Una mañana de invierno, mi esposo y yo estábamos pasando un rato tranquilo en la sala de estar antes del desayuno. Yo trataba de ponerme en un estado de ánimo positivo respecto al día siguiente, pero me resultaba un fastidio hacerlo, y mis pensamientos seguían vagando, sin entusiasmo, hacia mi lista de tareas pendientes.
Mientras tanto, cada vez que uno de nosotros se movía en el asiento o se levantaba por cualquier motivo, nuestros dos perros se paraban de un salto meneando la cola y con los ojos brillantes, sonriendo como hacen los perros; claramente a la espera de que su desayuno llegara temprano ya que estábamos levantados. Mientras los observaba durante la siguiente hora, me di cuenta de lo diferentes que eran sus expectativas del día de las mías. Yo estaba tratando de sentir una alegre anticipación, y ellos simplemente lo estaban haciendo.
Sospecho que muchos de nosotros podemos identificarnos con la frustración de esforzarnos por sentir alegría, amor, perdón o algo que no sea la negatividad que podamos estar experimentando. A menudo, parece que tenemos buenas razones para aferrarnos a las emociones negativas, e incluso disfrutar regodeándonos en ellas. Y entonces podemos agregar el sentimiento de culpa a nuestra carga.
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