Estoy muy agradecido de ser estudiante de la Ciencia Cristiana. He experimentado innumerables curaciones en mi vida a través de la oración únicamente. A continuación, incluyo las más recientes.
Una noche, mientras preparaba un bocadillo en la cocina, el cuchillo que estaba usando se deslizó y me hizo un corte muy profundo en un nudillo. Escuché un sonido inquietante. Pensamientos llenos de temor cruzaron por mi cabeza, y no sabía con certeza qué hacer.
Me recordé a mí mismo con firmeza que Dios no conoce ningún accidente, y oré con “la declaración científica del ser”, que comienza así: “No hay vida, verdad, inteligencia ni sustancia en la materia. Todo es la Mente infinita y su manifestación infinita, porque Dios es Todo-en-todo” (Mary Baker Eddy, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 468). Comencé a comprender que “por el Señor son ordenados los pasos del hombre, y el Señor se deleita en su camino” (Salmos 37:23, LBLA).
Los siguientes pasos a seguir se hicieron claros. Limpié el área del corte y continué orando para calmar el temor, sabiendo que Dios tenía el control. Resistí el impulso de quedar fascinado ante la lesión y me esforcé por mantener mi pensamiento en la Verdad espiritual. El sangrado se detuvo rápidamente y cubrí el corte con un vendaje. Fue tranquilizador ver que el problema ya estaba disminuyendo. No hubo dolor y pude continuar mi trabajo. El corte sanó completa y perfectamente en una semana (sin puntos de sutura), y estoy agradecido por que este incidente me haya brindado la oportunidad de demostrar que el poder sanador del Cristo es práctico y accesible; tan útil hoy como lo fue ayer y lo será mañana.
En otra ocasión, noté que mi brazo derecho estaba débil en ciertas partes. Durante un tiempo lo ignoré, pero se volvió molesto. Pensé que debía estar relacionado con un accidente de bicicleta que había tenido hacía años. Llamé a una practicista de la Ciencia Cristiana para que orara por mí, y ella, con firmeza y sin vacilar, me recordó que por ser la expresión espiritual de Dios —el amado del Amor divino— nunca había estado en un accidente. Esto rompió el estupor mental y me recordó la Verdad espiritual. Ella sugirió que consideráramos la verdadera fuerza y poder, que se encuentran en las cualidades espirituales, no en la materia; o en un brazo. Con un pensamiento renovado y consagrado, oré con estas ideas, y la debilidad desapareció por completo. La Sra. Eddy escribe: “Si el Científico Cristiano llega a su paciente por medio del Amor divino, la obra sanadora será efectuada en una sola visita, y la enfermedad se desvanecerá en su nada nativa, como el rocío ante el sol de la mañana” (Ciencia y Salud, pág. 365).
Estoy agradecido de haberme vuelto una vez más a “los brazos del Amor divino” (Ciencia y Salud, pág. 322). Siento infinita gratitud hacia la Sra. Eddy por compartir su descubrimiento de la Ciencia Cristiana con el mundo y por haber establecido practicistas para ayudarnos en el camino.
Frank Vacin
Nueva York, Nueva York, EE.UU.
