A principios de la primavera de 1971, fui testigo de un ejemplo convincente de la oración contestada que me demostró el poder de Dios.
Un amigo y yo éramos consejeros en un gran rancho de caballos y ganado en Zion, Arkansas. El rancho también tenía instalaciones y personal para atender a una veintena de adolescentes emocionalmente perturbados. Habíamos establecido una escuela en una pequeña granja al otro lado de la propiedad del rancho. Mi amigo llevaba a unos diez estudiantes a caballo a través del rancho cada mañana de lunes a viernes y daba clases matutinas. Yo llevaba el almuerzo alrededor del mediodía y enseñaba por la tarde, y luego los chicos y yo montábamos los caballos de regreso a la casa del rancho y las cabañas a tiempo para la cena. No había teléfono en nuestra escuela improvisada.
Una mañana seca y ventosa, mi amigo estaba en la escuela con los chicos. Mientras me preparaba para ir a reemplazarlo, recibimos una llamada urgente de uno de los chicos, que había corrido a una granja cercana. Nos dijo que un incendio de hierba había comenzado cerca de la escuela. Estaba fuera de control, y mi amigo necesitaba ayuda.
Algunos peones del rancho y yo cargamos la camioneta con mantas, palas y rastrillos y nos fuimos rápidamente. Mi amigo y yo éramos estudiantes relativamente nuevos de la Ciencia Cristiana, pero mientras conducía, oré en silencio para saber que Dios, el bien, era el único poder y siempre proporcionaba dominio, armonía y paz en cualquier situación. Afirmé que nada podía estar más allá del infinito control que Dios tiene del universo. Cuando llegamos unos 15 minutos después, nos sorprendió ver que el fuego estaba casi apagado. Todos estaban a salvo.
La seguridad y la curación son los resultados prácticos de una comprensión más clara de la realidad espiritual que todo lo abarca.
Mi amigo nos dijo que él estaba adentro enseñando cuando dos de los chicos se escabulleron detrás del granero para fumar. Sin darse cuenta, habían iniciado el fuego en la hierba alta y seca que cubría un gran claro entre el granero y el bosque. Para cuando mi amigo salió, el fuego corría hacia los bosques secos, impulsado por un fuerte viento que había estado soplando desde el suroeste durante un par de días.
Él y los chicos intentaron repeler las llamas con sus chaquetas, pero se detuvieron y se retiraron cuando el fuego estuvo fuera de control. Una vez que los chicos estuvieron a salvo, mi amigo se alejó del fuego para orar en silencio, afirmando la verdad de que Dios —el Espíritu infinito y omnipotente— estaba presente y tenía el control de la situación. Justo cuando el fuego llegó al bosque y el primer pino alto se había incendiado, el viento de repente invirtió la dirección y sopló el fuego sobre sí mismo, apagándolo.
Cuando llegamos, se podía ver la hierba quemada y un árbol medio quemado, todavía ardiendo, uno medio carbonizado y estéril, el otro mitad verde e intacto. Para los chicos y los peones del rancho todo pareció milagroso. No había una explicación racional de cómo el viento había podido cambiar de dirección así. Sin ese cambio, podría haberse convertido en un gran incendio forestal. Después de que el fuego se apagó, el viento volvió a soplar desde el suroeste durante los próximos días.
Al describir su experiencia, mi amigo habló de la impotencia que había sentido ante el fuego, lo cual lo hizo recurrir completamente a Dios. Dijo que, al ceder a Dios en oración, dejó atrás un sentido temeroso y mortal de sí mismo y de la situación.
La Biblia incluye ejemplos convincentes de individuos que se apoyaron en el poder de Dios de esta manera. Cuando los hijos de Israel quedaron atrapados entre las abrumadoras fuerzas egipcias y el Mar Rojo (véase Éxodo 14:9-21, LBLA), Moisés le dijo a su pueblo desesperado: “No temáis; estad firmes y ved la salvación que el Señor hará hoy por vosotros”. Luego, en obediencia a la guía de Dios, “Extendió Moisés su mano sobre el mar; y el Señor, por medio de un fuerte viento solano que sopló toda la noche, hizo que el mar retrocediera; y cambió el mar en tierra seca, y fueron divididas las aguas”, permitiendo a los israelitas escapar a un lugar seguro.
En otro caso, Jesús reprendió y calmó una furiosa tormenta en el mar junto con el temor de sus discípulos (véase Marcos 4:36-39). Al hacerlo, debe haber visto más allá del aparente peligro y discordia y estuvo consciente del reino de los cielos con su perfecta calma y paz, justo donde parecía estar la tormenta.
No había una explicación racional de cómo el viento había podido cambiar de dirección así. Sin ese cambio, podría haberse convertido en un gran incendio.
¿Es el clima algo externo a la consciencia y está más allá de nuestra capacidad de verlo como bajo el control de Dios? ¿O podría una mejor comprensión de la omnipotencia, la totalidad y la presencia eterna de Dios elevarnos a cada uno de nosotros para percibir espiritualmente la atmósfera totalmente buena de calma y paz de Dios justo donde parecen estar los eventos climáticos inquietantes y amenazantes, incluso si se cree que están relacionados con fuerzas fuera del control de Dios, como el cambio climático? El libro de texto de la Ciencia Cristiana dice: “La mente mortal ve lo que cree tan ciertamente como cree lo que ve” (Mary Baker Eddy, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 86).
En una biografía de la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, Mary Baker Eddy: Christian Healer, una reminiscencia de uno de sus estudiantes describe un momento en que un ciclón amenazó la casa de la Sra. Eddy en Concord, Nuevo Hampshire. Al ser informada de la inminente tormenta, la Sra. Eddy fue a la terraza en la parte trasera de la casa. La estudiante, Clara Shannon, se unió a ella minutos después, y dice: “Ella estaba mirando hacia arriba, y pude ver por la expresión en su rostro que no estaba viendo nubes, sino que estaba percibiendo la Verdad. Vi que las nubes negras se convertían en índigo, el índigo en gris claro, el gris claro se convertía en nubes de lana blanca que se disolvían… y ella me dijo: ‘No hay nubes que puedan ocultar el rostro de Dios, y no hay nada que pueda interponerse entre la luz y nosotros: es el clima del Amor divino’” (Yvonne Caché von Fettweis y Robert Townsend Warneck, Amplified Edition, pp. 354-355).
Irónicamente, los eventos climáticos catastróficos a menudo se llaman actos de Dios, una frase que refleja creencias teológicas obsoletas de un Dios semejante al hombre que hace que le sucedan cosas buenas y malas a la humanidad. Pero nuestro Padre-Madre Dios es siempre cien por ciento bueno, y tiene todo el poder, irradiando amor y protección para la humanidad y el universo. Más de ciento cincuenta años de testimonios de curación y protección de la Ciencia Cristiana prueban que la seguridad y la curación son los resultados prácticos de una comprensión más clara de la realidad espiritual que todo lo abarca, del reino de los cielos, que Jesús dejó claro que siempre estaba ’cerca’ (Mateo 10:7).