Era la primera nevada de ese invierno, y salí de mi hotel a correr temprano por la mañana. Esto ocurrió hace décadas, pero lo recuerdo muy claramente: el suelo estaba cubierto de una delgada capa blanca, y todo parecía estar más callado que de costumbre. Parecía ser el ambiente perfecto donde debía estar, pues me había despertado preocupada por una importante decisión que debía tomar, y anhelaba tener más claridad y orientación.
Al correr hacia un parque cercano, pasé por una iglesia que tenía un cartel con el tema del sermón que el pastor daría ese domingo: “El gran pero”.
Era un título muy intrigante. Empecé a reflexionar sobre lo que yo diría si me pidieran que compartiera algunas ideas sobre ese tema. De inmediato pensé en lo que el Maestro, Cristo Jesús, oró en el jardín de Getsemaní. Se estaba preparando para sufrir la dura experiencia de un juicio injusto y una crucifixión cruel. Dijo: “Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa”. Para mí, esto quería decir que él sabía lo que iba a enfrentar y no quería tener que hacerlo. Entonces dijo lo que me pareció que era el ejemplo perfecto de un “gran pero”: “Pero no sea como yo quiero, sino como tú” (Mateo 26:39).
Sentí que al ceder a la voluntad divina con tanta consagración, Jesús estaba fundando los próximos pasos de su experiencia humana en el poder protector de Dios y en Su amorosa guía a cada paso del camino. El hecho de renunciar humildemente a su propia voluntad claramente lo puso en la dirección correcta hacia la culminación de su victoria final sobre la muerte y la tumba. Y todo comenzó con su disposición de ceder toda su vida al gobierno de Dios y al plan de salvación para la humanidad.
Continué reflexionando al correr por las calles del centro de la ciudad, y aunque parecía un poco presuntuoso comparar mis circunstancias con las del Maestro —yo no estaba atravesando nada que se pareciera al tipo de agonía ejemplificada en aquella experiencia en el jardín— indudablemente me encontraba en una situación a la que no me sentía preparada para enfrentar. Esa semana estaba participando en un taller, y me acababan de preguntar si estaba dispuesta a aceptar que me agregaran otra tarea más a mi ya abultada carga de trabajo. Yo estaba realmente resistiéndome a asumir esa pequeña versión de un desafío del “gran pero”.
Al comenzar a orar para escuchar qué quería Dios que yo hiciera, con sinceridad me pregunté: ¿Tenía yo la humildad de ceder a Su plan? ¿Podría aceptar este momento de “gran pero” con valor y gracia, sin importar cuán desafiante parecía ser esta posibilidad para mí en ese momento? Sentía mucho temor de no estar a la altura de las exigencias; de que podía fallar y decepcionar a aquellos que estaban haciendo muchos esfuerzos para prepararme para esta oportunidad.
Uno de los versículos a los que recurro para superar el temor viene del libro de Isaías: “No temas, porque yo estoy contigo; no te angusties, porque yo soy tu Dios. Te fortaleceré y te ayudaré; te sostendré con mi diestra victoriosa” (41:10, Nueva Versión Internacional). Después de años de experiencia orando con este versículo, escuchando para recibir diferentes ideas sobre cómo relacionarlo con cada circunstancia posible, he llegado a comprender que puede ser una sugerencia muy reconfortante para eliminar el temor de mi pensamiento.
La primera parte de esta sugerencia es sentir la certeza que Dios me da de Su presencia. Es casi como si pudiera escuchar estas palabras: “Yo estoy contigo. Estoy siempre allí mismo donde tú estás; por siempre presente para recordarte que es totalmente imposible que estés fuera de Mi presencia y de Mi influencia. No tengas miedo, porque los pensamientos de Mi presencia están ahora mismo actuando en tu consciencia”.
Mary Baker Eddy escribe: “Las ideas inmortales, puras, perfectas y perdurables, son transmitidas por la Mente divina mediante la Ciencia divina...” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 259). Somos los receptores de los conceptos espirituales que nos enseñan acerca de la dirección inteligente de la Mente, y estos hechos espirituales se expresan inevitablemente de manera práctica y exactamente como necesitan hacerlo.
