Antes de conocer la Ciencia Cristiana, vivía con miedo a las leyes materiales que dictaban cómo funcionaba (o no) mi cuerpo, cómo me sentía físicamente y qué podía lograr en un día en particular. No tenía ninguna duda de que mi cuerpo estaba a merced del contagio, la herencia, los accidentes o lo que fuera que se anunciara comercialmente como la última enfermedad de la que preocuparse.
Pero a medida que leía y estudiaba Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, por Mary Baker Eddy, el libro de texto de la Ciencia Cristiana, comencé a ver lo que el descubrimiento de la Ciencia Cristiana significaba para mí y para toda la humanidad. Cuanto más leía, más me daba cuenta de que estaba aprendiendo acerca de cómo Cristo Jesús aplicó las leyes de Dios, y demostró para todas las épocas que era el derecho divino del hombre, de todos nosotros, estar libre del pecado, la enfermedad y la muerte.
Esta libertad se basa en el hecho espiritual de que el hombre es creado por Dios, el Espíritu divino, a Su imagen y semejanza. Esto significa que el hombre no es material, es espiritual y está gobernado por la ley de armonía perpetua de Dios, a salvo en el Espíritu divino.
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