Después de haber estado casados unos tres años, mi esposo y yo decidimos tener hijos. Dos abortos espontáneos y muchas lágrimas más tarde, me sentía desanimada. Era especialmente difícil, ya que parecía que todos nuestros amigos estaban teniendo bebés.
Para mí era natural recurrir a la oración, y al hacerlo, descubrí que necesitaba obtener una mejor comprensión de la creación. Mi suegra, una practicista de la Ciencia Cristiana, me instó a estudiar un artículo titulado “Existir es desenvolvimiento constante”, en el que la autora afirma: “el desenvolvimiento es algo natural como modo de expresión de la Mente. … Es la actividad del Amor haciendo que se manifiesten los hechos divinos en los asuntos humanos” (Mary Sands Lee, Journal, enero de 1941). Al acudir de todo corazón a mi Padre-Madre Dios en oración, comencé a comprender estos hechos: Cada uno de los hijos de Dios es y siempre ha sido eternamente coexistente con su divino Padre; yo no soy un creador y jamás podré serlo; el advenimiento de un niño es simplemente el desarrollo de una idea que ha existido por toda la eternidad, que nuestra Madre, el Amor, siempre ha conocido y atesorado.
Revisé minuciosamente la Biblia y los escritos de Mary Baker Eddy en busca de referencias a los niños, la maternidad y el nacimiento. Encontré estas declaraciones especialmente útiles en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras: “... tanto el hombre como la mujer proceden de Dios y son Sus hijos eternos, que no pertenecen a ningún padre menor” (pág. 529); y “La Ciencia divina aleja las nubes del error con la luz de la Verdad, y levanta el telón sobre el hombre que nunca ha nacido y nunca muere, sino que coexiste con su creador” (pág. 557). Estaba obteniendo un sentido más claro de nuestra preexistencia e inseparabilidad de nuestro Creador.
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