No podía dejar de pensar en lo que había visto. Una tarde, al mirar por encima del hombro de un miembro de la familia, accidentalmente vislumbré una imagen que realmente me perturbó. Pasé toda la noche preocupado por eso. Era escalofriante, y no quería pensar en ello.
Durante años después de haber visto esa imagen perturbadora, su recuerdo me preocupaba casi todas las noches. Hacía todo lo posible para no pensar en ella, pero nunca funcionaba. Cuanto más intentaba eliminar la imagen a la fuerza, con más persistencia regresaba.
Entonces, un día, cuando estaba de viaje, me di cuenta de algo: La imagen perturbadora no era mi amo. Dios tenía el control de mí y de mis pensamientos. Y puesto que Dios sólo es bueno, el bien era realmente lo único que tenía poder sobre mí. Supe que ya no tenía que vivir con temor a esa imagen.
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