Hace varios años, recuerdo claramente que estaba sentada junto a la ventana de mi oficina con lágrimas que corrían por mis mejillas; estaba desesperada. Hacía ya varios meses que tenía muchos dolores y gran dificultad para moverme. Parecía que todas mis oraciones eran en vano. Cerré la Biblia y los ojos, y empecé a orar en silencio. Con una implacable sensación de impotencia, y dejando humildemente mi propia voluntad de lado, con toda sinceridad le pregunté a mi Padre-Madre Dios: “¿Qué tengo que hacer ahora? Mi familia me necesita, y ¡me siento tan inútil!”
Casi de inmediato, escuché una idea simple, clara y brillante: “Cantad al Señor un cántico nuevo”. Yo no estaba muy segura de qué significaba eso, pero realmente pensé que sería una idea maravillosa hacerlo. Pero ¿cómo? Entonces escuché: “Cantad al Señor, bendecid su nombre...” En ese momento mi perspectiva de la situación cambió.
Descubrí que estas palabras estaban en el Salmo 96, y busqué ese salmo para ver esta otra indicación que da el Salmista: “Porque grande es el Señor, y digno de suprema alabanza” (La Biblia de las Américas).
El problema físico había estado consumiendo mis pensamientos, pero el Salmista estaba hablando de alabar a Dios. Yo amaba a Dios, pero ¿Lo estaba alabando y honrando correctamente? Necesitaba comprender más específicamente qué hace que Dios sea grandioso, en lugar de pensar que el problema era “grande”, y luego alabar a Dios por Su grandeza. Este ajuste en mi pensamiento me hizo recordar todas las formas en que había visto la presencia de Dios en mi vida, y luego identificar las verdades espirituales específicas que había aprendido. Estas verdades me mostrarían la grandeza de Dios.
¡Qué maravillosa travesía de gratitud! Con cada curación que recordaba —física, mental, económica o de relaciones— me encontraba sonriendo con un esclarecido aprecio por el gran amor de Dios por todos Sus hijos, Sus amadas ideas espirituales. Comprendí que Dios está presente eternamente, conociéndome y amándome, expresando Su fortaleza en mí, y toda la gloria del Amor divino. ¡Y Dios estaba conmigo, aquí mismo y ahora mismo! Estas simples pero profundas oraciones continuaron por un tiempo. Me encontré revitalizando espiritualmente mi consciencia mediante oraciones de gratitud. Descubrí muchas otras verdades absolutas que podía poner en práctica en el transcurso del día. Este era el trabajo útil que necesitaba hacer.
También descubrí que este razonamiento mental era más fructífero y seguía el consejo del Salmista cuando dice en los versículos 8 y 9: “Tributad al Señor la gloria debida a su nombre; traed ofrenda y entrad en sus atrios. Adorad al Señor en vestiduras santas; temblad ante su presencia, toda la tierra” (LBLA).
Mis ofrendas eran el reconocimiento y la confirmación de que la presencia eterna y el cuidado afectuoso de Dios habían estado siempre bendiciendo mi vida, evidencia de la verdad de que Dios mantiene constantemente mi bienestar. Puesto que Dios “hace todas las cosas en todos” (1 Corintios 12:6), yo podía abandonar un sentido falso de responsabilidad respecto a mi vida. Dios ya me había hecho perfecta, buena y sana. Tenía que aprender a verme a mí misma a través de los ojos de Dios, no los ojos de un mortal enfermo. Debía percibir mi verdadero yo de la creación de Dios, y luego vivir constantemente las cualidades espirituales.
Esta nueva canción que estaba cantando en mi corazón me estaba permitiendo ver que los juicios correctos y las verdades de Dios me estaban gobernando siempre.
El cuatro de julio, mi día de la independencia personal, me sentía tan llena de amor y gratitud por Dios que las imposiciones físicas ya no tenían lugar alguno en mi consciencia. Caminé hasta la playa, libre de dolor y molestias, y ¡me reuní con mi familia junto a la hoguera del campamento para celebrar! En pocos días estaba completamente libre. Hasta el día de hoy, tengo sobre mi escritorio debajo de una talla especial de un ave, un pinzón de las nieves, las palabras: “Cantad al Señor un cántico nuevo”.
Katie Mangelsdorf, Anchorage, Alaska
Publicado originalmente en el Christian Science Sentinel del 7 de diciembre de 2015.