La resiliencia es un concepto sobre el que escuchamos cada vez más hoy en día; ya sea en relación con la pandemia, los sucesos climáticos u otras situaciones adversas. The Christian Science Monitor, por ejemplo, tiene una serie titulada “Encontrar resiliencia: Cómo adaptarse frente a la adversidad”.
Los relatos de resiliencia pueden ser alentadores al enterarnos de personas que han pasado por grandes dificultades y han emergido más fuertes por ello. Pero ¿qué pasa si estas historias nos hacen sentir que está bien que otros experimenten un gran progreso o renovación, pero que para nosotros eso no es posible?
En realidad, los casos de resiliencia genuina son evidencia de una cualidad que es innata a todos nosotros como hijos de Dios, la Mente divina que es el Amor mismo. La gracia de Dios, que fluye con abundancia, posibilita la resiliencia, dondequiera que se encuentre. Esta es la verdadera resiliencia, arraigada en el hecho espiritual de que Dios es nuestro Progenitor divino, quien nos ha otorgado a cada uno de nosotros gracia y favor, porque cada hijo de Dios es precioso ante Sus ojos.
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