La novela clásica de Charles Dickens Historia de dos ciudades [A Tale of Two Cities] abre con las palabras: “Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos…la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación. Todo lo poseíamos, pero no teníamos nada...”. Siempre me ha gustado la iglesia, pero hubo un tiempo en que esa representación de los extremos definía bastante bien mi experiencia de iglesia; en mi caso, se hubiera llamado: “Historia de dos iglesias”.
La primera iglesia tenía un sentimiento de verdadera santidad. La bienvenida entre los miembros era mucho más que sonrisas felices y apretones de manos. Había verdadera alegría y apoyo, y una energía que hacía que la gente sintiera que estaban trabajando juntos para traer la curación cristiana a sus propias vidas y a la comunidad. La oración en los servicios era poderosa y de gran alcance. El sermón nos elevaba. Simplemente, sentíamos a Dios allí, y no hubiéramos querido estar en ningún otro lugar.
Pero la otra iglesia se sentía, a falta de una palabra mejor, mecánica. Los miembros estaban preocupados y cargados con las tareas de la iglesia, trabajando de forma automática en vez de amar realmente a Dios y a los demás. Los pocos miembros presentes me llevarían a preguntarme cuánto tiempo más esta iglesia podría permanecer abierta. Me marcharía de esos servicios sintiéndome desanimado y triste.
Ahora la cuestión es que estas no eran realmente dos iglesias diferentes. Simplemente se sentía de esa manera. Era el mismo edificio, los mismos miembros, la misma iglesia. Entonces, ¿por qué esa diferencia?
Obviamente, ninguno de nosotros creía que Dios estuviera menos presente en aquellos días “malos”. Con el tiempo, me di cuenta de la necesidad de enfrentar directamente un tema que es muy fácil de relegar a un segundo plano —todo acerca de una manera material de pensar y vivir tiene el efecto de debilitar nuestra experiencia de iglesia, para hacer que no nos guste, o como mínimo, que estemos deseando encontrar una manera de sortearla. El problema es que en esos momentos es demasiado fácil creer en lo que pensamos que estamos sintiendo, en lugar de despertarnos al hecho de que nos están mintiendo.
La razón por la cual la verdad tiene más poder que una mentira, la razón por la que el amor triunfa sobre el odio, la razón por la que insistiremos siempre en la salud antes que aceptar el sufrimiento, es debido a algo que sabemos en lo más profundo de nuestro ser: que el bien es lo real. Y queremos dedicarle nuestras mejores energías. Pero el hecho obvio es que tenemos que estar lo suficientemente despiertos espiritualmente, como para discernir qué es verdad y qué es tan solo el mal usando el nombre del bien para debilitar nuestro sentido espiritual.
Cristo Jesús hizo una declaración definitoria acerca de la naturaleza de la iglesia en nuestro tiempo. Y cuando te imaginas la escena, realmente sorprende la manera tan casual en que él parece plantear el tema. Acababa de llegar a una nueva zona y pregunta a sus discípulos: “¿Quién dice la gente que soy yo?” (Lucas 9:18). La curación y la enseñanza de Jesús habían causado gran revuelo, por lo que los discípulos estaban conscientes de lo que se comentaba en la calle. Y ellos compartieron lo que habían estado escuchando acerca de que posiblemente él era un profeta o Juan el Bautista.
Pero entonces Jesús levanta la apuesta considerablemente y les pregunta quién creian ellos mismos que él era. Sin titubeos, Pedro declara: “Tú eres el Cristo” (Mateo 16:16). Jesús alaba la respuesta de Pedro y deja claro que esta cualidad de discernimiento espiritual que permitió a Pedro reconocer la presencia del Cristo, precisamente donde el torbellino de la opinión mortal oscurecía la verdad, era la base para experimentar la iglesia verdadera. Dijo que su iglesia estaría fundada exactamente en esta habilidad para discernir al Cristo —la verdadera idea de Dios que habla a nuestros corazones y se manifiesta en nuestras, vidas, trayendo a la luz la evidencia de lo que significa ser hijo de Dios (véase Mateo 16:13–18 y Mary Baker Eddy, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, págs. 136–138).
