Un día me encontré rumiando sobre los asuntos mundiales, y me embargó la sensación de ser aplastada por el incesante bombardeo de sucesos desalentadores. Como estoy acostumbrada a hacer, me volví a Dios en oración. Al hacerlo, se me presentó esta pregunta: “¿Creo que el mal necesita tener un ‘big bang’ o erupción por medio de huracanes, incendios, disturbios, asesinatos, injusticia, corrupción, enfermedades contagiosas, pérdidas financieras, etc., antes de ser destruido?”. Mi respuesta inmediata fue “¡No!”
La verdad espiritual en un pasaje en particular escrito por Mary Baker Eddy, quien descubrió la Ciencia Cristiana, me brindó la certeza de esto: “Los elementos reprimidos de la mente mortal no necesitan de una detonación terrible para liberarse. La envidia, la rivalidad y el odio no necesitan consentimiento temporario hasta ser destruidos por el sufrimiento; debieran ser sofocados por falta de aire y libertad” (Escritos Misceláneos 1883-1896, pág. 356).
Una de las razones por las que sabía que esto era cierto es que Cristo Jesús enseñó que “el reino de Dios se ha acercado” (Marcos 1:15), y que incluye sólo el bien, y por lo tanto no incluye ni da vida al mal en ninguna forma. Una curación que tuve alrededor de este tiempo trajo evidencia alentadora de esto, ayudándome a reconocer que el reino de Dios ha llegado, y está cerca para el mundo y para mí.
Comencé a tener severos dolores de estómago y otros síntomas. Inmediatamente volví mi pensamiento a Dios en busca de ayuda, y los síntomas disminuyeron un poco a medida que me venían al pensamiento verdades espirituales específicas. Sin embargo, llegado el fin de semana todavía no podía comer sin dolor y estaba incómoda.
Cuando reconocí que el reino de la armonía era lo único que estaba operando dentro de mi consciencia, se produjo la curación.
Hojeé y luego leí la próxima Lección Bíblica semanal del Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana, que trataba sobre el tema “Alma”. La misma incluía este versículo de la Biblia, en el que Dios habla de Sus hijos: “Me alegraré con ellos haciéndoles bien, y los plantaré en esta tierra en verdad, de todo mi corazón y de toda mi alma” (Jeremías 32:41). Me pregunté a qué se refería “esta tierra” y oré para comprenderlo. Luego noté muchas referencias al reino de los cielos en los pasajes (de la Biblia y de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, por Mary Baker Eddy) que comprendían esta Lección, y el significado para mí se hizo claro.
Vivir las cualidades de Dios, el Alma, y abrazar nuestra unidad con el Alma nos hace conscientes, al menos en cierta medida, de que vivimos en este reino, el reino de la armonía misma, y se encuentra en nosotros. Jesús también nos dijo: “El reino de Dios dentro de ustedes está” (Lucas 17:21, KJV). En ese momento, sentí que lo opuesto a la armonía y la salud reinaban dentro de mí, pero sabía que había encontrado mi respuesta sanadora.
Orar más profundamente con la primera parte de la “Oración Diaria” que se encuentra en El Manual de La Iglesia Madre, también ayudó a traer alivio: “‘Venga tu reino’; haz que el reino de la Verdad, la Vida y el Amor divinos se establezca en mí, y quita de mí todo pecado; …” (Mary Baker Eddy, pág. 41). Para mí, esto significaba que el temor, el pensamiento erróneo, el dolor y la agitación eran descartados de mi consciencia por la ley de Dios, el Amor divino. Mi llamado a dejar que el reino de los cielos reine dentro de mí no fue a Dios, sino a mí misma, para permitir que “la Verdad, la Vida y el Amor divinos” me gobiernen.
Cuando reconocí e insistí en que el Alma, Dios, es suprema y que el reino de la armonía era de hecho lo único que estaba operando, incluso dentro de mi consciencia, los síntomas comenzaron a disminuir. Fui consolada rápidamente y sanada por completo dentro de la hora en que me di cuenta de que el reino de los cielos, el reino de la armonía, estaba y siempre está dentro de mí.
Aferrarse a la presencia tangible del reino de Dios de esta manera puede ayudarnos a confiar en que el mal no tiene que estallar antes de finalmente acabar, porque la totalidad de Dios significa que el mal no tiene lugar en la realidad. Al reconocer más plenamente la omnipotencia de Dios, el bien, podemos privar a las sugestiones mentales del mal de la posibilidad de albergarlas en nuestro pensamiento. En última instancia, esto significaría que no tendrían lugar en nuestra consciencia; no se les daría consentimiento, no se las ensayaría, no se las temería, y no tendrían lugar donde vivir y prosperar en el pensamiento o la experiencia. Esto no es ignorar el mal; es negarnos a darle poder.
Cristo Jesús es nuestro ejemplo supremo de esto. Él demostró que el mal, en cualquier forma que aparezca, puede ser expulsado del pensamiento y, por lo tanto, de la experiencia. No necesitaba empeorar primero.
El mundo es una imagen del pensamiento en la que muchos eventos pueden parecer problemas grandes e irresolubles, pero en realidad son imágenes de pensamiento que hemos aceptado como realidad y que provienen de patrones de pensamiento como el odio y la obstinación. Estas imágenes de pensamiento son el opuesto del reino de los cielos. Cada uno de nosotros puede hacer su parte para rechazarlas porque no vienen de Dios, por ser irreales; podemos tomar una posición mental fuerte contra las creencias de carencia, enfermedad, corrupción, injusticia y confusión general con la convicción permanente de que el reino de Dios está aquí. Este reino tiene dominio supremo, y Dios nos ha hecho a cada uno de nosotros capaces no sólo de comprender esto, sino también de experimentarlo.
A medida que el reino de Dios —que incluye la unidad, salud, abundancia, paz y justicia genuinas— llega más claramente a la percepción de la humanidad, puede tener el efecto de revelar lo que es inherentemente irreal y nada tiene que hacer allí. Puede parecer que las cosas están empeorando antes de mejorar, cuando vemos toda la suciedad y el desorden por primera vez. Pero en esos casos, y cuando el mal parece gritar más fuerte, lo que finalmente está sucediendo es que el orden y la calma están saliendo a la luz, a medida que el mal se rinde ante la iluminación poderosamente brillante del Cristo, la Verdad, y esta desplaza lo que no proviene de Dios.
Abrazar esto en el pensamiento de manera constante y persistente nos permite abordar los disturbios y problemas que pueden parecer demasiado grandes y demasiado complicados. Podemos recordar que, aunque Jesús enfrentó lo que parecían ser desafíos insuperables, no obstante, predicó las buenas nuevas y mostró a través de innumerables curaciones que el reino de Dios está cerca, que ha llegado, y siempre ha estado aquí, allí mismo donde el caos, la enfermedad y el mal parecen reinar. También hay muchas curaciones modernas a través de la oración, como se registran en las publicaciones periódicas de la Ciencia Cristiana, que demuestran que esto es cierto. Este reino ha llegado y está completamente disponible para todos. Podemos ser receptivos a él e insistir en él, y al hacerlo podemos esperar que se vea y reconozca cada vez más, bendiciéndonos a cada uno de nosotros en todo el mundo.