Cuando investigaba por primera vez la Ciencia Cristiana y probaba lo que estaba aprendiendo, tenía preguntas incisivas y convincentes, que los Científicos Cristianos experimentados trataron de responder de buena gana. Esto me dio ánimo y confianza para continuar mi travesía en busca de una mejor comprensión de esta Ciencia. Al principio, era muy escéptico, incluso incrédulo en lo que respecta a algunas cosas, porque aún no estaban claras para mí. Me preguntaba: ¿Es Dios Todo-en-todo? ¿Está Dios en todas partes al mismo tiempo? ¿Cómo puede ser eso? Otras preguntas eran: ¿Cómo podemos probar que la materia no existe? ¿Es bueno todo lo que Dios hizo? ¿Y por qué se enferma el pueblo de Dios?
En medio del fuego cruzado de estas preguntas, al mismo tiempo estaba lidiando con problemas con mi salud física; entre ellos, disentería, dolores de cabeza intensos y frecuentes, así como estreñimiento. Pero con la ayuda de practicistas de la Ciencia Cristiana, logré desarraigar a estos huéspedes indeseables y sanar. Estudié el Padre Nuestro y su interpretación espiritual del libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, de Mary Baker Eddy (véanse págs. 16-17), y “la declaración científica del ser” (véase pág. 468). Este estudio me fortaleció, consolidó mi comprensión espiritual y me ayudó a reconocerme como un hijo amado de Dios.
Las mejoras en mi salud ocurrieron solo mediante el tratamiento metafísico de la Ciencia Cristiana, y me inspiraron de una manera muy especial, persuadiéndome a estudiar esta Ciencia cada vez más. Comencé a aprender el significado de la omnipotencia, la omnisciencia y la omnipresencia de Dios: cómo es posible que Dios gobierne todo, lo sepa todo y llene todo el espacio. Mis preguntas fueron respondidas a medida que llegué a tener una comprensión más clara de la realidad de la existencia. Y descubrí que caminar en obediencia a la ley de Dios trae la certeza de que somos inmunes a cualquier tipo de enfermedad, accidente o contagio, porque el amor de nuestro Padre-Madre Dios es protección, y al mismo tiempo, un tratamiento preventivo siempre presente y eficaz.
Durante todo este tiempo, la curación se producía gradualmente. Pude enfrentarme al miedo que a veces me abrumaba en forma de ataques de pánico. Muchas veces tuve que llamar o visitar a un practicista de la Ciencia Cristiana para que me diera un tratamiento metafísico. Un versículo de la Biblia, entre otros, trajo mucha calma a mi pensamiento: “En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo” (Juan 16:33). Esas palabras de Jesús se transformaron en un cimiento fuerte y una fortaleza segura para mi protección. ¿Qué más podría necesitar?
Otro texto de la Biblia fue muy alentador y se convirtió en mi compañero en todas las situaciones. Ciertamente contribuyó a sanar toda preocupación y temor. Es de Isaías 38: “He oído tu oración, y visto tus lágrimas; he aquí que yo añado a tus días quince años” (versículo 5). ¡Qué hermosa promesa divina! A medida que reflexionaba y era persuadido por esto, y resolvía “las cosas en pensamientos” (Ciencia y Salud, pág. 269), avanzaba en mi comprensión espiritual.
Todo esto tuvo lugar en los primeros días de mi estudio de la Ciencia Cristiana. Estoy muy agradecido a Dios por haberme dado el valor moral para vencer, como lo hice, todas las mentiras que la mente mortal —lo que Pablo llamaba la mente carnal (véase Romanos 8:7, KJV), con sus temores y falsas creencias en un poder opuesto a Dios, el bien— me estaba lanzando. El efecto fue una curación completa. Esto sucedió hace más de veinte años, y todos esos males jamás regresaron. Hoy estoy completamente libre de las enfermedades físicas, y los demonios o errores que me habían perturbado han sido vencidos.
Al principio, no podía entender cómo el reino de Dios podía estar dentro de nosotros, pero ahora lo tengo muy claro. Requiere estudio continuo, oración y un compromiso profundo, pero podemos experimentar el poder de Dios como “un pronto auxilio” (Salmos 46:1).
¡La Ciencia de la Mente divina es infinita! Dios es bueno, todo el tiempo, y Le agradezco eternamente por Su tierno amor. La fuerza humana es inútil; la fuerza y sabiduría verdaderas vienen de Dios, y esto es lo que nos capacita y nos da valor para destruir toda creencia de que somos víctimas del mal, manifestado en formas de pecado, enfermedad y muerte.
Toda esta travesía sirvió como prueba del poder sanador de la Ciencia Cristiana. Naveguemos sobre las aguas que nos aseguran el dominio sobre todos los males “de que es heredera la carne”. El único camino es el Cristo, tal como se nos muestra en la teología de la Ciencia Cristiana.
Miguel De Castro
Porto Alegre, Rio Grande do Sul, Brasil