Esta es una adaptación de un testimonio originalmente transmitido en la emisión online de las reuniones de testimonios de los miércoles de La Iglesia Madre.
Un día mi esposo y yo estábamos caminando hacia nuestro mercado local con unos amigos. Vivimos en una ciudad que tiene muchas calles empedradas y caminos con abundantes baches. Mi esposo tropezó en un bache y cayó de rodillas. Parecía aturdido, y cuando lo ayudé a ponerse de pie, noté que sus manos y rodillas estaban gravemente raspadas. Fuimos a sentarnos en un banco cercano, y poco después perdió el conocimiento y pareció dejar de respirar.
Mientras yo sostenía con todo mi amor a mi esposo, uno de nuestros amigos, una científica cristiana, comenzó a decirle algunas verdades metafísicas. Ella afirmó en voz alta que él era hijo de Dios y no estaba caído —que en realidad él era recto, completo y libre. No pasó mucho tiempo antes de que volviera en sí y abriera los ojos.
Juntas llevamos a mi esposo de regreso a casa, donde vendé sus heridas y pasé el resto del día en silencio orando mientras él descansaba. Afirmé el hecho espiritual de que no hay accidentes en el reino de Dios porque Dios gobierna perfectamente a Su creación entera. Pensé en esta declaración de Mary Baker Eddy en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras: “Los accidentes son desconocidos para Dios, o la Mente inmortal, y tenemos que abandonar la base mortal de la creencia y unirnos con la Mente única, a fin de cambiar la noción de la casualidad por el sentido correcto de la infalible dirección de Dios y así sacar a luz la armonía” (pág. 424).
Seguí orando para ver que, como hijo de Dios, mi esposo era perfecto y nunca había estado fuera del cuidado de Dios. Al final del día las heridas de sus manos y rodillas habían sanado casi por completo, y apenas se notaba que alguna vez había estado lastimado. Inmediatamente volvió a su estado normal de salud y vitalidad.
¡Estoy muy agradecida por este ejemplo rápido de la eficacia sanadora de la Ciencia Cristiana!
Miranda Ash, San Miguel de Allende
Publicado originalmente en el Christian Science Sentinel del 2 de enero de 2017.