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Escuchar la voz de Dios trae alegría y seguridad

Del número de mayo de 2017 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Publicado originalmente en el Christian Science Sentinel del 12 de diciembre de 2016.


Hace muchos años, cuando mi esposo y yo estábamos esperando nuestro segundo hijo, me preparé para el nacimiento con la oración, y a menudo le pedía tratamiento a una practicista de la Ciencia Cristiana.

Estudié en particular lo que Mary Baker Eddy escribe en la página 463 de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras: “Para asistir debidamente el nacimiento de la nueva criatura, o idea divina, debieras apartar el pensamiento mortal de sus concepciones materiales de tal manera, que el nacimiento sea natural y sin peligro”. También estaba aprendiendo que Dios es el único creador verdadero, y que el bebé era el reflejo de Dios, Su idea. Continué leyendo: “Aunque acumule nuevas energías, esta idea no puede causar daño a su útil recinto en el trabajo de parto del nacimiento espiritual”. El nacimiento fue natural y armonioso.

Alrededor de un mes después, me di cuenta de que algo no andaba bien en mi cuerpo. Me sentía cada vez más débil, y no podía levantarme fácilmente de la cama. Había estado con hemorragias y tenía mucho miedo. Le pedí a la practicista que orara por mí. Ella me pidió que revisara nuevamente la página 463 de Ciencia y Salud, y estudié lo siguiente: “La nueva idea, concebida y nacida de la Verdad y el Amor, está vestida de blanco. Su comienzo será manso, su desarrollo robusto, y su madurez imperecedera. Cuando este nuevo nacimiento tiene lugar, la criatura en la Ciencia Cristiana nace del Espíritu, nace de Dios, y no puede causar más sufrimiento a la madre. Por esto sabemos que la Verdad está aquí y ha cumplido su obra perfecta”.

Para mí era cada vez más obvio que es contrario a la lógica que una idea espiritual, concebida por Dios, el Amor divino, pudiera hacerme daño. Tres días después de llamar a la practicista, durante la mañana, este versículo del Salmo 46 empezó a venirme al pensamiento: “Estad quietos, y conoced que yo soy Dios” (versículo 10).

Al principio no le presté mucha atención, pero me venía constantemente al pensamiento, casi como una canción o tonada que uno no puede dejar de cantar.

Luego, como a las dos de la tarde, me detuve ¡y me di cuenta de que Dios me estaba hablando! “Estad quietos” significaba que Dios se estaba comunicando. Me vinieron estos pensamientos: “Apártate del cuadro de discordancia y escúchame a Mí. Debes saber que Yo soy Dios, el Ego divino, la presencia divina, y estoy aquí contigo. Te estoy hablando a ti”. Nunca antes me había sentido tan cerca de Dios, y percibido Su amor por mí de esta manera. Él estaba consciente de mí en todo momento; ¡así de cerca estaba de mí!

Este versículo de Salmos era la voz misma de Dios, Su mensaje angelical. Sentí muy fuertemente el amor de Dios, Su presencia y cuidado por mí. Me envolvió el sentimiento de que me amaba. Luego sentí alegría y una admiración reverente que nunca podría olvidar... jamás. Me mantuve quieta, deleitándome en esta Verdad que está siempre allí cuidándonos y guiándonos.

Poco tiempo después, salí rápidamente de la cama, me duché, y empecé a cuidar de mi familia, a la que había descuidado, sin preocuparme de que debía tomarme las cosas con calma. Había recuperado mis fuerzas. Ya no tenía ningún síntoma perturbador, y la curación fue completa.

Al pensar en esta curación, recuerdo lo siguiente de la página 14 de Ciencia y Salud: “Toma consciencia por un solo momento de que la Vida y la inteligencia son puramente espirituales —ni están en la materia ni son de ella— y el cuerpo entonces no proferirá ninguna queja”. Ahora, cada vez que escucho a otros leer o decir el Salmo 46, siento una hermosa sensación de gratitud por esta curación y por la tierna y eterna presencia de Dios, que está siempre listo para ayudarnos. Él está aquí presente, amándote a ti también.

Elizabeth Wiggins, Delray Beach, Florida

Publicado originalmente en el Christian Science Sentinel del 12 de diciembre de 2016.

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