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La Pascua y lo más grandioso detrás de la curación en la Ciencia Cristiana

Del número de abril de 2022 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 29 de marzo de 2021 como original para la Web.


No hace mucho, encontré un pasaje del libro de Mary Baker Eddy La unidad del bien que me hizo detener instantáneamente. 

Al referirse a María Magdalena, que fue a la tumba de Cristo Jesús después de su crucifixión y encontró que la piedra estaba removida, la Sra. Eddy escribe: “María se había elevado hasta el punto de vislumbrar la eterna presencia de Dios, y la de Su idea, el hombre; mas su sentido mortal, invirtiendo la Ciencia y la comprensión espiritual, interpretó este aparecimiento como el Cristo resucitado” (págs. 62–63). 

Yo siempre había pensado que la resurrección de Jesús fue realmente algo muy importante, el triunfo del Espíritu sobre la carne y una prueba monumental, una demostración de la Ciencia divina. Y ciertamente lo fue. Sin embargo, de repente lo vi desde un nuevo punto de vista. Me asombró la idea de que la resurrección de Jesús fuera su demostración de su identidad espiritual como el Cristo; lo cual para Dios no fue un “acontecimiento”, así como el amanecer no es un acontecimiento para el sol. Comprendí que lo realmente importante es el discernimiento de la omnipresencia de Dios, la comprensión de nuestra unidad con la Mente divina. Esto es lo que produjo las curaciones que Jesús realizó, trajo su resurrección y lo llevó a su ascensión. 

Al reflexionar sobre estas ideas, mis pensamientos volvieron a la Lección Bíblica de la Ciencia Cristiana de la semana de Pascua. Incluía una versión abreviada de la crucifixión de Jesús: destellos apenas de no más de una sola línea sobre los acontecimientos. Primero Jesús fue entregado a Anás y Caifás, luego fue llevado ante Poncio Pilato, y después crucificado. Pero en esa misma sección, junto a esta historia de fatalidad y tristeza, había otra que tenía más luz y esperanza: José pide el cuerpo de Jesús y lo pone en una tumba, dándole un lugar seguro para seguir orando y resolver su salvación; “el problema del ser”, según los escritos de la Sra. Eddy.  

Del libro Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, por Mary Baker Eddy, aprendemos que, mientras yacía en la tumba, Jesús aún estaba consciente, sintiendo la omnipresencia de Dios y pensando los pensamientos de la Mente divina (véase págs. 44–45). Continuó en comunión con Dios de esta manera incluso después que los mensajes angelicales de inspiración de Dios rodaron la piedra (la cual representa el arraigado sentido de la solidez de la materia) y salió de la tumba, resucitó. Esto llevó a su ascensión, cuando los capítulos y episodios de su historia humana cesaron por completo.  

En ese momento, me di cuenta de que la brevedad del relato de la crucifixión en la Lección nos estaba ayudando a ver que este no era el gran acontecimiento final que parecía ser, y que debíamos centrarnos en la historia de la luz fuera de la fatalidad y la tristeza. Al trazar esta línea de luz, en realidad somos elevados por encima incluso de esa historia de la resurrección llena de esperanza, hacia la ascensión como el suceso más elevado y supremo. Jesús no se detuvo en el acontecimiento de un cuerpo mortal resucitado ni permaneció allí, sino que mantuvo la comprensión espiritual de la omnipresencia de Dios; y esto inevitablemente continuó disipando la historia mortal hasta que logró la ascensión. 

Entonces, ¿no estaba esto confirmando lo que yo había leído en La unidad del bien? Cuando María llegó a la tumba de Jesús, recibió una vislumbre de la presencia eterna de Dios como la suma total de la existencia. ¡Eso es lo más grandioso! No obstante, cuando vio a Jesús vivo y andando en carne y hueso, se sintió satisfecha de aceptar esto como lo “más grandioso”. 

