Hace unos años, mi familia estaba pasando un momento de gran necesidad. Justo para esa época, yo me había llevado un folleto de la Sala de Lectura de la Ciencia Cristiana local, que tenía el título significativo de “El triunfo del bien”. El folleto era una reimpresión de artículos y testimonios de curación de las publicaciones de esta religión, e incluía dos testimonios que se habían publicado originalmente en esta revista en 1955.
Los testimonios de curación han sido publicados en esta revista y en las otras publicaciones periódicas de la religión durante más de un siglo. La mayoría está escrita con sencillez. Aquellos que dieron testimonio son personas comunes de diversos orígenes y niveles de educación. Su motivo principal para escribir ha sido generalmente la gratitud; para darle las gracias a Dios. Al igual que cuando se lanza una piedra a un lago tranquilo, los efectos por dar gracias de manera tan genuina se prolongan como una onda expansiva; y suelen darnos aliento e inspiración espiritual justo cuando más lo necesitamos. Esta fue mi experiencia ese día en la Sala de Lectura.
Ya había leído los dos testimonios que estaban reimpresos en el folleto y, de hecho, conocí a una de las personas que daban testimonio años después de su curación. Pero aun así no estaba preparado para un impacto tan potente y renovador.
Uno era de un Científico Cristiano de Inglaterra que había estado paralizado por casi diez años debido a una enfermedad que había sido diagnosticada como prácticamente incurable. El segundo era de una practicista de la Ciencia Cristiana del norte de Nueva York, que se había convertido en Científica Cristiana cuando se curó de un tumor diagnosticado como terminal e incurable.
La primera persona escribió que durante todo el tiempo que él estuvo enfermo —y, en apariencia, sin tener ningún tipo de progreso físico— “el crecimiento espiritual se estaba manifestando”. A medida que “estudiaba y recibía tratamiento” por medio de la oración en la Ciencia Cristiana, recordó que “rebosaba de un gran gozo espiritual; un gozo que Dios gobernaba, y que nada podía interferir con Su propósito de perfección actual y satisfacción para todos” (Peter J. Henniker-Heaton, JSH-Online, Febrero 2017). Y luego vino la curación. Muchos que lo conocieron años más tarde observaron que ese gozo era una faceta permanente de su carácter.
La bondad de Dios es real. No es algo que debamos hacer real.
La segunda persona recurrió a la Ciencia Cristiana como último recurso cuando el tratamiento médico ya no ofrecía esperanza alguna de recuperación. Ella también escribió acerca del gozo que acompañaba al recién nacido entendimiento espiritual en medio de dificultades físicas extremas. Sus esfuerzos sinceros para entender y aferrarse a la verdad espiritual de que “no existe poder aparte de Dios” (Mary Baker Eddy, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 228), le trajeron un caudal repentino de convicción. “Mi corazón cantaba alegremente”, relató. “No pensaba en vivir ni en morir. Pensaba en la verdad” (Lois B. Estey, JSH-Online, Febrero 2017). La curación sucedió un tiempo después, cuando el tumor desapareció.
Me sentí muy conmovido por volver a encontrarme con estos testimonios. Un familiar hacía meses que estaba teniendo problemas debido a un estado de discapacidad que lo agotaba y limitaba gravemente su actividad física. Había tenido que rechazar varias ofertas de trabajo. La enfermedad no había sido diagnosticada. Nos pusimos a orar a consciencia para lograr la curación, tal como lo habíamos hecho a lo largo de los años, pero esta vez sin efecto aparente.
Estos dos testimonios me quitaron del pensamiento la pesada carga del desánimo. De hecho, ellos me decían: “Un momento. Lo que estás viendo no es toda la verdad de la situación. No es la verdad en lo absoluto. No tenemos que abatirnos por este panorama material. La bondad de Dios es real. No es algo que debamos hacer real. Ya es la naturaleza y sustancia del ser y de la vida de todos. El Amor divino es real y está presente, es el único poder en esta situación, y reverenciamos la presencia de esta realidad divina”.
Ese no fue el momento en que ocurrió la curación total, pero fue, para mí, el punto de inflexión hacia Dios, el Espíritu, mientras oraba para lograr la curación. Sentí mucha gratitud por quienes compartieron los testimonios, por la Ciencia Cristiana y, sobre todo, por la sencilla y absoluta realidad presente del Amor divino, el cual estos testimonios confirmaron.
