Crecí en un hogar donde se practicaba la Ciencia Cristiana. La Ciencia Cristiana ha estado en mi familia desde 1911. Mi bisabuela pudo dar a luz a un niño hermoso sin ninguna dificultad, gracias al tratamiento dado por un practicista de la Ciencia Cristiana, mientras que un médico le había dicho a mi bisabuelo que nada podía hacerse para salvar la vida de su esposa o su bebé.
Durante mi infancia, fui testigo de muchas curaciones. Algunas de ellas fueron instantáneas, mientras que en otros casos, mis padres llamaban a un practicista de la Ciencia Cristiana para que nos ayudara por medio de la oración. Yo estaba muy impresionada en aquel entonces por la inquebrantable confianza en el poder curativo de la Ciencia divina expresada por esta practicista, así como por la autoridad que ella mostraba. De niña llegué a la conclusión de que esta mujer en sí misma estaba produciendo las curaciones que nunca fallaban cuando la llamábamos.
Sin embargo, después de que me fui de casa como una joven adulta, la pregunta sobre quién era el sanador real permaneció sin una respuesta clara durante mucho tiempo.
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