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Original Web

Caminar a través del espejismo del dolor

Del número de septiembre de 2025 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 19 de mayo de 2025 como original para la Web.


Desafiar el dolor como si fuera una ilusión puede sonar francamente imposible, dado que la vida de muchas personas se basa en el manejo del dolor. Y la mayoría de nosotros nos hemos sentido intimidados a veces por alguna incomodidad en el cuerpo. 

Cuando he enfrentado dolor, ha sido una oportunidad para aprender algo más del totalmente reconfortante amor de Dios y cómo puede disolver lo que parece ser un muro intrincado e hipnótico de desarmonía corporal. Y cada vez que he encontrado mi camino a través del espejismo del dolor, se me ha hecho más claro cuán intimidante pero completamente falsa es la amenaza, y esto me da valor para atravesar esa ilusión cada vez más rápidamente.

Mary Baker Eddy da instrucciones específicas sobre cómo manejar el dolor en un pasaje fundamental de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras: “Cuando la ilusión de enfermedad o de pecado te tiente, aférrate firmemente a Dios y Su idea. No permitas que nada sino Su semejanza more en tu pensamiento. No dejes que ni el temor ni la duda oscurezcan tu claro sentido y calma confianza de que el reconocimiento de la vida armoniosa —como la Vida es eternamente— puede destruir cualquier sentido doloroso o cualquier creencia en aquello que no es la Vida” (pág. 495).

Esa pequeña frase: “Cuando la ilusión de enfermedad o de pecado te tiente”, es profunda. Nos ayuda a ver que el dolor es una tentación como lo es el pecado: la tentación de creer que Dios no es el Amor divino omnipresente, omnipotente y omnisciente. El dolor deshonraría a Dios al hacer que la materia y la discordia fueran más reales y más poderosas que Él. Y en cierto sentido, deshonrar a Dios es a veces el pecado mismo con el que tenemos que lidiar. 

El Padre-Madre Dios, el Amor divino, jamás podría permitir que Su creación fuera lastimada. El Amor nunca podría crear, incluir o permitir un elemento dañino. De modo que aferrarse “firmemente a Dios y Su idea” es lo que desmantela la tentación de aceptar que algo aparte de Dios, el bien, es verdadero y real.

No obstante, eso no siempre es fácil. ¿Qué pasa si has sentido la naturaleza agresiva de la tentación del dolor al punto de que no te crees capaz de orar por ti mismo? Si bien es útil llamar a un practicista de la Ciencia Cristiana para que ore en esos momentos, el trabajo del practicista no consiste tanto en aliviarte del dolor como en dar testimonio de tu relación directa con Dios, mediante el Consolador, la Ciencia divina. El practicista da testimonio de la verdad de que Dios está siempre presente y es omnipotente, y sabe que no hay nada que pueda impedir que Su tierna ayuda te aparte del sufrimiento hipnótico. El Consolador te llega y te guía a ver cómo desafiar el dolor de una manera que frustra la tentación, revela que es ilusoria y la ve disolverse mientras caminas a través del espejismo hacia la curación completa.

Me gustaría compartir aquí una serie de experiencias de curación y un poco de lo que cada una me enseñó sobre desafiar el dolor y verlo desplazado por la armonía. 

Aprendí que no oramos con el cerebro

Esta curación en particular envolvió un pie extremadamente dolorido. Estaba acostada en mi cama tratando de orar, pero seguía moviendo mi pierna tratando de encontrar una posición cómoda, porque pensé que eso me permitiría orar mejor. De repente, en un momento de objetividad al orar, me di cuenta: “¡Eso es una tontería!”.  Comprendí que Dios nunca filtraría nuestra comunión a través de un cerebro material. 

Si nuestra comunión con Dios, la Mente, dependiera del cerebro, entonces alguien que está inconsciente, abrumado, deprimido, que no está en su sano juicio, o incluso un bebé sería incapaz de escuchar los mensajes de Dios. ¡No! Oramos por medio del sentido espiritual, que la Sra. Eddy nos dice que es la “capacidad consciente y cons­tante de comprender a Dios” (Ciencia y Salud, pág. 209).

Con eso, le ordené al pie que “se quedara quieto” (con el espíritu de la necesidad de tomar “posesión de tu cuerpo y [gobernar] sus sensaciones y acciones”; véase Ciencia y Salud, pág. 393), y seguí disfrutando al escuchar la inspiración espiritual que Dios me enviaba directamente a mí a través del sentido espiritual.

Me lo imaginé como un satélite que transmite comunicación directamente a un receptor en lugar de una llamada telefónica que tiene que pasar por cables telefónicos anticuados (el cerebro). El dolor todavía me perseguía, pero ahora nada de eso impedía el flujo de seguridad y consuelo que estaba escuchando y sintiendo de Dios, el Amor divino. 

Después de unos 45 minutos de disfrutar esta oración, sonó mi teléfono y era alguien que llamaba para pedirme que la ayudara con la oración en la Ciencia Cristiana. Pasé unos diez minutos compartiendo con ella las hermosas verdades que acababa de escuchar de Dios. Cuando colgué el teléfono, todo el dolor de mi pie había desaparecido. Me levanté de la cama, bajé corriendo libremente las escaleras, caminé hasta la oficina de correos y seguí con mi día. 

