Muchas personas sienten algo muy especial al estar en la iglesia el día de Pascua. Pero ¿qué tiene esta celebración que evoca lo sagrado? Debe ser algo más que tradición y ceremonia. ¿No es la maravilla de que Jesús caminó hacia la crucifixión, entregó su vida por sus amigos y luego reapareció en la resurrección y ascensión, demostrando que había vencido el mundo material? Para muchos, esta época brinda un sentimiento de asombro ante el poder del Amor divino para redimirnos incluso de las circunstancias más atroces.
En la Ciencia Cristiana, la Pascua nos enfrenta a este gran desafío: tener fe en la vida y en el bien, allí mismo donde la muerte y el mal parecen ser la realidad. Nos invita a abandonar el concepto de que nacemos en este mundo y encontraremos la vida eterna después de la muerte, y a aceptar, en cambio, que aquello que es inmortal es eternamente inmortal. “Sólo podemos llegar a la resurrección espiritual cuando abandonamos la antigua consciencia de que el Alma está en los sentidos” (Mary Baker Eddy, Escritos Misceláneos 1883-1896, pág. 179). Y hallamos una renovada consciencia al dejar que el ejemplo de la resurrección de Jesús nos confirme la naturaleza indestructible de la vida como expresión de Dios, la Vida infinita.
Podemos practicar alguna medida de esta resurrección espiritual diariamente a través de nuestro estudio y aplicación de la Ciencia Cristiana. Al enfrentar la tenaz creencia de que la vida es material, y elevarnos más en la comprensión espiritual, podemos seguir a Jesús. De esta manera, comenzamos a emerger de la oscuridad de la vida como mortales hacia la gloriosa luz del ser inmortal: coexistente con nuestro creador, Dios.
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