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Original Web

Infinitamente digna ante los ojos de Dios

Del número de abril de 2022 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 18 de noviembre de 2021 como original para la Web.


Mis amigos solían decir que yo era segura de mí misma y competente; sin embargo, ¡si hubieran sabido! Para mí, estas cualidades parecían una fachada. Por dentro, me sentía tímida, excesivamente sensible y sola.

Durante la mayor parte de mi vida había sufrido de baja autoestima. En mi adolescencia, intenté esconderme detrás de maquillaje sobrecargado y anteojos de sol. Y empecé a fumar y beber para tratar de sentirme más segura. Ninguno de estos accesorios ayudaba.

A lo largo de los años, estudié la Ciencia Cristiana, profundizando en las Lecciones Bíblicas semanales del Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana para aprender más acerca de Dios. No tenía ningún plan; solo deseaba conocerlo mejor y aplicar lo que estaba aprendiendo en mi vida diaria. A medida que mi confianza en Dios iba creciendo, también lo hacía mi seguridad. 

Fue entonces que una inflamación en la piel, que había surgido en una forma menor 15 años antes, reapareció como una erupción completa, extendiéndose por mi cuerpo y cara. Aunque me había estado sintiendo más cerca de Dios, esto me perturbó. Entrar en contacto con otras personas me hacía sentir incómoda y vulnerable, y evitaba salir tanto como fuera posible, incluso a la iglesia.

No obstante, esta vez el problema fue espiritualmente productivo. Mientras oraba cada día, sentía que Dios me enseñaba, revelando quien soy realmente como Su imagen y semejanza (como se explica en Génesis 1:26, 27). Pude ver que, puesto que Dios es Alma, y por lo tanto la fuente de la verdadera belleza, aplomo y salud, expreso estas mismas cualidades. Y estas palabras de Mary Baker Eddy, la Descubridora de la Ciencia Cristiana, seguían viniéndome al pensamiento: “La consciencia, al elevarse, acumula renovadas formas y un singular fuego de las cenizas del yo que se va desvaneciendo, y renuncia al mundo. La mansedumbre realza los atributos inmortales sólo cuando se les quita el polvo que los empaña” (Escritos Misceláneos 1883-1896, pág. 1).

Para mí, esto significaba que la timidez y la inseguridad eran formas de egocentrismo o ego; la percepción errónea de que estaba separada de Dios y poseía o carecía de cualidades personales de bondad. Me di cuenta de que no necesitaba más osadía, sino más mansedumbre. Necesitaba reconocer que Dios es la fuente y la sustancia de todo lo que soy. 

Mientras reflexionaba sobre estas ideas, la condición escamosa de la piel comenzó a desvanecerse. Fue notable para mí comprobar cuán perfectamente se ajustaba esta acción a la disolución del punto de vista de que mi identidad era material y mortal. Estas viejas creencias estaban literalmente reduciéndose ante el amor de Dios por mí. Estaba renovándome.

Pronto, me sentí lista para regresar a la iglesia y unirme a otros para adorar a Dios. Debido a que todavía tenía un poco de temor de que me juzgaran por mi apariencia externa, le pedí a Dios que me ayudara a ver a los miembros de mi iglesia (y a otros) a través de Sus ojos; como amables y generosos, receptivos a nuestras identidades divinas.

Cada uno de nosotros puede verse a sí mismo a través de los ojos de Dios.

También le pedí que me diera palabras para mostrar mi genuino aprecio por estas personas. Hacer el esfuerzo de decir al menos una palabra de gratitud a cada persona que encontré me ayudó a olvidarme de mí misma. Cuando expresé amor a los demás en lugar de recurrir a otros para que me amaran, perdí el miedo a que me juzgaran. Dios me estaba revelando mi verdadera naturaleza como Su reflejo intachable, segura bajo Su custodia, la del Amor infinito.

Poco después de esto, una frase del libro de texto de la Ciencia Cristiana me vino claramente al pensamiento: “Una idea espiritual no tiene un solo elemento de error, y esta verdad elimina debidamente todo lo que es nocivo” (Mary Baker Eddy, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 463). Ampliando esto, me identifiqué como una idea espiritual de Dios, la Mente divina, y razoné: “Una idea espiritual no tiene un solo elemento de indignidad, y esta verdad elimina debidamente el sentido ofensivo y basado en la materia de que Soy insignificante e insegura”. 

Por primera vez, comprendí que el amor de Dios me hacía digna de recibir afecto y tener éxito. Esta verdad resplandeció en mi consciencia, expulsando todo pensamiento que fuera ofensivo para Él y para mí. En otras palabras, el amor de Dios estaba sanando mi temor de que algo desemejante a Él fuera parte de mí y necesitara ser eliminado. A los ojos de Dios siempre había sido única e insustituible. Por ser Su hija, podía reconocer mi propia individualidad y valor divino, así como los de los demás, tal como Él lo hacía. 

Esta no pareció ser una recuperación rápida, pero fue definitiva. Paso a paso, Dios me dio la claridad y fortaleza espirituales para rechazar los sentimientos de que era inútil y regocijarme en mi bondad innata. Los continuos recordatorios de esta bondad espiritual por parte del Amor divino trajeron nuevamente alegría a mi vida. Recordé esta aseveración de la Sra. Eddy: “La felicidad consiste en ser buenos y en hacer lo bueno; sólo lo que Dios da, y lo que nos damos a nosotros mismos y damos a los demás por medio de Su providencia, confiere felicidad: la consciencia de valer satisface al corazón hambriento, y nada más puede hacerlo” (Mensaje a La Madre Iglesia para 1902, pág. 17). Comprendí que la autoestima consciente viene de Dios y va a Dios; Lo manifiesta y Lo glorifica en propósito, gracia, paz, alegría y amor desinteresado.

Cristo Jesús declaró: “No puedo yo hacer nada por mí mismo”. Luego reconoció y afirmó que la capacidad infinita le venía del Padre: “Según oigo, así juzgo; y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió, la del Padre” (Juan 5:30). ¡Esta es la verdadera mansedumbre y confianza! Adoptar esta forma de pensar centrada en Dios me permitió verme a mí misma de manera más clara y verdadera.

¿Y qué pasó con la condición de la piel? Aferrándome con firmeza a mi derecho divino de ser lo que Dios me creó para ser, sané por completo, física y emocionalmente. El crecimiento espiritual había depurado la creencia en un yo material. El odio a mí misma había desaparecido, y mi piel estaba perfecta.

Cada uno de nosotros puede verse a sí mismo a través de los ojos de Dios. Desde este punto de vista, reconoceremos nuestro valor inestimable como la autoexpresión de Dios, y encontraremos curación.

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