Al pensar en esta curación, llegué a la conclusión de que, a medida que nos damos cuenta de que no oramos con el cerebro, podemos dar el primer paso de orar a pesar del dolor. Entonces encontramos que estamos, como el apóstol Pablo describió, “ausentes del cuerpo, y presentes al Señor” (2.° Corintios 5:8). Esto es lo que me pasó a mí cuando estaba completamente enfocada en compartir verdades con otra persona. Estos momentos de amor desinteresado descartaron que hubiera una audiencia para la incomodidad. El sentido espiritual no dejó ningún mecanismo del cerebro y los nervios para transmitir o recibir mensajes de dolor, y eso me liberó.

Obedecí a Dios y caminé a través del espejismo

Un frío día de invierno estaba luchando con un dolor de muelas. Logré pasar un día ajetreado, me había dado un baño caliente, puesto el pijama y estaba a punto de meterme en la cama, con la esperanza de encontrar algo de consuelo allí, cuando escuché un mensaje espiritual que decía: “No cedas a este espejismo de dolor yéndote a dormir. Mantente despierta y camina”. 

Pensé en la forma en que un charco evidente en la acera se desvanece cuando caminas por él y descubres que era solo un espejismo de calor. Entonces me vino el fuerte impulso de vestirme, sacar el coche del garaje, volver a mi oficina y orar allí hasta que la dolorosa sugestión fuera silenciada.

Tengo que admitir que esto era lo último que quería hacer esa noche fría, pero también sabía que tratar simplemente de escapar del dolor al dormir era postergar el problema. No lo resolvería, y yo sabía que la oración sí lo haría. Sabía que alinearía mis pensamientos con el verdadero consuelo, el Consolador que revela la presencia eterna del Amor, que nos mantiene a todos eternamente en perfecta y armoniosa relación con el Principio mismo de la armonía, el Amor divino. Así que me vestí obedientemente y conduje los diez minutos hasta mi oficina. En el camino, el dolor se desvaneció. 

Estaba tan emocionada que me quedé una hora en mi oficina meditando simplemente sobre lo que había sucedido y dando gracias a Dios, el Amor. Me pareció más claro que nunca que el dolor, aunque parezca tener una causa, un lugar, una duración, alguna sustancia e incluso una ley que lo sustente, en realidad no es más que una sugestión agresiva. La humilde obediencia al desafiar esa sugestión es como cuando Moisés tomó a la serpiente por la cola y descubrió que era su vara de pastor mientras seguía la dirección de Dios para ver la naturaleza ilusoria de la serpiente (véase Éxodo 4:1-5).

Deja que Dios te consuele y te sane por completo

Una noche, caminaba de un lado a otro en una habitación de hotel llorando. Tenía un dolor intenso y me preocupaba hacer una serie de vuelos de regreso a casa al día siguiente. Había estado orando para sentir el consuelo y el cuidado de Dios, pero no había encontrado alivio. 

En un momento particularmente humilde, le pedí ayuda a Dios. Lo que escuché fue: “¡Déjame consolarte por completo!”. Dejar que Dios me consolara completamente en ese momento significaba para mí dejar de lado cualquier método sanitario para  reconfortarme a mí misma. Había estado haciendo algunas pequeñas cosas no médicas para manejar las sensaciones de dolor mientras oraba, y me di cuenta de que necesitaba dejar de hacerlo.   

Me sentí impulsada a acostarme en la cama en una posición normal y confiar en que podría desprenderme de todas las preocupaciones que sentía, ascender mentalmente a los brazos del Amor divino y dejarme llevar. Así que lo hice y, sorprendentemente, pude conciliar el sueño y dormí toda la noche.

Cuando me desperté por la mañana, el dolor había desaparecido y pude hacer el viaje a casa con toda libertad. Un par de meses después, cuando estaba a punto de dar una clase, el dolor volvió con fuerza, pero esta vez supe qué hacer: “¡Deja que Dios enseñe la clase por completo!”. Sentí que todas las preocupaciones por la enseñanza se desvanecían y también el dolor, que jamás regresó.

He tenido numerosas curaciones que ilustran el poder de negarse a favorecer, acomodar o trabajar alrededor de alguna parte del cuerpo. La Sra. Eddy dice: “Tenemos que mirar hacia donde deseamos caminar y debemos actuar como poseedores de todo el poder de Aquel en quien tenemos nuestro ser” (Ciencia y Salud, pág. 264).  

Todavía estoy aprendiendo más sobre este concepto. La Sra. Eddy nos invita en su poema “Cristo, mi refugio” a “besar la cruz y despertar para conocer / un mundo más brillante” (Escritos Misceláneos, pág. 397, según versión en inglés).

Cuando una experiencia parece ser una cruz que llevar, besemos esa cruz y aprovechemos la oportunidad de aprender más de lo que es verdaderamente real. Progresivamente hallaremos no solo que el sufrimiento cesó, sino un gozo espiritual en el que podremos disfrutar de todos los tiernos cuidados de Dios, y no sufriremos.

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