Al explorar el texto que rodea el fascinante pasaje de La unidad del bien citado anteriormente, encontré una explicación más amplia de esta idea: “En la Ciencia, Cristo jamás murió. Según el sentido material, Jesús murió y vivió. El Jesús corpóreo pareció morir, aunque no fue así. La Verdad o Vida en la Ciencia divina —imperturbada ante el error humano, el pecado y la muerte— por siempre dice: ‘Yo soy el Dios viviente, y el hombre es Mi idea, jamás en la materia, ni resucitado de ella’. ‘¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí, sino que ha resucitado’. (Lucas 24:5, 6.) El sentido mortal, limitándose a la materia, es todo lo que puede ser sepultado o resucitado. 

¿Qué enfoque debemos adoptar para resolver estos problemas? Siempre es acercarse a Dios.

“...El Camino, la Verdad y la Vida jamás estuvieron ausentes un solo instante. Esta trinidad del Amor vive y reina por siempre. Su reino, invisible para el sentido material, jamás desapareció para el sentido espiritual, sino que permaneció por siempre en la Ciencia del ser. La supuesta aparición, desaparición y reaparición de la presencia eterna, en quien no puede haber mudanza, ni sombra de variación, es el falso sentido humano de aquella luz que resplandece en medio de las tinieblas, y que las tinieblas no comprendieron” (págs. 62–63).

Una vez más mis pensamientos se dirigieron a un pasaje en el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud, que apoya esta interpretación. Se refería a cuando Jesús resucita a Lázaro de entre los muertos: “Jesús dijo de Lázaro: ‘Nuestro amigo Lázaro duerme; mas voy para despertarle’. Jesús restableció a Lázaro mediante la comprensión de que Lázaro nunca había muerto, no mediante la admisión de que su cuerpo había muerto y luego vuelto a vivir. Si Jesús hubiera creído que Lázaro había vivido o muerto en su cuerpo, el Maestro hubiera estado en el mismo plano de creencia que aquellos que enterraron el cuerpo, y no hubiera podido resucitarlo” (pág. 75). En otras palabras, la resurrección a la vida de Jesús, o de Lázaro —o, de hecho, cualquier retorno a la salud humana normal, estabilidad financiera, relaciones mejoradas, etc.— no es la meta, sino la visión natural, amable e inevitablemente más clara de la omnipresencia divina, que no es sólo lo más grandioso, sino lo único grandioso. 

Con esto en mente, comenzamos a ver que tal vez la trampa más grande en nuestra demostración de la Ciencia Cristiana es hacer que nuestro objetivo principal sea restaurar el bienestar material en cada caso, en lugar de elevarnos para discernir “la omnipresencia de Dios, y la de Su idea, el hombre”. Ciencia y Salud dice: “La determinación de mantener el Espíritu en las garras de la materia es el perseguidor de la Verdad y el Amor” (pág. 28). Es como si la mente carnal nos tentara constantemente a seguir pidiéndole al Espíritu que haga algo a la materia en lugar de adorar a Dios como el Todo-en-todo. Este enfoque más espiritual trae la curación y el progreso necesarios a nuestra experiencia actual. 

Por lo tanto, nos apartamos del curso cuando, por más bien intencionado, por más sincero y dedicado que sea, nuestro objetivo principal es ayudar a alguien a liberarse del dolor, conseguir un trabajo o encontrar una relación afectuosa. Este enfoque comienza con una historia material finita, con personajes mortales, un cronograma, sucesos y el dualismo de alegrías y tristezas como nuestro paradigma de la existencia. Podemos orar hasta el cansancio ante esta premisa, pero ya está en las garras de la materia o la finitud y no puede elevarse por encima de lo finito. Como señala Ciencia y Salud: “La fuente no puede elevarse más alto que su origen” (pág. 18). Y nuestra verdadera fuente, nuestro origen, es el Espíritu, así que es ahí donde tenemos que comenzar nuestras oraciones.

Entonces, ¿qué enfoque debemos adoptar para resolver estos problemas? Siempre es acercarse a Dios. Es la adoración pura y sagrada de la unidad y totalidad de Dios, la que magnifica y honra, e incluso se combina con Dios. La Sra. Eddy explica: “Vivir de tal manera que la consciencia humana se mantenga en constante relación con lo divino, lo espiritual y lo eterno, es individualizar el poder infinito; y esto es la Ciencia Cristiana” (La Primera Iglesia de Cristo, Científico, y Miscelánea, pág. 160). Y también escribe: “Simplemente tienes que preservar un sentido científico y positivo de unidad con tu fuente divina, y demostrar esto a diario” (Pulpit and Press, pág. 4).

