Hace varios años, recuerdo claramente que estaba sentada junto a la ventana de mi oficina con lágrimas que corrían por mis mejillas; estaba desesperada. Hacía ya varios meses que tenía muchos dolores y gran dificultad para moverme. Parecía que todas mis oraciones eran en vano. Cerré la Biblia y los ojos, y empecé a orar en silencio. Con una implacable sensación de impotencia, y dejando humildemente mi propia voluntad de lado, con toda sinceridad le pregunté a mi Padre-Madre Dios: “¿Qué tengo que hacer ahora? Mi familia me necesita, y ¡me siento tan inútil!”
Casi de inmediato, escuché una idea simple, clara y brillante: “Cantad al Señor un cántico nuevo”. Yo no estaba muy segura de qué significaba eso, pero realmente pensé que sería una idea maravillosa hacerlo. Pero ¿cómo? Entonces escuché: “Cantad al Señor, bendecid su nombre...” En ese momento mi perspectiva de la situación cambió.
Descubrí que estas palabras estaban en el Salmo 96, y busqué ese salmo para ver esta otra indicación que da el Salmista: “Porque grande es el Señor, y digno de suprema alabanza” (La Biblia de las Américas).
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