro de texto explica: “La Mente inmortal, que gobierna todo, debe ser reconocida como suprema tanto en el así llamado reino físico como en el espiritual” (Ciencia y Salud, pág. 427). Es esencial ver que estos fenómenos, como las bandadas de aves, son el resultado de la ley del orden de Dios en operación —como “la Mente inmortal, que gobierna todo”, aquí mismo en la tierra— más que simplemente un suceso misterioso natural, puesto que una ley tiene una aplicación práctica y universal.
La ley universal del orden del Amor es por siempre operativa y lo incluye todo, bendiciendo todo sin interrupción. Abrigar en la consciencia humana este hecho espiritual a semejanza del Cristo, nos permite comprender que la ley del orden de Dios coincide perfectamente con la experiencia humana, colocando simultáneamente, por ejemplo, todo el tráfico aéreo del mundo, bajo el gobierno de la ley divina. Explica cómo la oración —nuestra comunión con el Amor divino— puede probar este hecho, paso a paso, y en el proceso producir instrumentos y métodos, trabajo que está ocurriendo ahora mismo, cuyo propósito es impedir todo tipo de colisión en el aire o en tierra. Y eso también incluye la colisión de aves con objetos hechos por el hombre, como son edificios, aviones, helicópteros y turbinas de viento.
En la Ciencia, en el amoroso abrazo de la ley del orden de Dios, las necesidades y deseos humanos no pueden estar en conflicto con la naturaleza, o con ninguna idea correcta. El “orden natural del cielo desciende a la tierra” (Ciencia y Salud, pág. 118) porque la ley del orden de Dios está operando para aniquilar toda creencia de que la colisión o la destrucción mutua es posible donde el Amor gobierna Sus ideas y las relaciona armoniosamente unas con otras.
Orden en tiempo y espacio
En Escritos Misceláneos 1883–1896, la Sra. Eddy se refiere a la Ciencia Cristiana diciendo que es “la diestra de Dios que tiene asido al universo —todo tiempo, espacio, inmortalidad, pensamiento, extensión, causa y efecto;…” (pág. 364). Por cierto esto no deja duda de que en la coincidencia de la divinidad con la humanidad, la ley de Dios gobierna tanto el tiempo como el espacio.
Los mortales imaginan que el tiempo y el espacio son finitos y restrictivos. Pero lo que el sentido material interpreta como “tiempo”, para el sentido espiritual, es el desenvolvimiento eterno del bien, o la eternidad; y el espacio es, para el sentido espiritual, la infinitud. A medida que cedemos a este punto de vista incorpóreo, comenzamos a intuir el orden divino del tiempo y el espacio que ya está establecido en la Mente.
No hay tarea, o aspecto de un día, que sea muy poco importante como para estar sujeto a la ley del orden de Dios, como indica la Sra. Eddy cuando declara, en parte, que “todo es Mente y su manifestación, desde la rotación de los mundos, en el éter más sutil, hasta un sembrado de patatas” (Escritos Misceláneos, pág. 26). Ningún elemento de nuestro día es menos importante que otro, mientras demostremos nuestra existencia espiritual sin costura, y nuestra ininterrumpida unidad con el Amor.
1. Orden en el tiempo. El orden del tiempo envuelve el hermoso y lógico orden en que aparecen las ideas. Con este aspecto del orden, todos los elementos no se ven u oyen al mismo tiempo. Por ejemplo, todas las notas en un concierto, todas las ideas en una discusión, no se escuchan simultáneamente. Todos los movimientos en un ballet no se ven al mismo tiempo.
Esta clasificación del orden incluye establecer la prioridad, escoger el momento oportuno y que haya coordinación, ya que cumplir las tareas en el orden correcto, en el momento justo, y en armonía con el orden universal, es obviamente tan importante como las tareas mismas. Para el sentido espiritual, nada es más natural que el discernimiento del orden divino. Pero sí requiere de nosotros que callemos los sentidos materiales y escuchemos conscientemente la dirección de Dios; que escuchemos el orden en que, por ejemplo, programar citas, hacer llamadas telefónicas, emprender proyectos, presentar ideas en una reunión, carta, artículo, documento o ponencia; dar los pasos necesarios en nuestra carrera; tomar decisiones, manejar la casa, planear nuestras diligencias por orden de prioridad.
Y cuán natural es ver que ceder a la voluntad divina nos capacita para ordenar nuestros días de una forma que nos mantiene a salvo; siempre en el lugar correcto, en el momento correcto, acompañados sabiamente, donde quiera que vayamos. Percibir que el Amor divino coordina nuestros días, ver cuán hermosamente y con cuanta seguridad coordina el vuelo de innumerables aves, es comprender la seguridad menos en términos personales aislados, y más en términos de la ley universal del Amor que, como un pastor, cuida de nosotros. Bajo el gobierno supremo de la Mente que todo lo ama, la seguridad de uno es la seguridad de todos.