Estamos ahora mismo en tierra santa, en el reino de los cielos, en la omnipresencia de Dios!

¿Simplemente? No siempre parece fácil o sencillo preservar un sentido científico y positivo de unidad o unión con nuestra fuente divina, la Mente divina. Sin embargo, me resulta cada vez más alentador ver que todas las complejidades de la trama mortal son tan solo una táctica, como las que utiliza un estafador para tender un remolino de complicaciones que le permitan engañar. 

Las complejidades mortales tienden a impedir que nuestro pensamiento preserve ese sencillo sentido de unidad con Dios. Tienden a desanimar nuestra idea de volvernos a Dios para resolver un montón de problemas pendientes. Y esto sería “mantener el Espíritu en las garras de la materia”, y realmente perseguir o socavar nuestra práctica de la Ciencia Cristiana. Pablo advirtió a los cristianos: “Temo que como la serpiente con su astucia engañó a Eva, vuestros sentidos sean de alguna manera extraviados de la sincera fidelidad a Cristo” (2 Corintios 11:3).

¿Cómo se relaciona todo esto con nuestro trabajo como sanadores de la Ciencia Cristiana, algo que, como bien sabemos nuestra Guía, Mary Baker Eddy, esperaba que fuéramos? A menudo escuchamos el llamado de que debemos hacer un mejor trabajo sanador porque fue así como se estableció nuestro movimiento y como continuará prosperando. La mente carnal, o el acusador, es el perseguidor de la Verdad, y trataría de mantener este llamado a ser mejores sanadores dentro del ámbito de la historia mortal. Sutilmente nos haría centrarnos en que el rápido crecimiento del movimiento de la Ciencia Cristiana, a través de los espectaculares relatos de curación de fines del siglo XIX, fue la resurrección de la Verdad. Nos haría ver que el movimiento alcanzó su madurez a mediados del siglo XX, y luego diría que ahora se está poniendo el sol en nuestro movimiento, y realmente, si nos aferramos a este paradigma de una historia del principio y de la mitad de la Ciencia Cristiana, nos parecerá verla declinar y acabar.   

No obstante, así como para el sol no hay ningún suceso llamado amanecer o atardecer, para la Verdad, Dios, no hay historia de su comienzo, su mitad o su final; solo está la Verdad. “Para la verdad no hay error, todo es verdad” (Ciencia y Salud, pág. 475). 

En vista de esto, la única manera de hacer una mejor obra sanadora es dejar que nuestra adoración a Dios impulse nuestro trabajo de curación, haciendo que luchemos con el sentido terrenal del yo en todas sus formas, y nos elevemos hacia una comunión con Dios tan pura que hará que nosotros también estemos conscientes de Su omnipresencia. El hecho de que esto descarte la pretensión de que pueda haber otra presencia quizás se llame curación, o creencias malignas que van desapareciendo; pero insisto, este no es el objetivo, sino el producto secundario de la adoración pura y sagrada a Dios.

Hace algunos años, fui testigo de un poderoso ejemplo de dicho trabajo sanador. Habían reportado una enfermedad contagiosa en el preescolar de nuestra hija, y ella comenzó a tener los preocupantes síntomas que nos habían descrito. Orábamos fervientemente como se nos había enseñado en la Ciencia Cristiana, para ver a nuestra querida hija como la imagen y semejanza perfectas de Dios, y esperábamos buenos resultados. También estábamos trabajando con mi padre, que era practicista de la Ciencia Cristiana listado en el Journal. Comparto esta breve información específica debido a lo que nos dijo la noche de la curación. 

Mi padre vino a visitarnos. Entró a casa y dijo: “Mi trabajo no es arreglar vidas mortales; mi trabajo es adorar a Dios. Si alguien quiere hacer eso, puede quedarse mientras estoy de visita. De no ser así, por favor, váyanse por un rato”. 

