Sentada en el suelo, con los ojos pegados a la pantalla del televisor, me sentía impresionada con los rápidos y precisos movimientos de gimnastas como Nadia Comaneci y Olga Korbut. Aquel día vi el desempeño de Comaneci en las barras asimétricas, que la transformaron en la primera gimnasta en recibir un puntaje perfecto de 10, durante un evento de gimnasia olímpica. Desde mi casa en São Paulo, Brasil, yo sentía que estaba en Montreal en 1976. Fue mi primer encuentro con un evento deportivo mundial de ese calibre, antes de mi adolescencia.
Desde entonces, me han fascinado los Juegos Olímpicos de Verano. Me enseñan lecciones sobre resistencia, gracia, fortaleza y la capacidad que todos tenemos para superar el temor y la limitación. Observar a los atletas en acción, me ayuda a entender lo verdadera y práctica que es esta declaración de Mary Baker Eddy: “Las proezas del gimnasta comprueban que ha dominado latentes temores mentales. La devoción del pensamiento a un logro honesto hace el logro posible” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 199).
Como los Juegos Olímpicos de este año se celebran en Brasil, mi tierra natal, me siento aún más interesada en el evento de lo que me sentía en aquel entonces, y he estado orando específicamente por algunos de los desafíos que el país y la ciudad anfitriona, Río de Janeiro, están enfrentando. A Río la llaman la ciudad de las maravillas por su belleza natural. Pero las maravillas naturales que yo espero ver antes, durante y después de los Juegos son cómo se superan los temores y, especialmente, cómo se demuestra la ley inalterable del gobierno armonioso de Dios, para todos. Espero que los atletas y sus delegaciones, organizadores, visitantes y voluntarios, así como los ciudadanos brasileños en general, sean testigos de los efectos siempre presentes de esta ley divina de la armonía, manifestada al expresar sabiduría, y en la seguridad y salud de todos los que asistan.
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