Así que realmente tenemos una opción en cuanto a cómo nos sentimos acerca de la iglesia y cómo la experimentamos. No tenemos que dejarnos llevar por el zumbido de una evaluación material de las cosas, sino que mentalmente podemos pararnos en puntas de pie para mirar por encima de todos los obstáculos que estuvieron bloqueando nuestra vista del Cristo. Cuando saludamos a los invitados y miembros, sin duda estamos siendo amables. Pero cuando también nos permitimos sentir amor por ellos y reconocemos en nuestros corazones que son la expresión misma del Espíritu, Dios, estamos escuchando y experimentando al Cristo. Es bueno prestar atención al sermón, pero cuando permitimos que la verdad de lo que se está escuchando entre a nuestros corazones y dé forma a la base de cómo pensamos del mundo que nos rodea, entonces estamos sintiendo la influencia alentadora del Cristo. Es bueno tener las palabras y la melodía correcta cuando oramos y cantamos en la iglesia, pero cuando dejamos que esas palabras fluyan de nuestros más profundos anhelos de conocer a Dios y sentimos el efecto multiplicador de otros en la iglesia llegando a Dios con la misma sinceridad, entonces estamos experimentando algo de la unidad del Cristo con Dios que nos hace no sólo tener la esperanza de la curación sino insistir en nuestro derecho divino a experimentarla.
Ya sea que estemos hablando de nuestras propias vidas o de la vida de nuestra iglesia, la Sra. Eddy nos dice lo que necesitamos ahora, cuando escribe: “Sintamos la energía divina del Espíritu, que nos lleva a renovación de vida y no reconoce ningún poder mortal ni material como capaz de destruir” (Ciencia y Salud, pág. 249). Una perspectiva mortal es demasiado proclive a decir: “Sí, me encantaría sentir la renovación de esa energía divina, pero no sé cómo dejar que eso suceda”.
[Nota del Editor: Esta palabra dejar se traduce como to let en inglés y está presente al formar ciertos imperativos de los verbos en este idioma. La cita anterior de Ciencia y Salud, traducida literamente diría: “Dejémonos sentir la energía divina...”.] A menudo este dejar se utiliza para transmitir una sensación de rendirse a algo o permitir que algo suceda, pero también puede tener la fuerza de un mandato. Cuando leemos en Génesis que Dios dijo: “Sea la luz; y fue la luz” (1:3), está bastante claro que Dios no sólo permitió que la luz sucediera. Él la estaba ordenando. Podríamos incluso decir que este sentido espiritual del imperativo incluye la gracia que tanto cede a la voluntad de Dios como ordena que se haga.
Permitirnos a nosotros mismos sentir la energía del Espíritu requiere de una disposición a admitir que lo que Dios llama verdadero y real es más válido que lo que el pensamiento mortal cree que es verdad. Es renunciar a un sentimiento personal de las cosas por una comprensión de lo que realmente está pasado. Es abandonar los meros esfuerzos humanos y esperar que solo el Espíritu, la Verdad, llene nuestros corazones; y tal vez este sea el trabajo mental más exigente que haya que hacer.
Sentir la energía divina del Espíritu proviene de una protesta fundamental del corazón que insiste en que tenemos el derecho de tener el bien que Dios está dando. Es la profunda convicción de que si Dios quiere que tengamos algo, entonces nada puede evitar que lo experimentemos.
En cierto sentido, lo que leemos en la Biblia: “Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza” (Génesis 1:26), expresa el compromiso y el poder de Dios para asegurarse de que Su creación resulte exactamente como Dios quiere —completamente buena y exactamente igual a Dios en cada cualidad de la identidad del hombre. Así también, podemos decir que la declaración de Ciencia y la Salud, “Sintamos la energía divina del Espíritu, que nos lleva a renovación de vida y no reconoce ningún poder mortal ni material como capaz de destruir”, expresa nuestro compromiso para asegurarnos de ejercer nuestra capacidad inviolable de sentir nuestra unidad con Dios, incluida nuestra capacidad de no ser engañados a pensar que la materia tiene poder sobre el Espíritu en nuestras vidas.
A lo largo de este año, los Científicos Cristianos de todo el mundo estarán trabajando con este pasaje como el tema de la Asamblea Anual 2017. Qué tranquilizador es saber que este trabajo de “dejar que sea” no es sólo tuyo o mío, sino “nuestro”. Y será “nuestro” a medida que trabajemos juntos para sentir la energía del Espíritu llevándonos a vida nueva, y mientras verdaderamente veamos y reconozcamos que la larga historia de un falso sentido de la iglesia nunca puede destruir la verdadera Iglesia de Cristo, Científico, que estamos construyendo hoy.
Scott Preller
