Hace muchos años, cuando mi esposo y yo estábamos esperando nuestro segundo hijo, me preparé para el nacimiento con la oración, y a menudo le pedía tratamiento a una practicista de la Ciencia Cristiana.
Estudié en particular lo que Mary Baker Eddy escribe en la página 463 de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras: “Para asistir debidamente el nacimiento de la nueva criatura, o idea divina, debieras apartar el pensamiento mortal de sus concepciones materiales de tal manera, que el nacimiento sea natural y sin peligro”. También estaba aprendiendo que Dios es el único creador verdadero, y que el bebé era el reflejo de Dios, Su idea. Continué leyendo: “Aunque acumule nuevas energías, esta idea no puede causar daño a su útil recinto en el trabajo de parto del nacimiento espiritual”. El nacimiento fue natural y armonioso.
Alrededor de un mes después, me di cuenta de que algo no andaba bien en mi cuerpo. Me sentía cada vez más débil, y no podía levantarme fácilmente de la cama. Había estado con hemorragias y tenía mucho miedo. Le pedí a la practicista que orara por mí. Ella me pidió que revisara nuevamente la página 463 de Ciencia y Salud, y estudié lo siguiente: “La nueva idea, concebida y nacida de la Verdad y el Amor, está vestida de blanco. Su comienzo será manso, su desarrollo robusto, y su madurez imperecedera. Cuando este nuevo nacimiento tiene lugar, la criatura en la Ciencia Cristiana nace del Espíritu, nace de Dios, y no puede causar más sufrimiento a la madre. Por esto sabemos que la Verdad está aquí y ha cumplido su obra perfecta”.
Para mí era cada vez más obvio que es contrario a la lógica que una idea espiritual, concebida por Dios, el Amor divino, pudiera hacerme daño. Tres días después de llamar a la practicista, durante la mañana, este versículo del Salmo 46 empezó a venirme al pensamiento: “Estad quietos, y conoced que yo soy Dios” (versículo 10).
Al principio no le presté mucha atención, pero me venía constantemente al pensamiento, casi como una canción o tonada que uno no puede dejar de cantar.
Luego, como a las dos de la tarde, me detuve ¡y me di cuenta de que Dios me estaba hablando! “Estad quietos” significaba que Dios se estaba comunicando. Me vinieron estos pensamientos: “Apártate del cuadro de discordancia y escúchame a Mí. Debes saber que Yo soy Dios, el Ego divino, la presencia divina, y estoy aquí contigo. Te estoy hablando a ti”. Nunca antes me había sentido tan cerca de Dios, y percibido Su amor por mí de esta manera. Él estaba consciente de mí en todo momento; ¡así de cerca estaba de mí!
Este versículo de Salmos era la voz misma de Dios, Su mensaje angelical. Sentí muy fuertemente el amor de Dios, Su presencia y cuidado por mí. Me envolvió el sentimiento de que me amaba. Luego sentí alegría y una admiración reverente que nunca podría olvidar... jamás. Me mantuve quieta, deleitándome en esta Verdad que está siempre allí cuidándonos y guiándonos.
Poco tiempo después, salí rápidamente de la cama, me duché, y empecé a cuidar de mi familia, a la que había descuidado, sin preocuparme de que debía tomarme las cosas con calma. Había recuperado mis fuerzas. Ya no tenía ningún síntoma perturbador, y la curación fue completa.
Al pensar en esta curación, recuerdo lo siguiente de la página 14 de Ciencia y Salud: “Toma consciencia por un solo momento de que la Vida y la inteligencia son puramente espirituales —ni están en la materia ni son de ella— y el cuerpo entonces no proferirá ninguna queja”. Ahora, cada vez que escucho a otros leer o decir el Salmo 46, siento una hermosa sensación de gratitud por esta curación y por la tierna y eterna presencia de Dios, que está siempre listo para ayudarnos. Él está aquí presente, amándote a ti también.
Elizabeth Wiggins, Delray Beach, Florida
Publicado originalmente en el Christian Science Sentinel del 12 de diciembre de 2016.
