Un fin de semana, salí a escalar rocas con un club al que asistía con regularidad. Escalaríamos o caminaríamos por el norte de Gales, en el Distrito de los Lagos y el Distrito de los Picos en Inglaterra. Nunca me perdía un fin de semana.
Me detuve a descansar, tomando sol en una cornisa a medio camino de un acantilado, mientras otros continuaban subiendo por encima de mí. Mientras yacía allí disfrutando del calor, estas palabras me vinieron al pensamiento: “Pues a sus ángeles mandará acerca de ti, que te guarden en todos tus caminos. En las manos te llevarán, para que tu pie no tropiece en piedra” (Salmos 91:11, 12). Reconocí que era un pasaje de la Biblia y de inmediato me sentí protegida y cuidada.
El siguiente pensamiento que me vino fue doblar las piernas y subir las rodillas hasta la barbilla. Medio segundo después, alguien del club que estaba subiendo por encima de mí desplazó una gran roca, la cual se vino abajo, rebotando en la cornisa donde habían estado mis piernas, continuando por el acantilado y aterrizando tan fuerte que abrió un agujero en una mochila abandonada que yacía en el fondo.
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