Pocas cosas en la tierra pueden compararse con la naturaleza pura y perdurable del amor de una madre. Ella conoce intuitivamente las necesidades de su hijo mejor que nadie. Incluso después de que sus hijos “abandonan el nido”, sus esperanzas y oraciones viajan con ellos, jamás los dejan, ya que ni el tiempo ni el espacio pueden revertir su devoción.
Tal vez sea así como muchos de nosotros caracterizamos a nuestras propias madres. Sin embargo, para algunos, esta descripción podría parecer idealista. Quizás ella ha fallecido, y su amor parece un recuerdo lejano. O debido a las circunstancias sin precedente del año pasado, no hemos podido estar con nuestra madre de una manera significativa. Otros pueden lamentar no tener la cálida conexión con su mamá que algunos parecen tener.
Pero cualquiera sea la circunstancia o la situación familiar, hay un amor más elevado y profundo al que todos podemos recurrir en busca de consuelo, guía y, sí, curación: el amor divino de Dios, nuestra verdadera Madre. Este Amor omnipresente nos está abrazando a cada uno de nosotros en este momento.
Hay un amor más elevado y profundo al que todos podemos recurrir en busca de consuelo, guía y, sí, curación.
¿Cómo sentimos realmente este abrazo y lo hacemos nuestro? En gran parte se trata de expandir y purificar nuestro concepto de la Deidad, intercambiando una opinión limitada y humanística de Dios por una más espiritual y científica. Las enseñanzas de la Ciencia Cristiana revelan que Dios es el único creador de todo, cuya individualidad es el bien supremo y siempre presente. Dios también puede entenderse como el Principio universal o Mente inmortal que gobierna todo ser verdadero. Pero quizás la definición de Dios que está más cerca de nuestro corazón sea el Amor.
La Biblia registra estas palabras del profeta Jeremías: “Desde lejos el Señor se le apareció, diciendo: Con amor eterno te he amado, por eso te he atraído con misericordia” (Jeremías 31:3, LBLA).
La curación de la tristeza, la alienación o el dolor están al alcance de la mano cuando llegamos a comprender cómo nos abraza el Amor divino. No es intermitente ni depende de tener a una persona querida presente. El Amor es el único poder del universo, y mantiene todas las cosas en unidad consigo mismo. El Amor también es Espíritu, y cada uno de nosotros vive y se mueve en este Espíritu infinito como expresiones o ideas espirituales; así como las gotas de agua “viven” en el océano o las notas de una sinfonía moran en la música.
Por medio de este sentido más elevado del Amor y de nuestra unidad espiritual con Dios, comenzamos a ver que las condiciones o circunstancias materiales en última instancia no nos definen, ni pueden crear barreras válidas o duraderas contra el Amor, que nos impidan sentirnos abrazados, apreciados y consolados por nuestra Madre única. Y vemos que nuestro propósito es reflejar la naturaleza del Amor viviendo con compasión, gentileza, bondad y gracia.
EL AMOR APOYA Y PROTEGE
Cuando entendemos mejor cómo reflejamos a Dios e incluimos las cualidades del Amor, vemos que no somos vagabundos sin rumbo que debemos confiar en nuestra propia sabiduría o buenas intenciones. ¡Dios nos apoya con Su fortaleza! Sabiendo esto, sentimos más tangiblemente que nuestro verdadero hogar, o lugar de descanso espiritual, está establecido sobre la roca firme del Amor y su poder y protección.
El flujo del río de benevolencia y cuidado, de refugio y guía del Amor, jamás cesa.
Una vez, experimenté un dolor interno debilitante que me hizo sentir sola y separada del Amor. Pero mientras oraba y volvía mi pensamiento a Dios, percibí la presencia gentil, protectora y divina del Amor. El dolor desapareció, y me sentí animada por una nueva comprensión y la alegría de que siempre había vivido en este Amor y jamás podía estar fuera de él.
EL AMOR GUÍA Y DIRIGE
No estamos en la oscuridad, yendo a tientas a través de la vida, simplemente esperando tropezar con el trabajo, el cónyuge, el hogar o las oportunidades correctas. Cada día, sin excepción, el Amor divino nos cuida como una madre. Sentiremos esto espiritualmente en la medida en que estemos dispuestos a estar quietos y a orar desinteresadamente para escuchar esas intuiciones maternales de Dios, que nos ayudan a purificar nuestros móviles y a tomar decisiones correctas. Después de todo, un reflejo de Dios (cual figura reflejada en un espejo) debe moverse en completa armonía con su original. Nunca puede confundir su camino.