Si quienes dieron testimonio pudieron responder a la verdad espiritual frente a graves dificultades, me di cuenta entonces de que yo también podía hacerlo. Si ellos pudieron orar y continuaron orando con integridad y determinación en esas condiciones, e incluso encontraron un profundo gozo espiritual, entonces nosotros también podíamos. La condición en que estaba mi familiar comenzó a mejorar poco después, y la curación total se hizo evidente en los meses siguientes. Cuando no mucho después comenzó un trabajo nuevo que requería autorización médica y ejercicio físico sumamente exigente, ambos dijimos en voz baja: “gracias, Dios”.
Son incontables las veces que me sentí elevado por la luz espiritual que se comparte en los testimonios de curación de los Científicos Cristianos, y por el genuino sentido, tan simple e inequívoco, de la bondad de Dios que con tanta frecuencia se percibe en ellos. Claro está que la inspiración no es algo que obtenemos de manera indirecta. Simplemente leer sobre las curaciones de otros no es sustituto del estudio espiritual, la oración y del crecimiento en la gracia y el entendimiento ganado arduamente, el cual viene con la verdadera práctica de la curación en nuestras propias vidas.
Aún así, testimonios como estos nos ayudan a ver que el entendimiento espiritual no es ajeno a ninguno de nosotros, que la gente común puede experimentar y comprender la verdad espiritual de manera tangible. Estos testimonios no solo dan cuenta de curaciones ocurridas en el pasado. Nos cuentan acerca de la realidad del Amor divino aquí y ahora, actual y constante en su poder para cambiarnos interiormente y curarnos externamente.
Los testimonios de curación que han aparecido en las publicaciones periódicas de la Ciencia Cristiana durante décadas se cuentan en las decenas de miles. Es cierto que solo representan una parte de las curaciones notables que han ocurrido en las vidas de los Científicos Cristianos a través de los años. Las afecciones que se informaron fueron curadas en estos testimonios de primera mano y cubren toda la gama de males humanos. Entre ellos figuran muchas afecciones graves que claramente no “se mejoraron con el transcurrir de la vida”, como algunos que cuestionaron estos testimonios sugirieron. En un número considerable de estos casos, las curaciones que se experimentaron fueron descritas por los médicos u otros que fueron testigos de ellas como médicamente inexplicables, incluso milagrosas. Si bien los Científicos Cristianos no piensan en las curaciones como milagros en su sentido tradicional, muchas de las curaciones que se relataron son tan físicamente definitivas y espiritualmente vivas que no estarían fuera de lugar en el Nuevo Testamento.
En su propia manera discreta, estos testimonios publicados le hablan al corazón al igual que lo hacen los relatos de curación bíblicos. Como comentó otra de las personas que dieron testimonio de su curación a mediados del siglo XX: “Fue una experiencia tan excepcional que mi esposa y yo supimos que habíamos sido tocados por la presencia del Cristo tan ciertamente como lo habían sido aquellos que estuvieron en las orillas de Galilea en los días de Cristo Jesús” (J. Woodruff Smith, JSH-Online, Febrero 2017) , Y aunque la Ciencia Cristiana como religión no ha sido estadísticamente grande, estos relatos de curación llenarían muchos volúmenes de un libro de Hechos de la era moderna.
El punto ineludible es que simplemente estas curaciones han ocurrido. Los testimonios son obviamente documentos religiosos, y no historias de casos médicos, pero las curaciones que se relatan en ellos son experiencias verdaderas de gente real. No hay nada ficticio o de leyenda sobre ellos. No son de un pasado remoto. Incluso cuando el lenguaje de los autores refleja las usanzas de una generación anterior, la importancia de esas experiencias es evidente. La negación y la incredulidad de un mundo escéptico no pueden borrar el simple y sorprendente hecho de la curación en sí, a menudo desafiando las expectativas médicas en miles de vidas de la gente.
“Las imposibilidades nunca ocurren”, observó secamente Mary Baker Eddy, la fundadora de este Journal, en el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras (pág. 245). La Sra. Eddy, una pensadora profunda cuya perspectiva espiritual surgió de su propia experiencia de la curación cristiana, vio que estas “imposibilidades” aparentes tienen grandes consecuencias sobre cómo vemos al mundo. Al apartarse de perspectivas religiosas más tradicionales, ella comenzó a contemplar las curaciones que estaban ocurriendo no como intervenciones sobrenaturales por parte de un Dios que ocasionalmente elegía dejar de lado las leyes físicas, sino como pruebas que apuntaban a un entendimiento enormemente diferente de la existencia y la vida.