Yo sé que mi padre quería a su nieta tanto como nosotros. No estaba dando a entender que no le importaban los resultados ni que se restaurara el estado saludable, o que quería tener cierto control personal; todo lo contrario. Él quería decir que sabía por experiencia que sólo Dios es Vida y que la forma de sanar esta imposición sobre la seguridad y el bienestar de nuestra hija como expresión de la Vida era reconocer y aferrarse a Dios como Vida. 

Rechazó la creencia de que hubiera una historia mortal fluctuante y una presencia y un poder distintos de Dios, que pudieran llevar a hacer inútiles intentos de prolongar la salud de una persona. Para mi padre, aceptar esa creencia hubiera sido deshonrar a Dios. Estaba defendiendo el hecho mismo de la Vida eterna, inmutable, omnipresente, y sabiendo que la salud y la armonía de nuestra hija estaban por siempre seguras y a salvo en esta Vida invariable, así como los rayos del sol están a salvo en el sol. 

¡Qué alivio fue esto para mí! Papá había puesto al descubierto el error fundamental, la equivocación principal, en mis oraciones. Había sido sutilmente engañada para que comenzara con el cuadro de una niña que necesitaba sanar, y había estado sintiendo el temor y la inseguridad de que yo no sabía lo suficiente como para ayudar a nuestra hija. Pero ese había sido un punto de partida erróneo. Lo que sabía hacer era adorar y honrar a Dios. Sabía cómo estar humildemente en comunión con Él y sentir la dulce liberación de ver y razonar partiendo del punto de vista desde el cual el Amor divino, el Padre-Madre Dios, ve a toda Su creación. Esta era la premisa correcta para la oración, y pude sentir que eliminaba todos los temores a la vez. Pude comprender que nuestra hija estaba a salvo en ese momento, y que yo estaba siendo guiada a no tener otros dioses y amar a Dios con todo mi ser. 

Papá se quedó con nosotros cerca de una hora. Nuestra hija durmió plácidamente durante ese tiempo. De hecho, se quedó dormida toda la noche, pero yo no tenía ganas de dormir. Tan clara era la luz de esta adoración única y pura a Dios, que anhelaba ver a todos y todo desde este punto de vista. Empecé con nuestra hija hasta que sentí la absoluta certeza de su perfección espiritual. Luego pensé en cada miembro de nuestra familia y en nuestro pueblo y subí la colina hasta una universidad cercana, y me remonté por el río hasta la ciudad vecina y hacia el mundo hasta que sentí que esta luz de la Vida rodeaba el universo. ¡Vi que todo era luz! 

Finalmente, en las primeras horas del alba me fui a dormir. Cuando nuestra hija despertó por la mañana, se levantó renovada y comió con alegría un desayuno completo. Nunca más hubo ningún otro síntoma o evidencia de la enfermedad.

Una y otra vez estoy aprendiendo esta lección: Dios no es sólo lo más grandioso, sino lo único grandioso, la única Vida que existe y todo en lo que consiste la Vida. La manera en que este hecho abraza nuestra experiencia humana en la curación no es corrigiendo la vida, sino interpretándola correctamente desde el punto de vista de la Mente misma. Al renunciar al yo y magnificar la totalidad de Dios, alcanzamos la altura de nuestra unidad con la Mente. Percibimos vislumbres de la omnipresencia de Dios, y esto descarta todo aquello que sea desemejante a Él. Vemos Su armonía brillar claramente y disipar la niebla del pecado, la enfermedad y la muerte en nuestra experiencia diaria. Pero debemos estar alerta para hacer que esto no sea la motivación, sino el amable e inevitable producto secundario de lo más grandioso: la consciencia divina misma, la cual ofrece “una muestra de la eternidad” (Ciencia y Salud, pág. 598). 

Compartamos nuestros testimonios de curación haciendo énfasis en esos momentos de consciencia divina; y dejemos que la desaparición correspondiente y necesaria de las creencias malignas de nuestro pensamiento y experiencia sea compartida, como si fuera tan natural y tan básica como la oscuridad da lugar a la luz. ¡Después de todo, estamos ahora mismo en tierra santa, en el reino de los cielos, en la omnipresencia de Dios! 

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