Tener una curación en la Ciencia Cristiana nos da fuerza, tranquilidad y confianza en el poder y el cuidado de Dios. Mi vida ha estado llena de altibajos, pero fue una gran bendición conocer la Ciencia Cristiana a los trece años.
Durante mis años de estudios universitarios, trabajaba y estudiaba en la universidad los fines de semana porque quería mejorar. Me esforzaba y sacrificaba horas de descanso para salir adelante.
En un momento dado, cursaba una clase costosa sobre un nuevo tema que parecía muy diferente de los demás. Estaba matriculada en varias clases también, y sentía que nunca tenía suficiente tiempo para mis estudios. Me preocupaba no aprobar la materia sobre el nuevo tema porque no lograba entender algunas cosas aunque el plan de estudios era interesante y la maestra muy preparada. La demanda de la clase me obligaba a esforzarme el doble. A pesar de trabajar duro, en los dos primeros exámenes no me fue muy bien, por lo cual necesitaba una calificación más alta en el tercer examen. Estaba muy preocupada y decidí orar.
En El Heraldo de la Ciencia Cristiana había leído algunos testimonios de estudiantes que oraron, y mencionaron que Dios nos ayuda cuando somos honestos. Yo sabía que la honradez era una cualidad divina que yo también expresaba.
Además me aferré a la definición de Mente que se encuentra en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, escrito por Mary Baker Eddy: “El único Yo, o Nosotros…” (pág. 591). Oré también con la definición de hombre que se encuentra en la misma página: “La compuesta idea del Espíritu infinito; la imagen y semejanza espirituales de Dios; la representación plena de la Mente”.
Orar con estas definiciones me ayudó a comprender que la inteligencia que necesitaba para mis clases no se encontraba dentro de mí, en el llamado cerebro. Yo era el reflejo de Dios; por lo tanto, tenía acceso a la inteligencia divina que venía directamente de la Mente, Dios. De hecho, las cualidades de Dios, entre ellas, comprensión correcta, sabiduría y honradez, constituyen mi ser. Llegó el día del examen y yo no había logrado estudiar debido a unos compromisos de trabajo.
Al llegar a la universidad, abrí el libro de clase y leí tres páginas. Me llamó mucho la atención lo que leí, pero me di cuenta de que no era parte de los capítulos que la maestra nos indicó que estudiáramos. Entonces, oré antes del examen y mientras nos entregaban el examen. Confié en que la “voz callada y suave” de Dios me guiaría. Cuando recibí el examen, comencé a leer las preguntas y a responderlas. Había varias preguntas de las tres páginas que había leído y recordé algunas cosas, a tal punto que pude responder las preguntas.
Todavía me sentía muy nerviosa y angustiada de que me iba tan mal en esa clase en particular. En un momento dado, quise entregar el examen e irme de la clase. En cambio, oré para comprenderme mejor a mí misma como el reflejo de Dios. Al poco rato, la maestra me dijo que me quedara ya que iba a revisar el examen y decirme como me fue.
Poco después, me llamó y me mostró el examen. Lo tomé y busqué las respuestas tachadas, pero no había ninguna. Era mi costumbre revisar mi examen siempre, para saber dónde me había equivocado. Entonces vi la nota y me sorprendí al ver que tenía 20 de 20. ¡Fue maravilloso! Estaba feliz y muy agradecida a Dios. Una vez más comprobé Su poder, Su amor y Su cuidado.
Esa experiencia se quedó conmigo de allí en adelante para todas las clases que tuve que cursar. Ahora sabía que la inteligencia que expreso no es mía sino de Dios. Él es todo sabiduría, es Verdad y eterno. Cada día aprendo de Dios y me libero de las creencias materiales, creencias de que somos hijos del pecado, que somos mortales, indefensos etc. Había crecido con estas creencias en la religión que mi familia había practicado previamente. Me había sentido menos que nada, indigna, y que no merecía mucho.
Ahora se la verdad de que soy hija de Dios. Soy Su imagen y semejanza, soy Su reflejo y esto es una liberación. Esta comprensión trajo paz a mi vida y me ayudó a amarme a mí misma más. En la Ciencia Cristiana he conocido mi verdadera identidad y estoy muy agradecida por ello.
Eva Ruth Sánchez Cruz
Tegucigalpa, Honduras
