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Para esta autora, la baja autoestima, la ansiedad y la depresión parecían la norma, y le costaba entender quién era o por qué existía siquiera. Cuando un mensaje de texto de su hermano la refirió a Ciencia y Salud para encontrar respuestas, su ira se convirtió inesperadamente en alivio y asombro.
Su compromiso de estar en la Escuela Dominical era un deseo innato de conocer mejor a Dios y seguirlo más. Lo que obtuvo de la Escuela Dominical hizo que esa asistencia “obligatoria” pareciera un regalo.
La economía divina es estable —el flujo continuo del bien espiritual— no es caótica ni impredecible.
Al espiritualizar nuestro pensamiento, obtenemos una perspectiva mejor y más verdadera de nuestra inmortalidad, nuestra existencia espiritual, nuestra vida eterna.
La vida es una: es espiritual, está en Dios y es de Dios aquí, ahora y siempre. Saber esto nos lleva más allá del dolor, hacia la gratitud por la vida espiritual continua de miembros de la familia o amigos que han fallecido.
A través de su estudio de la Ciencia Cristiana, esta autora comprendió que la Vida jamás está en ningún cuerpo material, sino que es una expresión presente de la consciencia espiritual aquí y ahora, y para siempre.
La influencia amorosa del Cristo es tan cálida como el abrazo más cercano, más tierna que el acto más abnegado. Y al practicar esto podemos ayudar a los demás en nuestra experiencia diaria.
Sentía que todos eran mejores que ella, y que lo sabían. Pero en lugar de quedarse atrapada en esos sentimientos, buscó ayuda, y la encontró en la Ciencia Cristiana.
Años de críticas desaparecieron cuando él dejó de juzgar a quienes temían la pandemia. Su rutina diaria se volvió menos ardua. Su comprensión y demostración de la Verdad creció exponencialmente, y reinó la armonía. ¡El cambio fue impresionante!
El orgullo, el miedo, la duda y la falsa estimación de nuestras limitaciones se dejan de lado en previsión del gran bien que es posible.