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Siempre a salvo

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 30 de octubre de 2015

Original en portugués


A través de la Biblia y los escritos de Mary Baker Eddy, la Fundadora de la Ciencia Cristiana, aprendemos que Dios es una ayuda presente, y no necesitamos tener temor o sentirnos inseguros; que estamos siempre a salvo, y somos guiados y protegidos por Dios, el Amor divino; que jamás debemos sentirnos inquietos o en peligro, y que siempre podemos apoyarnos y confiar en el Amor divino.

Cuando oro por protección, yo me apoyo especialmente en dos salmos. Uno de ellos es el Salmo 23, el cual dice en parte: “Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo” (versículo 4). El otro es el Salmo 91, donde el Salmista nos reconforta diciendo: “El que habita al abrigo del Altísimo morará bajo la sombra del Omnipotente” (versículo 1). Más adelante, el Salmo 91 nos promete: “[Dios] con sus plumas te cubrirá, y debajo de sus alas estarás seguro; escudo y adarga es su verdad” (versículo 4). Al comprender que en Dios, el Todo-en-todo, el mal no es real y no puede tener expresión alguna, no tendremos temor del “terror nocturno, ni saeta que vuele de día” (versículo 5), y sabemos que nunca podemos ser tocados por nada, sino por el bien. Estar conscientes de esto es nuestra mejor protección.

Recuerdo un viaje que hice a una ciudad en un estado vecino. Se trata de una ciudad que muchos consideran hostil y violenta, donde la gente parece tener el hábito de engañar a su prójimo y robar a sus semejantes, con el propósito de beneficiarse ilegalmente de ellos. Conforme a la experiencia que tuve en este viaje, puedo dar fe de que cuando estamos imbuidos de la certeza de la totalidad del Amor divino, podemos emular a Cristo Jesús y confiar sin reservas en Dios, experimentando protección, seguridad, salvación y curación.

En el estacionamiento donde estaba mi auto, una persona me indicó que mi vehículo tenía una falla mecánica. Al ver que mi auto tenía una placa de otro estado, en lugar de sacar ventaja de mí, me indicó cuál era la falla, y me dijo que no era seguro manejar de noche para regresar a mi ciudad, distante unas trescientas millas (quinientos kilómetros). Me sentí agradecido por este acto de honestidad, sintiendo que era una evidencia de la protección de Dios.

Pensé que como era fin de semana, sería muy difícil encontrar un taller abierto y que a aquella hora de la noche estuviera disponible un mecánico que pudiera reemplazar la parte dañada del auto. Pero de inmediato otra persona se me acercó y me recomendó un taller donde me podían arreglar el problema. En muy poco tiempo, tuve dos evidencias del cuidado de Dios por Sus hijos.

Todos compartimos la misma naturaleza, la del Amor divino. De manera que es imposible que un hijo de Dios pueda hacer daño a otro.

Manejé con cuidado hasta el taller, donde un mecánico me dijo que él no tenía en existencia el repuesto que se necesitaba. No obstante, podría ayudarme porque él sabía cómo fabricar un repuesto similar y tenía el equipo para hacerlo.

Mientras esperaba, caminé hasta una estación de servicio que estaba enfrente para preguntar cuál era la ruta más fácil para llegar a la autopista y regresar a casa. Me acerqué al conductor de un taxi quien estaba muy afligido. Tan pronto lo saludé, comenzó a decirme que acababan de robarle a una cuadra de donde estábamos, que los pistoleros estaban robando todos los autos en esa zona, y que esto había estado ocurriendo casi todos los días.

Yo no dije nada. Simplemente le pedí la información que necesitaba, pero entonces me preguntó dónde estaba mi auto. Cuando señalé el lugar, al otro lado de la calle, movió su cabeza con desaprobación por el sitio donde estaba estacionado, especialmente porque había otras personas en el auto (que estaban viajando conmigo), y las puertas estaban abiertas, lo que hacía que tanto las personas como el coche fueran muy vulnerables a un ataque.

Fue entonces que me di cuenta de que mi pensamiento estaba tan lleno de la certeza de la infalible protección del Amor divino, que nada por lo que el taxista estaba tratando de alertarme tenía sentido para mí. En mi consciencia, yo tenía la certeza de que todos estaban allí con el propósito de guiarme y ayudarme a resolver esa difícil situación, y que todos nosotros estábamos protegidos y guiados por Dios, la Mente única, de quien todos somos sus hijos. Todos nosotros, los hijos de Dios, reflejamos esta Mente, y compartimos la misma naturaleza, la del Amor divino. De manera que es imposible que un hijo de Dios pueda hacer daño a otro.

En Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, Mary Baker Eddy escribe: “Sé el portero a la puerta del pensamiento” (pág. 392). Eso es lo que yo estaba haciendo, al ver a todos los hombres y mujeres, perfectos, honrados e incapaces de realizar un acto malvado, porque todos somos el reflejo de Dios. Para mucha gente, ese lugar era un ambiente inseguro y hostil, pero yo podía ver la verdad de que estaba lleno de los hijos de Dios, todos a salvo y protegidos por Él. Solo podía ver al hombre descrito en el primer capítulo del Génesis (véase versículos 26, 27), hecho a imagen y semejanza de Dios, puro, perfecto, saludable, recto. Yo estaba muy tranquilo, lo que considero que fue el resultado de mi confianza en la protección y cuidado siempre presentes de Dios.

Esta experiencia me ayudó a comprender que los hijos de Dios nunca están desvalidos, desprotegidos o en peligro.

Regresé a mi auto y pronto volvió el mecánico, muy contento de haber podido construir el repuesto y resolver el problema.

Tuve un viaje armonioso de regreso a casa. Dos semanas después, otro mecánico me dijo que el repuesto había sido tan bien fabricado, que sería mucho mejor que no lo reemplazara con uno nuevo. Vi esto como una evidencia más de la inteligencia y precisión de la Mente, y el cuidado y diligencia del Amor divino.

Esta experiencia me ayudó a comprender que los hijos de Dios nunca están desvalidos, desprotegidos o en peligro. Este pensamiento y la gratitud que sentí por la persona que me alertó acerca del problema mecánico de mi auto, y por el mecánico que me ayudó tan sinceramente, hasta con recursos que parecían limitados, me han dado la confianza de no sentir miedo, y de mantenerme firme en la certeza de que Dios estaba protegiéndonos y guiándonos a todos.

En este estado de consciencia, me siento siempre reconfortado y a salvo, sabiendo que “Dios es salvación mía; me aseguraré y no temeré” (Isaías 12:2). Esta es una promesa bíblica, y ¡es verdad para todos nosotros!

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