Esto no era lo que se suponía que iba a suceder. Acababa de tomar la decisión de cambiar de ser una estudiante diurna a una estudiante interna en mi bachillerato. Pero cuando llegué allí, me di cuenta de que estaba en un dormitorio diferente al de todas mis amigas. Me sentí aislada. A pesar de mis intentos de mantenerme enfocada en las cosas buenas de mi vida, me costaba aceptar esta decepción.
Quería cambiarme al dormitorio de mis amigas, pero la administración me dijo que no había espacio. Entonces, una estudiante del dormitorio de mis amigas pidió intercambiar habitaciones conmigo. ¡Era la solución perfecta! Desafortunadamente, después de comenzar a empacar y contarle a mis amigas del cambio, ella me dijo que había cambiado de opinión. Yo estaba devastada y enojada.
Esa noche, molesta y tratando de conciliar el sueño, se me ocurrió la idea de hojear una colección de artículos de la Ciencia Cristiana que me habían dado al final de mi verano como consejera en formación en un campamento de verano para Científicos Cristianos. Recurrí a un artículo de The Christian Science Journal titulado “La ley de Dios que todo lo ajusta” por Adam H. Dickey (Enero de 1916). Sabía que leer este artículo me ayudaría a sentirme mejor, porque está lleno de ideas poderosas que han sanado a muchas personas.
Mientras leía, una declaración me llamó la atención: “Todo poder, acción, inteligencia, vida y gobierno en el universo pertenecen a Dios y siempre Le han pertenecido”. Sabía que esto significaba que esta situación estaba completamente en manos de Dios, no en las mías ni en las de la otra chica. Necesitaba liberarme de la frustración, porque no dependía de mí manipular la situación. Podía confiar en Dios y en Su bondad.
El artículo también me ayudó a comprender que necesitaba estar dispuesta a abandonar mis propios planes, opiniones y sentido de lo que debía suceder, y que hacer esto abriría el camino para que la ley de Dios gobernara la situación. Me di cuenta de que no había nada que yo pudiera hacer sino confiar en Dios, y eso era suficiente. Ya no estaba frustrada ni ansiosa. Sentía la presencia pacífica de Dios cuando me fui a dormir.
Me desperté a la mañana siguiente sintiéndome renovada y sin preocupación alguna por el resultado de la situación. Entonces, vi que había recibido un mensaje de texto de la chica, diciendo que quería hablar. Cuando algunos de los sentimientos de irritación comenzaron a regresar, recordé otro hecho espiritual que había aprendido de la Ciencia Cristiana: que la ley universal del Amor, Dios, nunca bendice a una persona tomando algo de otra. Sabía que nada bueno nos podían quitar ni a ella ni a mí, porque Dios provee el bien infinito en nuestras vidas. Podía expresar el amor de Dios y compartir este amor con ella.
Cuando hablamos, se disculpó por cualquier problema que hubiera causado. Me dijo que se había dado cuenta de que su decisión había estado nublada por el miedo. Nuevamente se ofreció a cambiar de habitación y estaba lista para hacer la mudanza. Yo me sentí encantada de que las cosas se resolvieran para las dos.
Esta experiencia me demostró que a medida que confiaba en Dios y dejaba de lado mi propia ansiedad y miedo sobre lo que sucedería, no solo experimenté el cuidado de Dios, sino que mi situación de la habitación también cambió para mejor. Estoy muy agradecida a Dios por esta experiencia sanadora.