Cuando los setenta discípulos que Jesús había nombrado regresaron de su primera tarea misionera en las aldeas aledañas, le contaron con entusiasmo acerca de los resultados de curación en su ministerio: “Aun los demonios se nos sujetan en tu nombre”. La respuesta de Jesús elevó sus pensamientos del fenómeno externo de la curación que tanto los impresionó hacia la relación eterna con Dios, de la cual surge esta curación: “Pero no os regocijéis de que los espíritus se os sujetan”, les dijo, “sino regocijaos de que vuestros nombres están escritos en los cielos” (Lucas 10:17, 20).
Los cielos a los que Jesús se refería claramente significaban más que un lugar esperado a experimentar después de la muerte. Era la realidad espiritual formidable que él en otra ocasión llamó el reino de Dios. Jesús no se refirió a este reino como algo del futuro, ni lo consideró alejado de la experiencia actual. Se refirió a él como un reino que “se ha acercado” (Marcos 1:15) e incluso como uno que “está entre vosotros” (Lucas 17:21). Toda su vida demostró la inmediatez de este mandato divino en el presente. Al enviar a sus discípulos a enseñar y sanar, los instruyó a que dijeran a sus oyentes: “Se ha acercado a vosotros el reino de Dios” (Lucas 10:9).
Para muchos Científicos Cristianos, la experiencia de la curación así mismo ha traído a su experiencia la realidad espiritual formidable del reino de Dios, el Amor divino. Esto es lo que hace que estas curaciones sean tan profundamente significativas en la era tecnológica. No son curas “alternativas”. Tienen un significado y origen sagrados. Señalan hacia el actual universo espiritual de luz, Amor y bondad que la misma vida y obras de Jesús demostraron.
La curación es lo que sucede cuando el espíritu del cristianismo de Cristo libera al pensamiento humano en cierta medida de la creencia incondicional en el poder material y la enfermedad. Lejos de ser una curiosidad religiosa menor que se volvió anticuada debido al gran desarrollo de la cultura médica en el siglo pasado, las curaciones en las vidas de los Científicos Cristianos estremecen los cimientos del materialismo y dan un vuelco total a las conjeturas tradicionales sobre la vida. El claro enredo mental del materialismo en nuestras vidas oscurecería, si pudiera, nuestro sentido del Amor divino como ayuda y poder actuales. El efecto verdadero de la curación es abrir la mente cerrada del pensamiento material humano y permitir que la luz del Amor divino la colme.
Cuando en 1900 el Boston Globe le pidió un comentario a Mary Baker Eddy sobre “el último Día de Acción de Gracias del siglo diecinueve”, su respuesta comenzó así: “El último Día de Acción de Gracias de este siglo en Nueva Inglaterra significa, para la mente de los hombres, la Biblia mejor entendida y la Verdad y el Amor hechos más prácticos... ” (La Primera Iglesia de Cristo, Científico, y Miscelánea, pág. 264).
Las señales más impresionantes de este entendimiento espiritual práctico eran las experiencias generalizadas de curación en la vida de la gente; pero estas curaciones físicas, tan fundamentales como lo eran y lo son, también señalaban una transformación espiritual transcendental en el pensamiento humano. Como lo escribió la Sra. Eddy acerca de ese Día de Acción de Gracias: “Significa que el amor, abnegado, llama más fuerte que nunca al corazón de la humanidad, y que es admitido...
Significa que la Ciencia del cristianismo ha amanecido en el pensamiento humano para aparecer de lleno en la gloria del milenio... ” (Miscelánea, pág. 265).
¿No tendría una verdadera Acción de Gracias tener que involucrar más que la gratitud por las bendiciones personales recibidas o favores otorgados desigualmente en un mundo material en decadencia? Tendría poco sentido moral pensar en un Dios que escoge y selecciona a quién bendecir y curar, y a quién no. El Amor Divino, como la Ciencia del cristianismo deja en claro, es imparcial, universal, constante y —sobre todo—, poderosa y calladamente real. Como el padre en la parábola del hijo pródigo de Jesús, esta irresistible realidad del Amor “corre” para encontrar los corazones que recurren a ella en las profundidades de la necesidad humana. El reino de Dios —Su universo espiritual del bien— está aquí para que cada uno de nosotros vivamos, experimentemos, comprendamos y amemos. Las palabras de Salmos 100 aún cantan: “Entrad por sus puertas con acción de gracias, por sus atrios con alabanza”.
Publicado originalmente en el Christian Science Journal de Noviembre de 2016.
