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Original Web

Nacimiento armonioso mediante la oración

Del número de mayo de 2022 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 13 de diciembre de 2021 como original para la Web.


Después del parto natural tan difícil de nuestro primer hijo, el médico que me atendía dijo que nunca debería intentar tener otro parto natural; que sería peligroso tanto para el bebé como para mí. Oré fervientemente para comprender mejor la totalidad de Dios como la única causa y poder que gobierna y ama a toda la creación. Necesitaba superar mi temor a este consejo médico y saber que Dios me guiaría en lo que era correcto para mí. 

Con la creciente certeza del gobierno absoluto de Dios, el miedo disminuyó, y entonces mi esposo y yo descubrimos que estábamos esperando nuestro segundo hijo. Al orar me sentí guiada a averiguar sobre un parto a domicilio con una partera. Le expliqué lo que el médico había dicho anteriormente; sin embargo, ella me aceptó como cliente. 

Durante el embarazo, continué orando para ver tanto al bebé como a mí misma como los hijos amados de Dios, creados espiritualmente a imagen y semejanza divinas, como dice el primer capítulo del Génesis. Lo más importante fue que oré para ver más claramente que la ley de Dios gobierna cada aspecto de Su creación, y para saber que yo no podía perder esa claridad bajo el estrés de las circunstancias. Esta preparación me ayudaría a aferrarme, durante el parto, a lo que Dios sabe y causa, y a no dejarme influenciar por el temor de que las condiciones materiales nos gobiernan en lugar de la bondad y las leyes espirituales de Dios. 

Durante el primer parto, había sentido como si mi pensamiento hubiera sido secuestrado de alguna manera para que no fuera claro y fuerte. Esta vez oré con fervor para comprender que, puesto que Dios es la causa y yo soy Su efecto, era imposible que estuviera separada de Su bondad. Por lo tanto, no podía estar separada del poder divino y podía tener dominio sobre la creencia opuesta de que las condiciones o las leyes materiales controlan mi experiencia. Jesús ejerció autoridad sobre las condiciones materiales, ya que sabía que el poder para hacer esto era de Dios. Él dijo: “No puedo yo hacer nada por mí mismo” (Juan 5:30), y “El Padre que mora en mí, él hace las obras” (Juan 14:10). 

Provista de una mayor certeza de la autoridad y el dominio que Dios me ha dado, seguí adelante. Sin embargo, no todo fue un camino de rosas. El embarazo fue armonioso, pero me dijeron que tenía deficiencia de hierro y necesitaba tomar vitaminas. Recordé la historia bíblica de cuando los cautivos hebreos rechazaron la comida del rey y comieron legumbres y agua, y “el rostro de ellos era mejor y más robusto que el de los otros muchachos que comían de la porción de la comida del rey” (Daniel 1:15). Decidí no tomar las vitaminas, sabiendo que mi identidad estaba completa en el Espíritu y no dependía de la materia ni estaba sujeta a ella. Un examen posterior mostró que el hierro se había restaurado naturalmente. Esto fortaleció mi confianza en que Dios proveería todo lo que pudiera parecer necesario. 

El bebé nació tarde, según el calendario y la partera, por lo que se requirió un examen de esfuerzo para asegurarse de que el bebé podría resistir el parto. Al principio, oré para saber que el bebé pasaría la prueba. Pero luego me di cuenta de que la situación era un señuelo, que trataba de hacerme pensar que el bebé o yo teníamos que hacer algo para que las cosas salieran bien. Volví a reconocer que Dios, el Amor divino, tenía todo bajo control y que el bebé y yo estábamos cuidados y gobernados por la ley de Dios, no por las condiciones materiales. Sabía que el bebé siempre haría lo que Dios causa, y eso era cierto independientemente de la prueba. Sin embargo, la partera y yo estábamos agradecidas de obtener el resultado positivo que ella sentía que era necesario para continuar planeando un parto a domicilio.

Me esperaba otro desafío. Experimenté un caso grave de gripe; tan intenso que hasta sentí que podría perder al bebé. Pero me aferré tenazmente a lo que sabía. Ejercí el dominio que Dios me había dado sobre todo intento de secuestrar mi pensamiento, y salí victoriosa. Esto me dio una mayor certeza de que Dios me permitiría aferrarme con firmeza a la verdad en una tempestad.

Hubo otro intento de desviarme del rumbo e incluso hundir mi embarcación. Nuestra partera había hecho arreglos para volar tres mil doscientos kilómetros a fin de realizar un viaje de esquí planeado desde hacía bastante tiempo, ya que había esperado que el bebé llegara mucho antes. Dejó a su nueva asistente a cargo, con un médico en el hospital como respaldo. ¡Cuán agradecida estaba yo de saber que realmente todo estaba bajo el control de Dios! 

Una tarde, a última hora, era evidente que el bebé llegaría pronto. La partera todavía estaba fuera de la ciudad, y no lograba comunicarme con el practicista de la Ciencia Cristiana con el que había acordado trabajar. Una vez más, estaba muy agradecida de saber que todo estaba bajo el control de Dios. La asistente de la partera y una enfermera de la Ciencia Cristiana vinieron a nuestra casa, y mi madre condujo cuatro horas para estar con nosotros y también ser mi practicista de la Ciencia Cristiana. Entonces la partera llamó desde el aeropuerto y vino directamente. El bebé llegó poco después, y según la partera, el niño estaba perfecto y no mostraba ninguna evidencia de haber llegado tres semanas tarde. 

Esa noche, mi pensamiento estaba lleno de muchos de los pasajes de la Biblia y los escritos de nuestra Guía que había estudiado y con los que había orado; entre ellos, “Él, pues, acabará lo que ha determinado de mí” (Job 23:14); “Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús: … porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad” (Filipenses 2:5, 13); y “Todo es la Mente infinita y su manifestación infinita, porque Dios es Todo-en-todo” (Mary Baker Eddy, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 468). 

Durante el parto, me había mantenido clara y firme al reconocer que estamos bajo el cuidado de Dios y siempre gobernados por Él. ¡Dios me había dado un maravilloso sentido de ecuanimidad, y el parto fue una experiencia armoniosa, sin esfuerzo, sin dolor y alegre! 

Estoy extremadamente agradecida por el amor y el cuidado de todos los que participaron en esta experiencia, y por las verdades y enseñanzas fundamentales de la Biblia, especialmente las palabras y obras de Cristo Jesús y Pablo. Y estoy profundamente agradecida a Mary Baker Eddy por su descubrimiento de la Ciencia Cristiana y por su perseverancia en llevar sus enseñanzas al mundo, permitiendo así que todos conozcan y demuestren la Ciencia de la ley de Dios, incluso en condiciones muy estresantes.

Rosalind Childs Fogg
St. Louis, Missouri, EE.UU.

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