A veces, en nuestras vidas, nos encontramos con el mal que hacen las personas, y reaccionamos enérgicamente contra él. Incluso podemos llegar a odiar a alguien por sus acciones.
¿Odiar a una persona es alguna vez la respuesta correcta? No. La admonición de Cristo Jesús, “Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen” (Mateo 5:44), no deja lugar a dudas sobre cómo se debe abordar el odio. La autoridad espiritual detrás de estas palabras es el Cristo, el mensaje del amor infinito de Dios por todos nosotros, que satisface la necesidad humana. Y con él, Jesús sanó todo tipo de sufrimiento moral y físico.
Someternos al odio en cualquier forma, ya sea egoísmo, discriminación o venganza, es perjudicial tanto para nuestra propia salud como para el progreso de la sociedad. La agresión puede impedirnos ver el amor. Sin embargo, la naturaleza de Dios como el Amor y el bien eterno es la verdadera naturaleza espiritual de todos nosotros. Como creación de Dios, somos la expresión misma del Amor divino, y podemos vivir verdaderamente este amor y dejar que eleve nuestra experiencia donde sea necesario. A través del amor de Dios podemos evitar que el odio se arraigue en nuestro pensamiento.
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