La resiliencia es un concepto sobre el que escuchamos cada vez más hoy en día; ya sea en relación con la pandemia, los sucesos climáticos u otras situaciones adversas. The Christian Science Monitor, por ejemplo, tiene una serie titulada “Encontrar resiliencia: Cómo adaptarse frente a la adversidad”.
Los relatos de resiliencia pueden ser alentadores al enterarnos de personas que han pasado por grandes dificultades y han emergido más fuertes por ello. Pero ¿qué pasa si estas historias nos hacen sentir que está bien que otros experimenten un gran progreso o renovación, pero que para nosotros eso no es posible?
En realidad, los casos de resiliencia genuina son evidencia de una cualidad que es innata a todos nosotros como hijos de Dios, la Mente divina que es el Amor mismo. La gracia de Dios, que fluye con abundancia, posibilita la resiliencia, dondequiera que se encuentre. Esta es la verdadera resiliencia, arraigada en el hecho espiritual de que Dios es nuestro Progenitor divino, quien nos ha otorgado a cada uno de nosotros gracia y favor, porque cada hijo de Dios es precioso ante Sus ojos.
La gracia divina es una cualidad primaria que permite a las personas triunfar sobre sus temores más grandes. La historia bíblica de Jacob ilustra esto.
Años después de huir por su vida porque su hermano, Esaú, sintió que lo habían engañado para quitarle la bendición de su padre, Jacob lucha vigorosamente la noche antes de encontrarse una vez más cara a cara con Esaú. Es la gracia de Dios la que le muestra a Jacob que su verdadera identidad es espiritual, y que él es la “niña de su ojo [de Dios]” (Deuteronomio 32:9, 10). Cuando se encuentran los hermanos, Jacob también ve a Esaú como la expresión misma de Dios. Este reconocimiento alinea el pensamiento y las acciones de ambos hermanos con el verdadero sentido del hombre como creación de Dios. A continuación, hay una de las representaciones más bellas de la gracia en las relaciones humanas, en la que los hermanos se ofrecen mutuamente amor y perdón. Jacob insta a Esaú a aceptar un regalo sustancial, “pues Dios me ha favorecido, y porque yo tengo mucho” (Génesis 33:11, LBLA).
El apóstol Pablo escribió: “Y poderoso es Dios para hacer que abunde en vosotros toda gracia, a fin de que, teniendo siempre en todas las cosas todo lo suficiente, abundéis para toda buena obra” (2 Corintios 9:8). Dios está derramando abundante y continuamente la gracia del amor imparcial sobre todos nosotros como Sus hijos amados. Cuando reconocemos que esta gracia está a la mano, incluso en situaciones difíciles, esto nos revela una fortaleza que no sabíamos que estaba allí, una fortaleza divinamente impulsada que nos permite seguir adelante. A medida que somos receptivos a eso, sentimos sus efectos en nuestra vida. Percibimos la influencia divina, el Cristo, propulsándonos hacia adelante, sacando a relucir nuestras cualidades innatas imbuidas de gracia que incluyen fortaleza, claridad, esperanza, confianza, ingenio y amor. Es esta gracia de Dios la que permite que nuestras vidas, hogares, relaciones, comunidades —lo que sea que necesitemos— sean restaurados o reconstruidos.
Conocí a alguien que encontró este tipo de resiliencia después de experimentar un terrible abuso cuando era niña a manos de alguien que debería haber sido su protector. Ella creció y desarrolló una fuerte ética de trabajo y un deseo feroz de luchar y proteger a los inocentes. Lo que realmente me conmovió fue que logró perdonar y amar sinceramente a la persona que la había maltratado (y que ya falleció ). Ella atribuye esto a que conoció a alguien cuya fe en Dios y en Su bondad era “contagiosa”, tal como lo describió. Esto la ayudó a percibir la santidad e integridad innatas del hombre. Ella pudo ver más allá de esos años de dolor y sufrimiento, y negarse a ser privada de su alegría natural y su amor por el bien en la humanidad. Las personas que la conocen hoy comentan acerca de su calidez y, sobre todo, su compasión.
El ejemplo más destacado de gracia expresada es Cristo Jesús, de quien la Biblia dice que estaba “lleno de gracia y de verdad” (Juan 1:14). Mary Baker Eddy, en el Glosario de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, define a Jesús en parte como “el más elevado concepto corpóreo y humano de la idea divina” (pág. 589). Continuamente producía manifestaciones de resiliencia: calmó tormentas, alimentó a multitudes con tan solo unos pocos panes y peces, sanó enfermedades consideradas incurables y, finalmente, triunfó sobre su propia crucifixión y muerte. Todo esto se evidenció porque expresaba tan plenamente al Cristo, “la verdadera idea que proclama el bien, el mensaje divino de Dios a los hombres que habla a la consciencia humana” (Ciencia y Salud, pág. 332). Y el Cristo, la Verdad, naturalmente viene a cada uno de nosotros con tierna gracia y nos muestra que podemos experimentar y ser testigos de una profunda curación al seguir el ejemplo de Jesús.
Entonces, cuando veamos casos de resiliencia en los medios de comunicación y la experimentemos en nuestras vidas, considerémoslo como una evidencia tangible de la gracia de Dios en acción. Cada uno de nosotros tiene la gracia de seguir adelante a través del amor de nuestro divino Padre-Madre por nosotros.
Mimi Oka
Escritora de Editorial Invitada
