Al ver a las familias que se iban a su casa después de la iglesia, expresé un anhelo largamente abrigado: “Lamento no haber tenido un hijo”.
Mi amigo respondió: “No se te puede negar tu maternidad”.
Acepté su respuesta como una verdad absoluta. Había aprendido en mi estudio de la Ciencia Cristiana que, por ser la imagen y semejanza de mi Padre-Madre Dios, poseía no solo todas Sus cualidades maternas, sino también las oportunidades para ‘ser fructífera y multiplicarlas’ en mi experiencia (véase Génesis 1:26, 28).
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