Ceder de buena gana a que la operación de la ley divina diseñe el día, es muy natural, alegre, liberador y reconfortante. Acalla la frustración y la presión que acompaña con frecuencia el intento de ordenar el día con la voluntad humana —mediante un sentido humano poco original del orden basado en el apego personal, o un sentido personal de quién o qué es importante.
El Salmista dice: “Por el Señor son ordenados los pasos del hombre” (Salmos 37:23). Quizás podríamos parafrasear al Salmista y decir que los pensamientos, las palabras, las ideas, las actividades, la organización del tiempo, las decisiones, de un hombre bueno, son ordenados por el Señor. En la Ciencia, las ideas y pensamientos verdaderos se originan en la Mente, se manifiestan en un orden perfecto, y la ley divina los mantiene por siempre en ese orden.
También es importante estar consciente de que la mente mortal está tratando siempre de invertir la ley del orden de Dios, asumiendo formas que se manifestarían como los pasos sistemáticos del mal, que se ven en los planes coordinados para cometer actos de terror. En la Ciencia, no hay orden malévolo, no hay reino del mal y el odio, para falsificar o competir con el reino de Dios. Ciencia y Salud explica que “los hechos espirituales no están invertidos; la discordia opuesta, que no tiene ninguna semejanza con la espiritualidad, no es real” (pág. 207).
2. Orden en el espacio. Con el orden espacial, ya sea que los elementos estén estacionarios o en movimiento, todo es visible al mismo tiempo. Por ejemplo, podemos ver todos los muebles en un cuarto simultáneamente.
El Principio es simultáneamente el origen y la continuidad del orden, así como el sol es tanto el origen como la continuidad de la luz solar.
La ley divina llena todo el espacio, de modo que en el Principio divino no existe tal cosa como un orden espacial ocasional. Respecto a este tipo de orden, Martha Wilcox, relata en Conocimos a Mary Baker Eddy, los requisitos de la Sra. Eddy de expresar el orden de la Mente en todas las cosas. Martha escribe: “Ella demostraba, en un grado fuera de lo común, la exactitud y el orden divino de Dios,… Hasta los alfileres de diferentes tamaños ocupaban sus respectivos lugares en la almohadilla, y ella podía elegir el alfiler que necesitaba, sin tener que sacar uno y otro para ver el tamaño.… La Sra. Eddy creía que si el pensamiento de uno no era ordenado y exacto en las cosas que constituían la consciencia presente, ese mismo pensamiento no podía ser lo suficientemente exacto como para dar un tratamiento o utilizar una ciencia exacta” (pág. 121).
En una escala mayor, uno podría decir que Jesús estaba demandando “orden en el espacio” cuando, al alimentar a las multitudes, requirió que los discípulos asumieran la increíble tarea de que miles de personas se sentaran en grupos “de cincuenta en cincuenta” (Lucas 9:14).
Nuestros propios días están ciertamente llenos tanto de “almohadillas” como de oportunidades mucho más grandes de demostrar el orden espacial. Un día quizás requiera de nosotros que escuchemos la dirección de Dios para, por ejemplo, ordenar un garaje, un armario, un escritorio o un cuarto desordenado; diseñar un jardín, cambiar de posición los muebles, o enfrentar uno de los innumerables desafíos básicos para ordenar espacios en nuestra vida.
Tal vez, nos veamos envueltos en desafíos espaciales menos conocidos y más complejos. Por ejemplo, es posible que un arquitecto necesite elaborar el plano de un complejo de edificios, un granjero puede estar decidiendo cómo diseñar el campo de su granja, o un artista podría estar poniendo en orden los colores, líneas y formas en una pintura.
Cristo Jesús: nuestro ejemplo
Así como Cristo Jesús fue concebido espiritualmente a través de la autoridad de la ley divina, el Espíritu Santo (véase Lucas 1:35), del mismo modo sus pensamientos, palabras y hechos fueron concebidos y producidos por Dios, siempre en perfecto orden, bajo la misma autoridad. Como estaba todo el tiempo consciente de su unidad con su Padre celestial, era incapaz de hacer algo fuera de orden.
¿Estaba entonces la vida de Jesús desprovista de espontaneidad? ¿Estarían acaso nuestras vidas desprovistas de espontaneidad bajo la ley del orden de Dios? En otras palabras, ¿existe un conflicto entre el orden perfecto y una existencia nueva y espontánea? No, por la asombrosa razón de que el orden mismo es completamente espontáneo, nacido del Principio divino viviente, el Amor, momento a momento. Por lo tanto, el Principio es simultáneamente el origen y la continuidad del orden, así como el sol es tanto el origen como la continuidad de la luz solar.
