En su discurso inaugural en la primavera de 2021, Kim Janey, entonces alcaldesa interina de Boston, relató la dureza que tuvo que soportar en la escuela intermedia durante los primeros años en que se estableció que los niños de color podían viajar en los autobuses escolares junto con los blancos, para instituir la igualdad racial en las escuelas públicas de Boston. Mientras escuchaba, pensé en el hecho de que es el Amor, Dios, el que echa fuera el temor y sana la crueldad.
Cristo Jesús comprendía que Dios es Amor. Y afirmó su derecho a ser identificado como el amado Hijo de Dios. Al reclamar su unidad con el Amor, pudo probar su dominio sobre los males de la carne, así como las palabras y actos crueles de sus detractores. Incluso cuando algunos de ellos recogieron piedras para arrojarle, Jesús caminó ileso entre la multitud. Él entendía que las circunstancias materiales no pueden cambiar la realidad espiritual: que Dios, el Espíritu infinito, creó al hombre (cada uno de nosotros) a Su imagen y semejanza, eternamente “bueno en gran manera” (Génesis 1:31), y que cada uno de nosotros está gobernado únicamente por la ley del Amor, el Espíritu inmutable.
Jesús sabía que no había poder, presencia o ley aparte de Dios. Entonces, a pesar de la severa resistencia, continuó la misión sanadora que Dios le había dado, así como enseñando acerca de Dios y la unidad del hombre con Él. Y dejó este ejemplo para que sus seguidores en todos los tiempos lo emularan.
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