El verano después del bachillerato, conseguí un trabajo temporario antes de irme a la universidad. No llevaba mucho tiempo allí, cuando un compañero de trabajo mayor que yo me agredió sexualmente. Me sentía asqueada y culpable y quería escapar de mis sentimientos de dolor y confusión. No denuncié la agresión, porque me preocupaba que me culparan por ello, y no podía enfrentar el dolor del proceso legal. Solo quería sobrellevar el resto del verano hasta que me fuera de la ciudad.
Me sentía sola guardándome todo esto, pero no sabía con quién hablar. Finalmente, después de semanas de tratar de lidiar con esta ira y miedo y no hacer mucho progreso, llamé a un practicista de la Ciencia Cristiana para que orara por mí. Me dio algunas ideas espirituales reconfortantes para pensar. Le conté a mi mamá sobre la situación y también me di cuenta de que tenía que dejar el trabajo. Así lo hice.
Me sentí aliviada cuando llegó el momento de ir a la universidad. Pensé que dejar mi ciudad significaba que podía empezar de nuevo. Me gustaba que nadie en el campus supiera quién era yo o qué me había pasado y que no tuviera que hablar de ello con nadie. Sin embargo, mi primer semestre fue todo un desafío. Mis calificaciones eran malas, mi ansiedad era extrema y me resultaba difícil estar rodeada de hombres. Hablaba con el practicista todos los días para obtener apoyo espiritual.
Una de las cosas que constituían todo un desafío era pensar en cómo podía perdonar. Tal vez mucha gente no pensaría en perdonar a alguien que los ha agredido, pero sentí que esto era necesario para seguir adelante y sanar por completo. Entonces, un día, cuando llamé al practicista, le dije que no sabía cómo perdonar a la persona que me había agredido y que tampoco sabía cómo perdonarme a mí misma por “permitir” que sucediera. El practicista me ayudó a comprender que, espiritualmente, había estado completamente intacta, lo que significaba que cualquier cosa que me hubiera sucedido externamente nunca podría tocar mi identidad espiritual. No tenía que creer que había algún poder además de Dios, el bien, o que había alguna persona que pudiera actuar sobre mí de una manera negativa o dañina. El mal jamás me había tocado y era espiritualmente pura. Esto me ayudó a darme cuenta de que era posible perdonar a este hombre, así como a mí misma.
Mientras trataba de trabajar sobre las emociones derivadas de la agresión, comencé a experimentar una condición física dolorosa. Me desperté varias mañanas con forúnculos en los brazos y el torso. Estaba asustada y frustrada: se suponía que la universidad debía ser despreocupada y divertida. Sentí que lo único que había estado experimentando era dolor.
Asistía a una escuela para Científicos Cristianos, así que pude recibir atención de enfermeras de la Ciencia Cristiana en el campus. Ellas se ocupaban de las heridas cuando era necesario, y yo a menudo cubría los vendajes y las compresas con suéteres.
No obstante, una tarde calurosa fui a almorzar a la cafetería sin un suéter, y un amigo me preguntó qué me pasaba en los brazos. Para mi sorpresa, respondí: “No hay nada malo con mis brazos”. Vi esto como un punto decisivo en mi pensamiento. Empecé a entender que los forúnculos eran una manifestación externa de temor y odio. Y con esta respuesta, que afirmaba que no había nada malo en mis brazos ni en mí, había empezado a aplacar esos sentimientos.
Durante el transcurso del semestre, me di cuenta de que había comenzado a sentirme atraída por un chico del que era amiga. Pero tenía miedo de confiar en mi opinión. Le había contado lo que había sucedido y él entendió que yo estaba tratando de resolver algo. Era paciente y amable cuando pasábamos tiempo juntos.
Una mañana, poco después de haberme dado cuenta de lo que había percibido en la cafetería, me desperté y encontré un forúnculo en una pierna. Llamé al practicista y le conté lo que había encontrado. También le dije que el chico que me gustaba me había invitado a un torneo de fútbol en el que jugaba esa noche. Le expliqué que estaba petrificada de acercarme o confiar en alguien. El practicista compartió algunas ideas sobre el amor de Dios que me ayudaron a sentirme mejor acerca de aceptar la invitación.
Asistí al torneo de fútbol y me senté a un costado. A mi lado había otra estudiante, pero no era una de mis amigas. De la nada me dijo: “¿Tú no sabes cuánto te quiere?” Señaló al chico que me gustaba y repitió su pregunta. Antes de levantarse y alejarse, agregó: “Él te quiere mucho”.
Por primera vez desde el asalto, escuché a Dios hablarme en mis pensamientos. Él dijo: “Nunca te enviaré a nadie que te haga daño. Solo guiaré el amor hacia ti, porque te amo y lo amo a él”.
Sentí que Dios me abrazaba. Todo temor a que un hombre me tratara mal simplemente se disolvió. Me di cuenta de que podía confiar a Dios todas mis decisiones y deseos. También me di cuenta de que podía perdonar al hombre que me había agredido, porque me era posible separar el acto de la persona. Comprendí muy claramente que este hombre era hijo de Dios, a pesar de sus acciones. Sentí que lo perdonaba totalmente.
Después del torneo, abracé a mi amigo. Era la primera vez que abrazaba a alguien desde el asalto. A la mañana siguiente, me desperté y descubrí que todos los forúnculos de mi cuerpo habían desaparecido. No había señal alguna de que un forúnculo hubiera estado allí, y no he vuelto a tener ese problema desde entonces.
Estaba completamente libre de ira, resentimiento, ansiedad y culpa. Solo sentía amor y perdón. Tuve una experiencia universitaria increíble y salí con ese hombre durante cuatro años. Compartimos muchos momentos maravillosos juntos.
Me complace informar que, junto con la curación de los forúnculos, la curación emocional ha sido permanente. Estoy muy agradecida por la Ciencia Cristiana, que me ha ayudado a reconocer mi verdadera identidad y la verdadera identidad de los demás.