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Original Web

Permanecer en el camino de Dios

Del número de mayo de 2022 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 3 de enero de 2022 como original para la Web.


Viajamos en el planeta Tierra en su órbita alrededor del sol sin ningún esfuerzo de nuestra parte. No suplicamos ni oramos por nosotros mismos o por nuestros seres queridos para acompañar a la Tierra en su camino. No podemos discutir, equivocarnos, olvidar, pecar o condenarnos fuera de esa órbita. Reconoceríamos fácilmente que cualquier noción de que no estamos en esa órbita es falsa, no tiene ninguna base fáctica. No sentiríamos la necesidad de volver a esa órbita; simplemente sabríamos que la sugestión no es cierta, jamás fue cierta y nunca podría ser cierta; que no podríamos desviarnos de esa órbita si lo intentáramos.

Del mismo modo, es normal que la imagen de Dios esté siempre de acuerdo con Dios, que no conozca otro camino que el de Dios. Es la ley divina. Esta es la Ciencia de ser la imagen y semejanza de Dios. No se trata de elevarse mediante nuestro propio esfuerzo ni incluye intentar deliberadamente producir un resultado. Esos no son enfoques productivos para el progreso o la curación.

Pero a veces puede parecer que nuestro primer instinto no sea volvernos a Dios —no sea reconocer la relación científica de Dios y nuestra verdadera identidad, no sea pensar y actuar de acuerdo con nuestra verdadera naturaleza como reflejo de Dios— sino reaccionar de manera negativa y no constructiva, especialmente en circunstancias difíciles. Al contrarrestar la voluntad propia y reconocer su total confianza en Dios, Cristo Jesús dijo: “No puedo yo hacer nada por mí mismo”. Nosotros tampoco. Luego agregó: “No busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió, la del Padre” (Juan 5:30). Podemos seguir su ejemplo al saber que Dios nos ve y piensa en nosotros como Su expresión espiritual perfecta. Es nuestro derecho divino reconocer esto. Cuando comenzamos con lo que Dios sabe de nosotros como Su descendencia totalmente buena, somos elevados, en lugar de tener que efectuar la elevación. Como imagen de Dios, sólo podemos expresar a Dios. En realidad, no hay otra posibilidad. Y Dios nos asegura que somos Sus hijos amados, a quienes Él ama profundamente. ¡Qué regalo!

La buena obra de Dios no cambia. Está hecha. Tú, Su obra, eres perfecto. ¡Comprende eso, reconócelo y regocíjate!

Experimenté esto después de que nuestra oferta por una nueva casa fue rechazada a favor de la oferta de otro posible comprador. Inicialmente, iba a negarme a que nuestra oferta quedara en segundo lugar. Pero un pensamiento de Dios de inmediato contrarrestó ese orgullo con esta promesa de Jesús en el Sermón del Monte: “Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad” (Mateo 5:5). Así que acepté que nuestra oferta fuera la segunda opción. Resultó que el otro comprador no pudo cumplir con el cronograma y los términos de depósito en garantía que el vendedor deseaba, y este volvió a interesarse en nuestra oferta. No hubo un tira y afloja de mi parte; solo mansedumbre y una natural obediencia a Dios. Esa casa se convirtió en nuestra casa, y nuestra familia fue bendecida.

Cualquier cosa que parezca oponerse a nuestra relación científica con Dios no tiene validez en la realidad divina, la única realidad verdadera. A medida que nos esforzamos por comprender nuestra verdadera identidad espiritual y la de los demás, y cedemos a la expresión de esta naturaleza verdadera, la vemos manifestada en nuestras vidas.  

Hace varios años, tuve un problema respiratorio grave y persistente. A pesar de que oraba y de vez en cuando recibía tratamiento de un practicista de la Ciencia Cristiana, muchas noches eran difíciles. Un día, el practicista me dijo que el hombre (la verdadera identidad de cada uno de nosotros) es tan bueno como Dios. ¡Qué concepto más maravilloso! La verdadera naturaleza del hombre no es ni enferma ni pecadora. Cada uno de nosotros es la imagen amada de Dios. Aceptar ese hecho espiritual —”El hombre es tan bueno como Dios”— tuvo como resultado la completa curación del problema respiratorio.

Vi mi verdadero valor como Dios me hizo. Todos somos dignos de sanar, de sentir el amor de Dios.

Era obvio que yo no hice que se produjera la curación. No me elevé mediante mi propio esfuerzo; fui elevado. En realidad, no volví al camino correcto; jamás lo había dejado —nunca había dejado al Amor divino— y el Amor, Dios, nunca me había dejado a mí. Vi mi verdadero valor como Dios me hizo. Todos somos dignos de sanar, de sentir el amor de Dios.

La Biblia está llena de preciadas declaraciones de nuestra relación con Dios, del hecho de que Él nos guía y nos valora profundamente; como esta del Salmo 23: “Junto a aguas de reposo me pastoreará” (versículo 2). Y Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, da el sentido espiritual de la Deidad como Amor, como esa promesa está expresada en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras: “… junto a aguas de reposo [el amor] me pastoreará” (pág. 578). Eso no es solo una promesa. Es un hecho de nuestra existencia, eternamente.

Estas palabras de un himno nos recuerdan tiernamente nuestra relación con Dios y que Él camina con nosotros.

Inmensa es mi esperanza,
la senda libre está;
Dios mi tesoro guarda,
conmigo Él andará.
      (Anna L. Waring, Himnario de la Ciencia Cristiana, N° 148)

Si a veces parece como si no estuviéramos siguiendo o no pudiéramos encontrar el camino correcto en los negocios, una relación o una curación deseada, podemos hacer una pausa, volvernos a Dios y dejar que Él nos muestre Su camino. Dios nos hizo para seguir Su camino, y cuando comprendemos esto, nos encontramos realmente haciéndolo. La buena obra de Dios no cambia. Está hecha. Tú, Su obra, eres perfecto. ¡Comprende eso, reconócelo y regocíjate!

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