Tal vez lo que más anhelamos cuando fallece un ser querido es traerlo de vuelta por un día más. Deseamos abrazarlo, decirle nuevamente cuánto lo amamos. Este año especialmente ha traído una nueva forma de dolor para muchos de aquellos que, debido a las restricciones de la pandemia, han tenido que despedirse de la familia y los seres queridos sin tener el consuelo de estar a su lado.
La Descubridora de la Ciencia Cristiana, Mary Baker Eddy, expresó sentimientos similares cuando su amado esposo, Gilbert Eddy, falleció después de tan solo cinco dulces años de matrimonio. A estas alturas, la Sra. Eddy había fundado su Colegio de Metafísica; enseñado a muchas clases de estudiantes; publicado la tercera edición de su libro de texto sobre la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras; y había sido ordenada pastora de su incipiente iglesia. Aunque era una mujer del siglo XIX, había demostrado gran autosuficiencia y no dependía de su marido para su sustento. Pero además de ser uno de sus primeros estudiantes en anunciarse como practicista de la Ciencia Cristiana, Gilbert había sido una formidable ayuda para ella en muchos aspectos de su trabajo, y extrañaba mucho su fuerte, amable e incondicional apoyo.
Casi un mes después de su muerte, “sentía que jamás podría ser consolada mientras estuviera separada de su amado Gilbert”, según Robert Peel en Mary Baker Eddy: Years of Trial. En una carta a una amiga, ella describió a su esposo como “fuerte, noble y [con] la disposición más dulce y la naturaleza caritativa más benevolente que jamás haya reconocido en una persona” (pág. 117).
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