Ni los rituales muertos, ni el dogma, ni el razonamiento basado en la evidencia material, ni la forma de pensar condicionada y poco original, ni las relaciones personales, ni el temor, el tiempo, el espacio geográfico o la voluntad humana, determinaban el orden del día de Jesús, o lo presionaban para que desobedeciera el orden divino. Él comprendía que la naturaleza impersonal del orden era efecto del Principio divino.
Una y otra vez, Jesús tomó decisiones que hubieran parecido, para la mente humana, algo totalmente fuera de orden. Por ejemplo, cuando se enteró de que su amigo Lázaro estaba enfermo, el relato cuenta que él “amaba… a Marta, a su hermana y a Lázaro”. Pero contrario a la lógica convencional, y en obediencia al orden de su misión sagrada que se estaba desenvolviendo con toda precisión, “Cuando oyó [Jesús], pues, que estaba enfermo, se quedó dos días más en el lugar donde estaba”.
Es incuestionable que Jesús ya conocía de antemano cuál era el siguiente paso en el orden de su misión: levantar triunfalmente a Lázaro de los muertos, cuando su amigo ya hacía cuatro días que estaba en la tumba (véase Juan, cap. 11).
Nuestra demostración individual de la ley del orden de Dios
Es obvio que el resultado de la operación de la ley es el orden, y nuestra naturaleza verdadera anhela una existencia ordenada. Escritos Misceláneos explica: “En obediencia a la naturaleza divina, la individualidad del hombre refleja la ley y el orden divinos del ser” (pág. 104). Pero tenemos que atesorar y abrazar todo el concepto fundamental de ley si deseamos ser bendecidos por su naturaleza y función esenciales. Sería realmente todo un desafío discernir y demostrar el orden divino en nuestra vida diaria, si nos burláramos de las leyes y reglas que Dios nos dio, como las que contienen los Diez Mandamientos y el Sermón del Monte. La Sra. Eddy escribe: “Si alguna vez llego a quedar extenuada sirviendo a mis alumnos, será por mis esfuerzos en ayudarlos a obedecer los Diez Mandamientos y a embeber el espíritu de las Bienaventuranzas de Cristo” (Escritos Misceláneos, pág. 303).
Necesitamos vivir en los arreos —la disciplina— de estas leyes y reglas, y obedecerlas con devoción si queremos mantener —en la tierra como en el cielo— nuestra conexión con Dios, el Principio divino del cual deriva todo el orden. La desobediencia a la ley divina nos hace vulnerables al caos y al desorden, porque niega nuestra unidad con Dios. No obstante, despertar a este hecho y volvernos humilde y constantemente obedientes, es estar una vez más, “con el Señor” (2º Corintios 5:8, según versión King James), y, por lo tanto, gobernados por la ley de Dios, la Ciencia divina.
Pero ¿qué es lo que con tanta firmeza se rebela contra la disciplina de la ley? ¿Qué es lo que necesita ser silenciado para hacer que la consciencia humana se someta a la ley del orden de Dios? La creencia en una personalidad egotista, el sentido indisciplinado de una individualidad aparte de Dios. La espiritualización del pensamiento y la vida que viene, por ejemplo, por medio de la obediencia a las reglas que se encuentran en el Sermón del Monte de nuestro Señor, hace que los rasgos de carácter perversos como son el odio, los celos, la voluntad propia, la justificación propia, la sensualidad y la deshonestidad, se vayan desgastando poco a poco, y sean reemplazados por el amor desinteresado, la mansedumbre, la pureza y la honradez. Nuestra naturaleza humana expresa más plenamente nuestra identidad espiritual cuando es una con el Amor. Comenzamos a sentir palpablemente que las “fuerzas espirituales de la Mente divina” ponen orden en nuestras vidas, capacitándonos para movernos en armonía con los demás también.
En el escenario mundial, la guerra, el terrorismo, la degradación y abuso de las mujeres, y una crisis de refugiados de proporciones históricas, además de los disturbios económicos, políticos y religiosos, parecen señalar, para los sentidos materiales, un reino de caos en lugar de orden. Pero el libro de texto de la Ciencia Cristiana nos dice que esta condición está en realidad en proceso de cambio bajo la presión de la “exigencia perpetua” de Dios: “ ‘Sea la luz’ es la exigencia perpetua de la Verdad y el Amor, cambiando el caos en orden y la disonancia en la música de las esferas” (pág. 255).
A medida que abrazamos conscientemente la ley multifacética del orden de Dios, cediendo a ella humildemente, y permitiendo, obediente y consecuentemente, que gobierne nuestras vidas, comenzamos a cumplir la sagrada responsabilidad que se nos ha dado de ser testigos de la energía divina del Amor, el Espíritu Santo, “cambiando el caos en orden y la disonancia en la música de las esferas” en cada faceta de nuestra vida diaria y en cada rincón del mundo.•
Publicado originalmente en el Christian Science Journal de Marzo de 2016.