EL AMOR ALIMENTA Y PROVEE
“El Espíritu alimenta y viste debidamente todo objeto, a medida que aparece en la línea de la creación espiritual, así expresando tiernamente la paternidad y la maternidad de Dios”, afirma Mary Baker Eddy en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras (pág. 507). Es la naturaleza del Amor bendecirnos, alimentarnos con inspiración e ideas creativas y útiles que nos brindan oportunidades para que seamos una bendición. Puesto que no puede haber separación entre Dios y el hombre, la verdadera identidad de cada uno de nosotros, nunca puede realmente carecer de nada necesario, aunque los sentidos materiales sugieran lo contrario. Comprender esto nos libera del temor. La solución sanadora en cualquier situación se revelará a medida que espiritualicemos nuestro pensamiento, lo que trae la comprensión de que el Amor es nuestra fuente primordial y omnipresente. El amor nos nutre con una corriente constante de ideas, talentos y dones correctos, los que a su vez satisfacen nuestras necesidades diarias de maneras prácticas.
EL AMOR REDIME Y SALVA
Si un niño se perdiera en un centro comercial, ¿no lo buscaría la madre por todas partes? Del mismo modo, la Madre Amor nos busca si parecemos haber perdido el camino a través de la ignorancia o el pecado. Jesús alude a esto en una de sus parábolas: “¿Qué mujer, si tiene diez monedas de plata y pierde una moneda, no enciende una lámpara y barre la casa y busca con cuidado hasta hallarla? Cuando la encuentra, reúne a las amigas y vecinas, diciendo: ‘Alegraos conmigo porque he hallado la moneda que había perdido’” (Lucas 15:8, 9, LBLA). Cuando llegan las pruebas, los ángeles del Amor están especialmente cerca con mensajes de inspiración para iluminar nuestro camino y purificar el pensamiento.
Cristo Jesús tenía la visión más clara y pura de la realidad. Por ser el Hijo de Dios, no tenía ningún error de pensamiento ni pecado. Él veía a Dios y al hombre verdaderamente, y como uno en el ser; es decir, que el hombre es la expresión eterna del Amor, hecho a semejanza del Espíritu. Él dijo: “Yo y mi Padre uno somos” (Juan 10:30), y vino a la humanidad para compartir esta verdad y probarla sanando todo tipo de males y problemas.
Este Cristo sanador, o la Verdad, es la actividad inspiradora y consagrada del Espíritu, que Jesús manifestó, y que todavía llega al pensamiento hoy en día para disipar las creencias oscuras y negativas, las tendencias llenas de odio y la soledad, y para revelar la calidez ya presente del abrazo maternal del Amor. “He aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”, dijo Jesús a sus seguidores (Mateo 28:20).
Al buscar al Cristo y reclamar nuestra unidad con Dios, llegamos a sentir que Le pertenecemos, y siempre Le hemos pertenecido. Tenemos la certeza de que Su brazo nos rodea. Entonces, nosotros, asimismo, podemos abrazar a los demás. De hecho, si no nos esforzamos por incluir a los demás y amarlos como ideas espirituales de Dios, plenamente dignos ante Sus ojos, negamos el amor de Dios por nosotros. Comprender a Dios es ser como Él; ser faros de amor como Jesús mandó. La Sra. Eddy escribe: “La oración verdadera no es pedir a Dios que nos dé amor; es aprender a amar y a incluir a todo el género humano en un solo afecto. Orar significa utilizar el amor con el que Dios nos ama. La oración engendra un deseo vivo de ser buenos y de hacer el bien” (No y Sí, pág. 39).
Cuando nos despertamos ante esta Ciencia del ser verdadero, la Ciencia del Amor —y especialmente cuando vivimos de ella y la hacemos nuestra— es como volver al hogar. Es llegar a un lugar de tranquila convicción e inefable alegría, es saber que el amor Maternal de Dios no nos abandona, así como el sol nunca deja de brillar. Es nuestra fuente misma. El flujo del río de benevolencia y cuidado, de refugio y guía del Amor, jamás cesa. El Amor está, y siempre ha estado, junto a nosotros.