La segunda parte para superar el temor es la razón por la cual no tenemos que tener miedo: “Yo soy tu Dios”. Esto nos recuerda nuestra relación inseparable con Dios, el Amor divino. Esta verdad puede que se exprese en mi pensamiento de la siguiente manera: “Yo soy tu amoroso Padre-Madre Dios; Yo soy tuyo y tú eres Mío. Tú eres la expresión plena de todo lo que Yo soy. Somos inseparables. Tú eres Mi hijo, Mi muy amado; eres realmente del modo en que te he creado: bueno, paciente, tierno, amoroso, fuerte, capaz”.
Después que hemos reafirmado que jamás estamos fuera de la presencia de Dios, y que jamás podemos estar separados de Dios, la fuente divina de todo el bien, el tercer paso para eliminar el temor de nuestro pensamiento, entraña tener la certeza de lo que Dios hace por nosotros, allí mismo en medio de las circunstancias más atemorizantes y confusas: “Te fortaleceré y te ayudaré”. Podemos aprender a estar dispuestos a apoyarnos en la Verdad que es Dios, con la total expectativa de que la única realidad es el extraordinario poder de Dios, que actúa en nuestra consciencia para sostenernos de formas que se hacen sentir cuando recurrimos a Él de todo corazón. La Mente divina nos guía a ceder a nuestros momentos de “gran pero” elevando nuestro pensamiento, calmando nuestra preocupación, y capacitándonos para que dejemos que Dios sea Dios: permitiendo que Él se exprese a Sí Mismo para nosotros, mediante nosotros, en nosotros. Las verdades científicas que se revelan mientras oramos actúan con poder y autoridad, imponiéndose en el pensamiento para darnos seguridad, guiarnos y ayudarnos a tomar las decisiones correctas. En palabras de la Sra. Eddy: “La Verdad es afirmativa, y confiere armonía” (Ciencia y Salud, pág. 418).
Respecto a la difícil situación que enfrentaba aquella temprana mañana de invierno, comprendí que si permitía que el miedo tomara esa decisión por mí, estaría negando todo lo que sabía que Dios me estaba pidiendo que fuera e hiciera para demostrar quién era yo como Su expresión. Terminaría rechazando las verdades mismas que yo sabía que eran la verdadera sustancia de mi identidad. En oración, reafirmé que mi verdadera identidad es una idea de la Mente, el resultado del conocimiento que la Mente tiene de sí misma. Por lo tanto, yo tenía el dominio que Dios me había dado sobre toda experiencia, y la capacidad para ver más allá de lo que parecía ser indeseable, hacia lo que era espiritualmente acogedor; para dejar de lado la duda al encarar esta tarea, y verla en cambio como una oportunidad para elevarme aún más alto en mi confianza en Dios y en mi habilidad para apoyarme en Su guía y cuidado.
Terminé por aceptar la tarea, con la creciente certeza de que podría sentir el apoyo tangible de Dios a cada paso del camino, a medida que aprendiera a ampliar mi capacidad para hacer el trabajo que se me había pedido que hiciera. Durante ese período, sentí mucho dominio al cumplir con todo lo que se me exigía hacer. Mi “gran pero” fue una lección sobre cómo apoyarme valientemente en Dios y permitir que la acción de la voluntad divina se hiciera cargo de mi consciencia y experiencia. Cedí a la Mente divina y dejé de resistir. Realicé este trabajo extra durante algunos años, que fueron muy gratificantes espiritualmente, y trajeron bendiciones tanto para mí como para los que trabajaban conmigo.
Al recordar esta experiencia, sé que lo que aprendí acerca de superar el temor y la voluntad humana, y sobre cómo ceder a la dirección divina, me prepararon para tener oportunidades de “pero” más fructíferas y gratificantes a lo largo de los años desde entonces. Y no veo el momento de tener más.
Publicado originalmente en el Christian Science Journal de Marzo de 2016.
