No hace mucho, encontré un pasaje del libro de Mary Baker Eddy La unidad del bien que me hizo detener instantáneamente.
Al referirse a María Magdalena, que fue a la tumba de Cristo Jesús después de su crucifixión y encontró que la piedra estaba removida, la Sra. Eddy escribe: “María se había elevado hasta el punto de vislumbrar la eterna presencia de Dios, y la de Su idea, el hombre; mas su sentido mortal, invirtiendo la Ciencia y la comprensión espiritual, interpretó este aparecimiento como el Cristo resucitado” (págs. 62–63).
Yo siempre había pensado que la resurrección de Jesús fue realmente algo muy importante, el triunfo del Espíritu sobre la carne y una prueba monumental, una demostración de la Ciencia divina. Y ciertamente lo fue. Sin embargo, de repente lo vi desde un nuevo punto de vista. Me asombró la idea de que la resurrección de Jesús fuera su demostración de su identidad espiritual como el Cristo; lo cual para Dios no fue un “acontecimiento”, así como el amanecer no es un acontecimiento para el sol. Comprendí que lo realmente importante es el discernimiento de la omnipresencia de Dios, la comprensión de nuestra unidad con la Mente divina. Esto es lo que produjo las curaciones que Jesús realizó, trajo su resurrección y lo llevó a su ascensión.
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